La luz de la luna se cuela por las ventanas del comedor donde mis amigas insisten en recitar cánticos ridículos de un libro viejo a la luz de unas velas.
—No deberíamos jugar con estas cosas —protesto finalmente.
—¿Tú no eras la escéptica? ¿De qué tienes miedo? —refuta Aimé luego de colocar el dichoso libro en el centro de la mesa.
—Yo creo en los objetos inflamables y en la torpeza humana —le respondo—. ¿Crees que tener un libro de a saber cuál de tus ancestros rodeado de velas en una mesa de madera es una buena idea?
—Yo tampoco estoy muy segura de ésto, Am —interviene Siara, echándole un vistazo al “ritual” que quieren recrear.
—Vamos, ¿vas a acobardarte tú también? Ya lo tenemos todo listo.
Aimé toma asiento dando por cerrada cualquier línea de debate y entrelaza los dedos esperando que la imitemos. Las llamas de una vela cercana resaltan el brillo de impaciencia en sus ojos.
Siara la sigue, como de costumbre. Es su cachorro particular. Y yo soy el de ambas, así que también me siento, preguntándome qué demonios hago aquí.
Aimé y Siara llevan toda la vida siendo amigas y esa dinámica de amo y sirviente parece funcionarles, pero una tercera persona solo podría valerles de bufón. Ese es mi papel.
Aun sabiéndolo no me voy, sino que obedezco y les tomo las manos. Aun pensando miles de otras formas de pasar el tiempo, recito el cántico junto a ellas. Aun siendo escéptica, no puedo evitar que un escalofrío me recorra la columna cuando una brisa seca llegada de ninguna parte apaga de sopetón todas las velas, ni ahogar un grito cuando Siara se alza de la silla y del suelo; cuando sus ojos, convertidos en dos pozos de humo espeso, se fijan en mí y me señala con una mano temblorosa.
Siento el sabor del metal en la boca. Noto cada fragmento de mí clavado a la silla y flotando a la vez y miro en derredor en busca de algún consuelo. Aimé ha desaparecido. En la mesa solo quedamos el libro viejo salpicado de sangre y yo.
Despierto de un sobresalto amordazada, atada de pies y manos y rodeada de velas sobre la mesa del comedor. Un siseo constante que no sé de dónde proviene me hiela la sangre. Siara sostiene el libro viejo con recelo.
—Al fin despiertas —me dice y acaricia la página mientras murmura el cántico.
—Lo sentimos, Deby —habla Aimé a mi espalda y el siseo se detiene. Ella rodea la mesa para que pueda verla. La luz de la luna que se cuela por las ventanas del comedor se refleja en el cuchillo que sostiene—. El ritual requiere una víctima.
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Susurros en lo profundo
RandomToma asiento y no cruces las manos o las piernas, no te defiendas, deja que el libro te atrape. No demasiado o no sabrás regresar. No apagues las luces y vigila que todo esté cerrado, o abierto, como más seguro/a te sientas. Corrobora que alguien pu...