La luna llena brillaba con fuerza aquella noche, bañando el instituto y sus alrededores con una luz plateada. Después de todo lo que había descubierto sobre mi familia, sobre Morgause, y sobre la peligrosa conexión que tenía con Morgana, sentía la necesidad de escapar, aunque fuera solo por un momento. Mi cabeza estaba llena de preguntas, miedos y pensamientos enredados que no me dejaban tranquila. Necesitaba un respiro, un lugar donde poder pensar con claridad.

Estaba sola en uno de los balcones del instituto, mirando la inmensidad del bosque que se extendía más allá de los muros. La brisa nocturna acariciaba mi rostro, pero no lograba apaciguar la tormenta que rugía en mi interior. Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera escuché los pasos ligeros que se acercaban a mí.

—Judith —la voz de Héctor resonó en el silencio de la noche, profunda y suave a la vez.

Me giré lentamente, encontrándome con su mirada intensa. Estaba ahí, de pie, en la penumbra del balcón, observándome con esos ojos que parecían capaces de ver más allá de mis pensamientos, directamente en mi alma.

—Héctor —dije en un susurro, sorprendida de verlo—. ¿Qué haces aquí?

Él se acercó lentamente, con esa elegancia natural que parecía formar parte de su ser. Cada movimiento suyo era preciso y fluido, como si estuviera en perfecto control de cada parte de su cuerpo. Había algo en él que siempre me hacía sentir una mezcla de seguridad y vértigo, como si estuviera cerca de algo peligroso, pero al mismo tiempo, en un lugar donde no podría sufrir daño alguno.

—Te vi salir de la biblioteca —respondió—. Parecías... inquieta.

Sonreí con amargura y volví a mirar el bosque.

—Supongo que tengo razones para estarlo —murmuré—. Mi vida ha cambiado tanto desde que llegué aquí. Descubrí cosas sobre mi familia que nunca hubiera imaginado, y ahora siento que hay tantas expectativas sobre mí... No sé si estoy lista para todo esto.

Héctor se quedó en silencio por un momento, y luego, sin previo aviso, se acercó más a mí. Sentí su mano en mi espalda, suave pero firme, y antes de que pudiera reaccionar, me había levantado en sus brazos.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sorprendida, pero sin sentir miedo.

—Confía en mí —respondió él con una calma inquebrantable—. Hay un lugar donde puedes relajarte, donde no hay expectativas ni responsabilidades, solo paz.

No discutí. Algo en su tono, en su presencia, me hizo sentir que podía dejarme llevar por él. Así que, apoyando mi cabeza en su pecho, me dejé llevar.

Héctor se movía con una velocidad sobrenatural, casi imperceptible. El viento azotaba mi rostro mientras él corría a través de los terrenos del instituto, llevándome lejos de los muros y del peso de todo lo que había descubierto. Sentí como si volara, libre de las cargas que normalmente pesaban sobre mis hombros.

Finalmente, después de lo que pareció solo un suspiro de tiempo, nos detuvimos. Héctor me bajó con suavidad, y cuando mis pies tocaron el suelo, me di cuenta de que estábamos en un claro del bosque. Los árboles altos nos rodeaban, sus hojas susurrando con la brisa nocturna. En el centro del claro había un pequeño lago, cuyas aguas reflejaban la luz de la luna como un espejo de plata.

El lugar era mágico, tranquilo y sereno, como si estuviera apartado del mundo. Aquí, los problemas parecían lejanos, irreales. Me quedé mirando el lago, maravillada por la belleza del lugar.

—Es... hermoso —dije en voz baja, casi temiendo romper la quietud del entorno.

Héctor se quedó a mi lado, en silencio, observando el mismo paisaje.

—Este es mi lugar —dijo finalmente—. Vengo aquí cuando necesito pensar, cuando el peso de los siglos se vuelve demasiado. Nadie más conoce este lugar.

Su confesión me sorprendió. Héctor siempre había sido una figura misteriosa, distante, y el hecho de que me trajera aquí, a su refugio personal, me hizo sentir especial, como si entre nosotros hubiera algo más que una simple conexión pasajera.

—Gracias por traerme —dije, girándome para mirarlo a los ojos.

Él me devolvió la mirada, su rostro iluminado por la suave luz de la luna. Había algo en su expresión, una vulnerabilidad que no había visto antes. Héctor, el vampiro frío y distante, el ser inmortal que había vivido siglos, parecía por un momento tan humano como yo.

—Te he visto luchar contra todo esto desde que llegaste, Judith —dijo suavemente—. Luchar contra lo que te han dicho que eres, contra lo que te han dicho que debes hacer. Pero quiero que sepas que, sin importar lo que pase, no estás sola en esta lucha.

Sus palabras me conmovieron más de lo que quería admitir. Me acerqué un poco más a él, sintiendo la necesidad de estar más cerca, de conectarme con la única persona que parecía comprender, aunque solo fuera un poco, lo que estaba atravesando.

—Gracias, Héctor —murmuré, sin apartar la mirada de sus ojos—. Significa mucho para mí oír eso.

Nos quedamos allí, uno frente al otro, rodeados por la naturaleza tranquila, por el susurro del viento y el reflejo de la luna en el lago. El tiempo parecía detenerse, como si en ese claro, en ese momento, solo existiéramos nosotros dos.

Héctor levantó una mano y la colocó suavemente en mi mejilla. Su toque era frío, pero no incómodo. Era un frío reconfortante, como el de una brisa fresca en un día caluroso. Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la sensación, del peso de su presencia cerca de mí.

Cuando volví a abrir los ojos, lo vi inclinarse hacia mí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho, y aunque parte de mí sabía lo que estaba a punto de suceder, no me sentía asustada ni nerviosa. En su lugar, sentí una calma inesperada, una certeza de que esto, lo que fuera que estaba sucediendo entre nosotros, era algo inevitable.

Héctor se detuvo a solo un suspiro de distancia, sus labios apenas rozando los míos. Podía sentir su aliento frío, pero no me aparté. Y entonces, en ese claro, bajo la luz de la luna, nos besamos.

Fue un beso suave, casi etéreo, como si ambos temiéramos romper la magia del momento. Pero a medida que el beso continuaba, se profundizó, convirtiéndose en algo más, en una promesa tácita de lo que estaba por venir. Sus labios eran fríos, pero su beso era cálido, lleno de una emoción que nunca había sentido antes.

Cuando finalmente nos separamos, quedamos en silencio, nuestras frentes aún tocándose. El mundo a nuestro alrededor parecía haberse desvanecido, dejando solo a Héctor y a mí en ese momento.

—No sé qué va a pasar después de esto —susurré, sintiendo que mi corazón aún latía con fuerza.

Héctor sonrió suavemente, un gesto que rara vez veía en él, pero que siempre lograba calmarme.

—Tampoco yo —admitió—. Pero lo descubriremos juntos.

Nos quedamos allí por un rato más, disfrutando de la tranquilidad del bosque, del claro, de la presencia del otro. Sentía que, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado un lugar donde podía ser yo misma, donde no tenía que cargar con el peso de las expectativas de los demás.

Y aunque no sabía qué depararía el futuro, sabía que con Héctor a mi lado, tal vez, solo tal vez, podría enfrentar cualquier cosa que viniera.


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MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora