VI

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La veo a sus ojos, brillantes, expectantes. Entonces me pregunto: ¿qué estará pensando? Porque, de ser mi caso —y es una promesa—, no habría podido razonar. El ser que atormenta sus sueños, la pesadilla en carne propia, no lo siento como ella, ni siquiera conozco lo más mínimo de su existencia, aunque puedo jurar que a ambos se nos ha erizado la piel. Que nos hacemos los fuertes cuando necesitamos y anhelamos afecto, pero lo único que logra abrazarnos por las noches son nuestros tormentos, en el frío, la humedad, me cala los huesos y hace que quiera salir corriendo. Ella esconde su cabecita en mí, busca un refugio pero lo que no sabe es que yo estoy aterrado también, y que no soy ninguna clase de salvador como seguramente piensa. De repente comienzo a temblar, no tengo motivaciones para seguir adelante ya que hay un nudo entre mis neuronas, corto circuito, corto, todo está distorsionado.

No sé bien cómo relatarlo, pero haré mi intento, quiero saber que estoy haciendo lo correcto, aunque sea por esta vez. Este es el ser que captan mis ojos, que s+e que no será el mismo para todos, hablaré entonces, siendo lo más objetivo posible: no tiene una forma física concreta, de hecho, me recuerda a las obras cubistas de Picasso, pero ahora imaginalo combinado e incorporado de una manera grotesca con el estilo de Goya. No había sangre saliendo de él, no era como en las películas de miedo de las que tanto nos quejamos. Se notaba tan real como irral al mismo tiempo. Solo de algo estaba seguro, y sin importarme si en realidad estaba soñando o si estaba viviendo la pesadilla de un ensueño, la bestia se acercaba a mí, a esta niña, que representaba todo lo contrario, ¿no?

Porque en el instante al que volteo a verla, allí está, con sus ojos cristalizados, iris casi radiantes, cabellos lisos, delgados y largos. ¿Acaso no representa pureza? ¿O por qué está aquí? Grita, y para cuando escucho su voz, ésta sale en un hilo que me deja petrificado, por poco, completamente inmóvil, haciendo que la bestia gane ventaja y se acerque aún más. Como un boceto alterado que cambia cuando se mueve, no hay ojos, lo que sí, son dos luces rojas, mismas que absorben todo su cuerpo, gris, casi negro. Es un huracán personificado, mientras ambos corremos, estamos justo debajo del lavaplatos de la cocina, por la que comienza a salir un líquido café-rojizo. Aspiro y si e olfato no me falla, sé que he tocado fondo cuando el olor es a un hierro intenso, más no-metálico y sé bien que eso es lo que distingue a la sangre de cualquier metal.

Nunca debí meterme ahí, lo sé, porque estoy cayendo hondo en una trampa que yo mismo diseñé.

Se escucha un gemido, más no es dolor sino el placer que le genera saber que se alimenta de nuestro pánico, nuestras lágrimas caerán olvidadas en una escena del crimen en donde los únicos testigos no saben si están muertos o vivos, donde ya no tiene importancia seguir interrogando, pues carece de sentido, carecemos de cordura y lo acepto. Comienzo a pensar, que debo adaptarme a esta realidad disociada de la que solía tener. La bestia tiene una especie de voz que se asimila más como un conjunto caótico de sonidos, pero no al azar, porque tiene bien en claro cuáles son sus intenciones, que repite hasta el cansancio, que somos nosotros quienes debemos alimentarnos y no él, que no estará satisfecho hasta vernos saciados, pero claro, el concepto de sus palabras no son honestas.

Lo que nos rodea es un ambiente blanco, con manchas amarillas, imagino yo, que es grasa, pues seguimos en la cocina y estamos encerrados, estoy a la espera de una señal que me diga que debo comenzar a actuar, pero no sé cuál, y más temprano que tarde, perderé la paciencia. Ella me mira, sus iris temblando como los nervios de mi estómago, ojos rojizos pero sin lágrimas ahora. Ahora no puedo pensar más que en su belleza natural, y no de una manera morbosa, es tan pura que dan ganas de protegerla y sacarla de este mundo insano.

Pero, ¿cuál mundo? ¿Acaso ella es real?

Estoy por rendirme cuando me concentro en el sonido de la nada: exacto, un silencio absoluto—más no es cálido—hace que me sienta invadido, esa cosa está detrás mío haciendo guardia para cuando salgamos. El lavaplatos pasa de soltar una gotera a derramar litros enteros del líquido rojizo, comienza a apestar, veo los brazos de la niña, que antes eran tan blancos y aterciopelados, ahora aparecen rasguños, son cortes profundos, me arde de tan solo verlo. Voy queriendo encontrar respuestas y solo logro contradecirme, quiero caminar pero solo logro correr y dar vueltas en círculos dentro de mi mente, pienso, hago el intento y entonces...

Slowtown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora