La tarde en la habitación de Elara y Miya se había convertido en un refugio de conocimiento y camaradería, un momento de respiro en medio de la tormenta que era mi vida en el Instituto Tenebris. Sin embargo, a medida que el sol se hundía en el horizonte y las sombras se alargaban, sentí que una verdad ineludible empezaba a acercarse, una verdad que había estado escondiendo desde mi llegada. Mis amigas me habían mostrado su mundo, compartido conmigo sus secretos y enseñado sobre las criaturas que lo habitaban. Ahora era mi turno de revelar por qué había llegado a este lugar tan extraño y peligroso.

Miya y Elara estaban sentadas frente a mí, con una confianza tranquila en sus ojos, esperando que continuara la conversación. El silencio se hizo más pesado a medida que las palabras se acumulaban en mi mente, luchando por salir.

Tomé un sorbo del té que aún sostenía, el calor calmando un poco mis nervios, antes de hablar.

—Hay algo que no os he contado —empecé, mi voz apenas un susurro—. Algo sobre por qué estoy aquí, en Tenebris.

Las chicas intercambiaron miradas, pero no me interrumpieron. Sabían que necesitaba tiempo para desenterrar la historia que había guardado tan celosamente.

—Antes de venir aquí, yo vivía una vida normal, o al menos tan normal como podía ser. Mis padres... —mi voz se quebró ligeramente al mencionarlos, y tomé una respiración profunda para recuperar la compostura—. Mis padres eran todo para mí. Vivíamos en un pequeño pueblo, alejado de cualquier cosa remotamente mágica o sobrenatural. Para mí, ellos eran solo eso, mis padres, personas normales con trabajos normales. Nunca imaginé que había algo más.

Elara me ofreció una mirada comprensiva, pero no dijo nada, permitiéndome continuar.

—Pero todo cambió hace unos meses —dije, mis manos temblando ligeramente mientras recordaba—. Una noche, mientras estaba en mi habitación, recibí una carta extraña. No había sello postal ni dirección de remitente, solo mi nombre, escrito con una caligrafía antigua y elegante. La carta decía que mis padres habían muerto en un accidente.

Sentí el dolor agudo de la pérdida una vez más, como si la noticia fuera fresca, y me costó continuar.

—No sabía qué hacer —admití, mi voz apagada—. La carta decía que debía venir al Instituto Tenebris, que era un lugar seguro para mí. También mencionaba que mi padre había estudiado aquí cuando era joven, algo de lo que nunca me había hablado. No tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero en ese momento, no tenía a dónde más ir.

—¿Y tus padres...? —preguntó Miya suavemente, sin terminar la pregunta, pero dejándola colgando en el aire.

—Nunca encontré sus cuerpos —respondí, sintiendo la angustia de la incertidumbre apoderarse de mí—. Las autoridades dijeron que habían muerto, pero no había pruebas claras. Solo la carta, que parecía saber más que cualquier otra persona.

Elara frunció el ceño, su mente claramente trabajando en lo que acababa de escuchar.

—Judith, eso suena como algo más que un simple accidente —dijo, su tono lleno de preocupación—. ¿Estás segura de que no hay más en esta historia?

Negué con la cabeza, sintiéndome más confundida y frustrada que nunca.

—Eso es todo lo que sé —respondí, con la voz temblorosa—. Desde que llegué aquí, he estado buscando respuestas, pero lo único que he encontrado son más preguntas. No sé por qué me trajeron aquí, no sé qué le pasó realmente a mis padres, y no sé qué tiene que ver todo esto con mi padre haber estado aquí.

Miya y Elara intercambiaron otra mirada, y pude ver que estaban tan preocupadas como yo. Había algo profundamente inquietante en la situación, algo que incluso ellas, con todo su conocimiento y experiencia, no podían entender por completo.

MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora