El viento helado azotaba mi rostro mientras caminaba hacia las imponentes puertas de hierro que marcaban la entrada del Instituto Tenebris. El viaje hasta aquí había sido largo y agotador, y el paisaje desolado de las montañas parecía haber absorbido cualquier rastro de calidez o esperanza. Era un escenario sombrío, perfecto para un lugar que ya se sentía tan extraño como el instituto.

Mientras avanzaba, el sonido de mis pasos resonaba en la quietud del entorno, cada crujido de la nieve bajo mis botas me recordaba lo fuera de lugar que me sentía. Me aferré a mi abrigo, como si eso pudiera protegerme del frío o, al menos, de la inquietud que crecía en mi interior con cada paso que daba hacia esas puertas ominosas.

Había algo en el aire, una sensación palpable de que este lugar no era como cualquier otro. Había oído rumores, leyendas sobre lo que se escondía tras los muros de Tenebris, pero nada me había preparado para el frío que calaba en mis huesos, como si el propio instituto me rechazara, me advirtiera que aún estaba a tiempo de dar la vuelta y marcharme.

Mis manos temblorosas alcanzaron las grandes puertas, notando cómo el metal parecía vibrar bajo mi toque, como si algo dentro de ellas latiera con vida propia. Una vida antigua y peligrosa. Con un esfuerzo, empujé, y las puertas se abrieron con un chirrido que resonó en la quietud de la montaña. Di un paso al interior, y en ese instante supe que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.

El vestíbulo era amplio, iluminado solo por la tenue luz que entraba a través de los altos ventanales cubiertos de escarcha. Las sombras danzaban en las paredes de piedra, creando figuras inquietantes que parecían observarme. Todo en el Instituto Tenebris parecía diseñado para recordarme lo pequeña e insignificante que era en comparación con el vasto y antiguo poder que se respiraba en cada rincón.

Avancé lentamente, mi corazón latiendo con fuerza en mis oídos, como si quisiera advertirme de un peligro inminente que aún no podía identificar. ¿Qué estaba haciendo aquí? Una pregunta que me había hecho incontables veces desde que recibí la carta de aceptación. Todo había sucedido tan rápido. Apenas había terminado de leer la carta, y ya estaba empacando mis cosas, dejando atrás la vida que conocía para sumergirme en un lugar donde no conocía a nadie, donde no tenía a nadie en quien confiar.

Excepto quizás por él.

Había oído su nombre en susurros durante el viaje. Héctor Fort. Un nombre que resonaba en los pasillos como un eco antiguo, un vestigio de una época que nadie aquí había vivido, y sin embargo, todos parecían conocer. Lo describían como un enigma, una figura envuelta en misterio y poder. Un vampiro, decían algunos. Un monstruo, afirmaban otros. Pero lo que más me intrigaba era el temor con el que lo mencionaban, como si simplemente pronunciar su nombre fuera un desafío a las fuerzas que controlaban este lugar.

Caminé por los pasillos del instituto, intentando mantener la calma mientras las miradas de los estudiantes se clavaban en mí. Sabía que no encajaba aquí. No solo por ser una recién llegada, sino por ser diferente. Humana. Mientras todos aquí eran algo más. Algo que ni siquiera podía empezar a comprender. Algunos me miraban con desdén, otros con curiosidad, pero lo que más me inquietaba era la hostilidad que sentía en esas miradas. Como si mi presencia aquí fuera una amenaza, una intrusión en un mundo al que no pertenecía.

Intenté ignorar los murmullos y las miradas, concentrándome en llegar a mi habitación. Necesitaba un momento para procesar todo lo que estaba sucediendo, para convencerme de que había tomado la decisión correcta al venir aquí. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de girar en un pasillo, sentí una presencia detrás de mí.

Me volví lentamente, mi corazón latiendo con fuerza, y lo vi por primera vez. Héctor Fort. Estaba parado a unos metros de distancia, su figura alta y delgada destacando entre las sombras que lo rodeaban. Su piel era pálida, casi translúcida, y sus ojos, oscuros como la noche, me observaban con una intensidad que me dejó sin aliento.

Había algo en su mirada que me atraía y me repelía al mismo tiempo. Una mezcla de curiosidad y desdén, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos, cada pensamiento que pasaba por mi mente. Era imposible no sentirse pequeña bajo esa mirada, como si él pudiera ver a través de mí, ver todo lo que intentaba ocultar, todos mis miedos y dudas.

El silencio entre nosotros se extendió durante lo que parecieron horas, hasta que finalmente, con una voz suave pero cargada de autoridad, Héctor rompió el silencio.

—No deberías estar aquí.

Su voz era tan fría como el viento que azotaba las montañas, pero había algo más en ella, una nota de advertencia que me hizo estremecer. No supe qué responder. Había tantas cosas que quería decir, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.

—Este lugar no es para ti —continuó, dando un paso hacia adelante—. Deberías marcharte antes de que sea demasiado tarde.

La amenaza implícita en sus palabras era clara, pero en lugar de asustarme, sentí una extraña sensación de desafío creciendo dentro de mí. No sabía por qué, pero algo en su presencia me hacía querer quedarme, descubrir lo que él sabía, entender lo que estaba pasando en este lugar.

—No puedo irme —respondí finalmente, sorprendiéndome a mí misma por la firmeza en mi voz—. Este es mi lugar ahora.

Héctor me observó en silencio por un momento, y por un instante, vi algo en sus ojos que no había esperado. Una chispa de interés, de sorpresa, como si no estuviera acostumbrado a que alguien se le enfrentara. Pero tan rápido como apareció, esa chispa desapareció, reemplazada por la misma frialdad de antes.

—Ten cuidado, humana —dijo en un tono bajo, casi un susurro—. Aquí no eres más que una presa, y las sombras que te rodean no tienen misericordia.

Con esas palabras, Héctor se dio la vuelta y desapareció en las sombras del pasillo, dejándome sola con mis pensamientos y con un miedo creciente que se mezclaba con una inexplicable atracción hacia él.

¿Qué había sido ese encuentro? ¿Por qué sentía que había algo más en sus palabras, algo que no podía comprender del todo? Las dudas comenzaron a asaltarme, pero al mismo tiempo, una nueva determinación se asentó en mi corazón. Tenía que descubrir lo que estaba pasando en este lugar, lo que Héctor y los otros estaban escondiendo. Y aunque él me había advertido que me alejara, algo me decía que el destino tenía otros planes para nosotros.

Y así, con el sonido de los murmullos y los ecos del pasado resonando en mis oídos, me dirigí hacia mi habitación, sabiendo que mi vida había cambiado para siempre.

La noche cayó rápidamente sobre el Instituto Tenebris, envolviendo los muros antiguos en una oscuridad que parecía viva. El viento silbaba a través de las ventanas, haciendo que el edificio crujiera como si estuviera respirando. Mi habitación era pequeña y fría, con una cama de madera antigua y una ventana que daba al bosque sombrío que rodeaba el instituto. Desde mi cama, podía ver la luna llena brillando débilmente entre las nubes, su luz apenas capaz de penetrar las sombras que parecían envolverlo todo.

A pesar del cansancio, el sueño no llegaba. Mi mente estaba llena de pensamientos confusos, de imágenes de Héctor y de sus palabras, que resonaban en mi cabeza una y otra vez. "No deberías estar aquí... No eres más que una presa... Las sombras no tienen misericordia."

Intenté tranquilizarme, diciéndome a mí misma que todo esto era solo el miedo a lo desconocido, que estaba dejando que mi imaginación se descontrolara. Pero había algo en ese lugar, en las miradas de los estudiantes, en la presencia de Héctor, que me decía que esto no era solo mi mente jugándome malas pasadas. Había algo oscuro y peligroso en el Instituto Tenebris, algo que no podía ignorar.

Finalmente, decidí que no podía quedarme en la cama, esperando que el sueño llegara. Me levanté y me acerqué a la ventana, abriéndola un poco para dejar que el aire frío de la noche entrara en la habitación. Respiré profundamente, intentando calmar mis nervios. Afuera, el bosque estaba en silencio, pero había una tensión en el aire, como si la misma naturaleza estuviera en alerta.

De repente, algo llamó mi atención. Una figura se movía entre los árboles, apenas visible en la penumbra. Mi corazón dio un vuelco. ¿Quién podría estar en el bosque a estas horas de la noche? Observé con atención, y entonces lo vi. Era Héctor. Estaba caminando entre los árboles, no pude dejar de pensar en lo atractivo que se me hacía, deje de pensar en ello y me fui a la cama, mañana sería un gran día.

Una historia un poco diferente, espero que le deis todo el apoyo, ya sabéis darle ⭐, vos estime.

MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora