VII

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Por ti, aguantaría un poco más, esperaría a que mis llagas se abran y a que el sudor se convierta en sangre, por una vez más, poder dirigirte la palabra, haría cosas impensables. Y es culpa tuya, hermanito, que como el claro ejemplo que debí ser, es mi obligación salvarte, pero no quiero que lo veas como algo que debo hacer, Zack, esto lo quiero, por ti, por nosotros. Entonces, si debo esperar a desgañitarme hasta que mi cuerpo y alma estén consumidos, si acaso eso representa tu libertad, yo mismo me ataré las cadenas, me vendaré los ojos—aunque ya estoy acostumbrado a esto último—quiero que sepas, quiero que escuches mi voz, porque estoy parado en un abismo gritando a lo alto, pero solo logro escuchar susurros que salen de mis labios.

Volteo a ver a la niña, puedo ver sus cicatrices sangrantes, aún no me queda en claro qué debo hacer, si acaso no está en mis manos matar al monstruo, ¿qué debo hacer? Y, ¿cuál es el sentido de todo esto? Quizás sea dejar todo raciocinio de lado y comenzar a actuar, porque lo único que sé hacer es cuestionármelo todo y pierdo el tiempo mientras la vida se me va. Hasta ahora, que la perdí. Asiento un par de veces, intercambiando miradas con Crow y volviendo a la escena, tan lejana, tan irral.

Ajusto el agarre de mi arma y apunto, quiero disparar pero los nervios me ganan, lo sé, lo siento, lo puedo ver en mis manos temblorosas. Decido que no debo pensarlo más, entonces, jalo el gatillo. La pistola no hace ruido y lo que dispara, de hecho, parece doloroso, no diré si es letal o no porque nunca me entrenaron para eso, lo que sí sé, es que le he vuelto a dar y un sonido distorsionado resonó en el lugar, como ahora resuena en mi corazón, que sí, de nuevo con mi poesía cursi y repetitiva, pero no encuentro otra manera de expresar, el cómo la energía desciende por mi espina dorsal y me dice que hay algo más por hacer.

Capto la atención tanto de la bestia como del monstruo, ahora que ella viene a mí, trae a la bestia consigo, Crow permanece con la vista en ellos, ignorándome.

—Tenía trastornos alimenticios, en su escuela la molestaban, le decían que era gorda y que nunca iba a ser tan bella como pretendía serlo —comentó Crow, sin apartar la mirada—. Al final la pobre no puso soportarlo y terminó suicidándose.

—¿Cómo sabes eso? —suelto sin pensar.

—Es lo que dice mi expediente.

—¿Expediente?

—Hablaremos luego de eso.

No me lo tomo personal, solo porque no he visto a Crow interactuar con otros humanos —y si hablamos de Jazz, ¿ella cuenta? No lo sé—, de cualquier modo, su actitud no me irrita, más bien es intrigante, aunque puedo asegurar que si sigue en ese plan, comenzará a caerme pesado. Cierro los ojos y pasa un buen momento sin que me dé cuenta, de que he vuelto a estar pensativo, Crow me mira desafiante con su cabello azul ondeando. Quiere intimidarme, en efecto, lo ha hecho —detesto admitirlo, pero lo sabe.

Todo parece haberse vuelto en cámara lenta, lo que captan mis ojos va lento pero no lo suficiente como para que mi cerebro lo procese, pues, siento cada latido y respiración como una acción tediosa a la que me veo obligado a hacer, mis músculos se acomodan, inquietos, puedo sentir la transición que hacen mis piernas, de estar estático en un lugar, a salir corriendo, queriendo imitar la velocidad de un ferrocarril. Con la mano de la niña sujeta a mí, tomo la delantera.

Si algo he aprendido de esta experiencia estupefaciente, es que debo olvidar lo que soy para lograr ser quien quiero. Yo ya no era Tyler, el perdedor, al menos, quería creer que era así. Quiero creerlo, aún.

Y por más soledad que sienta ahora, debo continuar, por cada pasillo de este hospital corrompido, con luces intermitentes de un blanco que más que paz, genera incomodidad. Aunque eso ya todos lo saben, demasiado higiénico como para verse natural y muy claro como para que permanezca así. Pierdo de vista a Crow y aparezco frente a una puerta, puedo ver una clase de balcón que da vista al resto de plantas. Malas nuevas: y es que estamos demasiado arriba como para librarnos de La Bestia. Comienzo a orar por alguna razón, y es como en una película, en donde de fondo se escucha una melodía sencilla y poco conveniente para hacer la escena más dramática, que contrasta con la situación. Imagina a Mozart o alguna tranquila de Chopin, no sé, pero me hago entender.

Slowtown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora