IX

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Somos personas y las personas no son más que un cúmulo de problemas con soluciones caóticas y disonantes. Tenemos la idea de tener un propósito, el cual nos da la motivación suficiente para vivir. Pero, cuando se rompen todos estos lazos, que están unidos forzosamente, es cuando al fin abrimos los ojos y nos damos cuenta, a veces sin querer, que no se trata de cumplir, sino de vivir. Que para vivir tenemos que sacrificar nuestros privilegios, nuestras cuerdas, que como cadenas oxidadas, nos aferramos al olvido, sin saber cuán mortal puede ser este enemigo.

Pero, vivir, ¿cómo carajos defino eso? Dicho de manera objetiva, parece estar muy claro, sin embargo, no quiero relegarme a asumir que mi vida está corriendo, cada minuto, cada segundo ardiente que paso entre la línea de lo bueno y lo irreal se distorsiona, quemando mis nauronas. Y ya no sé si es relevante, si es necesario, justificar que tan escarpada esté la línea de mi encefalograma. El garabato que forma el latido constante de mi corazón, a veces alterado, forma un nudo que puedo sentir claro en mi estómago, sube hasta la altura de mi pecho y se atora en mi esófago. He estado aprendiendo un par de cosas estando muerto, ¿sabes? Me he convencido de que este sueño es demasiado bueno como para ser real, pero no soy vanidoso, y sé bien que mi inconsciencia no es capaz de hacerme pasar por todo esto.

Huele a algo cálido, no es comida, es más como algodón, pero uno a medio uso, con cierto humor matutino que en otra ocasión me daría repelús, sin embargo, ahora parezco añorarlo y es por eso que lo atraigo más hacia mí. Las yemas de mis dedos están congeladas, se siente frío en la habitación por las noches, en la madrugada es cuando todo se reprograma y el ambiente vuelve a estar medio templado. Pero ahora que estoy consciente, lo siento calar mis huesos hasta llegar a la médula. No me rompo solo por mi anatomía, estoy seguro de que el invierno ni siquiera ha llegado, y aún así, ¿por qué siento que estoy tiritando?

La respuesta física ante un cambio drástico emocional suele ser evidente, aunque gradual, ahora es más como si todo fuera de golpe, puedo identificar cada una de las cosas que no están bien conmigo y siendo honesto, no sé si es algo bueno, o si al contrario, si estoy buscando mi propia destrucción.

Aún no he abierto los ojos, pero por los aromas y las sensaciones, sé que estoy en casa. Me permito sentirlo, aún así sea momentáneo, no quiero dejar mis últimos recuerdos desperdigados, no quiero centrarme en crear momentos que nunca existieron ni existirán. Soy conocedor, soy imitador de cada uno de mis pensamientos, soy la acumulación de experiencias no vividas —proyección de mi imaginación— y el trauma —lo poco que recuerdo de los últimos días—. Sobo un poco con los dedos para sentir el algodón, que ahora reconozco como mi manta, pego mi rostro con la esperanza de despegarlo de mi cuerpo, así mi alma no correrá peligro cuando me tenga que ver al espejo.

Inhalo solo una vez, y de verdad, para poder remontarme a tiempos no tan pasados que para mi memoria, significaron los mejores años —y ni siquiera supe disfrutarlos, de tan insignificantes que fueron—ahora comparados, puedo recordarlo como felicidad

Algo está mal, caigo en cuenta de que esta no es mi casa.

Este no es mi hogar.

Porque la verdad es que me he perdido tanto que las estructuras físicas no significan nada para mí. Podría irme a vivir debajo de un puente, o del techo de una mansión en Arizona y todo sería lo mismo. El lugar que ocupo no reemplazará el tiempo que ocupé. De todos modos, prefiero quedarme aquí sin hacer nada, no soy tonto y tampoco tengo motivos para abandonar el lugar en el que estoy, quiero creer que llegaré a un punto en el que nada de esto importe y comience a sonreir, incluso si esa felicidad es falsa, estaré esperanzado por encontrar mi motivación.

Me remuevo un par de veces más, el colchón es duro pero comparado a los cartones de Jazz, es una pluma de ganso esponjosa. La luz del sol me golpea, se está colando por mi ventana y es molesta por la parte visual, mis párpados ven un anaranjado-rojizo, se parece a un atardecer en la playa. Abro los ojos de a pocos sabiendo que no voy a volver a cerrarlos en un buen tiempo, siento la caricia de los rayos solares, suave, aunque sé que en realidad se debe a una bola de masa ardiente, evito esta clase de pensamientos. Suficiente con lo que tuve... ¿hace cuánto fue aquello? Ya ni siquiera me puedo concentrar. Me quejo, y esta vez no evito ser escandaloso, no he guardado sigilo alguno y un alarido sale de mí. Hay un dolor que se ha hecho presente y saber diferenciar si es emocional o físico me está costando.

Slowtown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora