El acosador inofensivo

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La streaper había terminado su show entre sofocados aplausos y vítores con distintos grados de picardía. Escuchaba a gritos las propuestas diversas, desde quien ofrecía los 5 mejores minutos de su vida hasta un amor eterno. Muchas de sus compañeras se iban con unos u otros, pero ella estaba segura de la línea que nunca cruzaría.
En su compacto camerino releyó la última carta de aquel acosador. Ya se había formado parte de la rutina: sentarse en el pequeño tocador de espejo roto, desmaquillarse, ojear unas cuántas líneas dedicadas y vestirse. Las cartas llevaban mes y medio apareciendo. Llegaban poco antes de empezar el espectáculo así que la atención que les podía dedicar era mínima. Nunca nadie veía nada, nunca nadie sabía nada. Ella debía acostumbrarse a los fans. tanto como a los acosadores. Todas las celebritys tienen y ella pretendía ser actriz. Dejó la carta junto al resto. Las guardaba todas en su lugar de trabajo. No eran palabras para cargar hasta casa y enseñárselas a mamá al día siguiente durante el desayuno. Creía ir por buen camino hacia sus sueños si ya le llegaban ese tipo de atenciones tan personales.
No le daba mayor importancia. En definitiva, no diferían tanto esos escritos de las palabras de amor o lujuria que profesaban sus admiradores durante el show. Palabras a sus pechos. No a ella. Ya se comentaba en su libro preferido, El juego de Gerald: la mujer como sistema de vida para un coño. Sobre aquel escenario ella era solo la mujer que enseñaba esos pechos, no la mujer que quería ser actriz. La que soñaba con interpretar drama en un teatro, en hacer llorar con su llanto, en que le gritasen guapa por apreciar su talento, no por un cuerpo que casi no era merito suyo.
Nunca imaginó que aquellos escritos pasarían de ser solo proposiciones. Pero ahí estaba él de pie en su camerino. Vio su reflejo resquebrajado en el espejo y, antes de poder gritar, el extraño le oprimía el cuello con un pañuelo que le resultaba muy familiar. Era suyo. Ese pañuelo se lo había lanzado a aquel hombre de cara confundible mes y medio atrás. Lo había lanzado al público y de casualidad lo recogió él. Para ella fue un hecho sin más, rutina, parte del show, contacto con sus admiradores o con futuros posibles mecenas. Para él fue su único momento notable.
Durante toda su vida se había sentido invisible. Su propia madre lo llamaba por el nombre de su hermano o de su padre, pero nunca confundía los nombres de su hermano o su padre con el suyo. Hasta aquella en la que alcanzó el pañuelo ninguna mujer se había desnudado para él, o lo que él creyó que era para él. Aquella noche el resto del local había desaparecido, el resto del mundo había desaparecido y solo existía ella.
Ella de quien no sabía el nombre. Ella a quien regresó a ver cada noche. Ella a quien le confesó sus sentimientos cada día luego del primer encuentro. Ella cuya vida estaba reclamando en ese instante. Ella cuyo rostro adquiría un tono más y más violeta. Ella que se desplomó sobre la cálida y polvorienta alfombra con las huellas de su agarre marcadas en el cuello.
-Te lo advertí muchas veces -dijo el acosador hasta entonces inofensivo-, eres solo mía -besó los labios del cadáver de la chica del pañuelo y pechos bonitos.

Susurros en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora