1: En el castillo del príncipe vampiro

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Imperio del Acero

Año 860 D.O.

Cuando la noche tiñó de negro el cielo, los ojos de Rune se abrieron. La cabeza le dolía y sentía un frío horrible trepar por sus huesos. Trató de moverse, pero se dio cuenta de que sus manos y pies permanecían encadenadas a la pared. No había mucha luz, sin embargo, pudo notar que estaba en una pequeña celda recubierta de reluciente acero.

Sigo vivo, pensó tras recuperar el sentido.

Los últimos momentos antes de desmayarse se agolparon en su mente. Deseó que la mujer y Archer hubieran podido escapar. ¿Dónde lo habían llevado?, sentía la boca seca y el cuerpo entumido. Intentó soltarse de las cadenas, pero fue inútil.

—Si tan solo tuviera algo de polvo negro...

La puerta de acero se abrió repentinamente, y una figura alargada y siniestra entró en la celda. Se acercó al muchacho como una serpiente, rápida y sigilosa, y peligrosa. Sus ojos del color de plata se clavaron en los de Rune, y mientras lo tomaba del mentón, olió su cabello de fuego, luego su piel y, asqueado, lo soltó. El joven santo se estremeció, era la primera vez que estaba tan cerca de un príncipe vampiro. Y tal cercanía le permitió descubrir que la criatura expelía un suave aroma a metal. Le pareció que el hombre estaba hecho con el mismo acero que los rodeaba. Sin duda, era un vampiro único. Seductor a su manera.

Y pese a que Rune se sentía como una presa a punto de ser devorada, se percató de que su captor no lo veía de esa forma. No había esa intención en su mirada metálica.

—Has despertado, santo —dijo en un siseo siniestro. Se incorporó, y sin más, salió de la celda.

Un instinto salvajee recorrió el cuerpo de Rune. Estaba justo donde nadie esperaba estar: en la cueva de la bestia. Tenía que salir de allí, pero atado como estaba y sin ninguna reserva de polvo negro a su disposición no tenía muchas opciones para liberarse.

¡Que Ashém se apiade de mí!

No sabía cuánto tiempo había pasado cuando la puerta volvió a abrirse. Esta vez un hombre encapuchado y ataviado con una túnica color marfil, entró. Su cuello estaba definido por grotescos tatuajes simbólicos que se perdían bajo su ropa. La piel era oscura, y se notaba que por sus venas corría sangre cálida y libre de contaminación vampírica. La boca de labios finos se entreabrió con un gesto de sorpresa al ver al prisionero. Aquella expresión duró solo un momento, luego fue reemplazada por una sonrisa extraña y siniestra al acercarse a él.

—Hola, exterminador de vampiros —le dijo, arrastrando cada palabra fuera de sus labios. Y rio.

Rune se sintió furioso ante un traidor, porque ese sujeto había abandonado a su gente para servir a los vampiros. No podía dejar de pensar en aquellos que como él, que por sus ansias de poder, eternidad tal vez, tomaron la tonta decisión de irse al lado de la oscuridad.

El hombre se acercó lentamente y posó los dedos largos y callosos en su mejilla. Un escalofrío recorrió su rostro ante el tacto de los dedos ásperos. Un oleada de rechazo la envolvió como una armadura. Y cuando habló, lo hizo de la manera más despectiva posible:

—¡Maldito traidor, no me toques! —Apartó la cara de las manos del encapuchado.

Él se rio divertido por el gesto de su prisionero.

—Otro idealista exterminador que cree que puede detener al Señor del Acero. Dime, ¿qué haré contigo?

—¡Mátame, y no dudes en hacerlo porque si me das la oportunidad, yo no vacilaré contra un renegado! —espetó el muchacho con una mirada desafiante.

El Alma del Vampiro, libro I (PRONTO EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora