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Berlín 

Los entrenamientos de Krav maga y Jiu jitsu Jeon, los considera una distracción, aunque reconoce que están acabando con él. El cansancio que su cuerpo siente es inexplicable, pero también es consciente de que valdrá la pena cuando esté dentro del octágono y pueda defenderse.

Se queda acostado en la alfombra cuando ha terminado de practicar las nuevas técnicas, su entrenador se despide y él solo se queda inmóvil viendo el techo del lugar.

Lleva seis meses en Alemania, pero estos últimos dos meses le han parecido los más locos y descabellados de su vida. Entrena muy duro para mejorar y entrar a la UFC, también trabaja y ahora tiene una responsabilidad con la abuela de Rosalina.

El pelinegro se pone en pie, se ajusta el vendaje de sus manos y muñecas y luego camina hacia la parte trasera de la academia de Krav maga. Un par de ojos lo siguen con atención, y es que cuando Jeon entrena todos ven la dedicación y el esfuerzo que le pone.

Elda Müller se ha convertido en la persona que lo hace sentir en paz, no quiere quitarle méritos a Rosalina y a Johann, pero es que la señora Müller le muestra y le recuerda cada día lo que es sentirse en familia. Le recuerda los valores y el amor familiar y eso le hace sentirse pleno y completo hasta que las hebras castañas y ojos color miel invaden y sacuden sus recuerdos.

Al estar frente al pilar con protección arriba y abajo se coloca los guantes de UFC, ve los protectores negros, luego se coloca los auriculares inalambricos y reproduce su playlist. Comienza a lanzar los primeros golpes y a lo lejos sus nudillos sienten dolor debido al concreto bajo los protectores.

—Prometo no lastimarte 

Tensa su mandíbula cuando el recuerdo y la voz de Jimin aparecen, lanza un par de golpes y luego un par de patadas. 

Se queda estático, poco a poco su cabeza desciende hasta quedar cabizbajo. Sus brazos están uno a cada lado mientras cualquier canción se reproduce.

—Me aferrare a ti con cada parte y fibra de mi cuerpo y alma, porque así es como soy.

Inhala profundo, alza su cabeza y una ráfaga de puñetazos y patadas es lo que aquel pilar con protectores recibe. No para, no se detiene, incluso cuando el dolor en sus pantorrillas y nudillos sobrepasa.

Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no es por el dolor en sus extremidades que no dejan de golpear. Es debido al recuerdo, debido a no tener a quien quiere, debido a sentir dolor y amor por la misma persona.

—¡Ey! —exclama Rosalina al ver a su amigo.

Al no recibir ninguna respuesta, camina lo más rápido que puede y lo gira.

—Basta —brama furiosa.

—Estoy bien —barbotea Jeon.

—¿Bien? —balbucea la rubia—. Mira tus manos, Jungkook.

El pelinegro eleva un poco sus brazos y ve sus manos, nota la sangre que cubre sus dedos y luego se da media vuelta para ver el pilar.

—Tú vas a dónde yo voy, y yo voy a dónde tú vayas —murmura vagamente.

—¿Qué? —indaga Rosalina.

—Nada —verbaliza el pelinegro.

—Papá va a matarte, hará que hagas más ejercicio físico. Bien hecho, idiota.

—Entonces deja de regañarme, tendré suficiente con su regaño y su doble ejercicio físico.

—Ve con Anna, que limpie y cure tus manos —le ordena.

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