El amanecer en el Instituto Tenebris era un espectáculo de sombras y luces difusas, un reflejo perfecto del ambiente inquietante que envolvía el lugar. Esa mañana, tras la revelación de Héctor en mi habitación, apenas había pegado ojo. Mi mente seguía atrapada en la maraña de preguntas que había dejado su conversación, cada una más inquietante que la anterior. Sin embargo, había algo que sabía con certeza: necesitaba respuestas, y solo había una persona más en el Instituto que podría dármelas. El director.

Había algo en la figura del director Blackwood que siempre me había intimidado. Desde el primer día, su presencia había sido una constante ominosa, una figura de autoridad que parecía saberlo todo sobre cada estudiante en el Instituto, y más aún, sobre mí. Aunque rara vez lo veía fuera de las ceremonias oficiales, la idea de encontrarme a solas con él me llenaba de un temor inexplicable, pero también de una sensación de necesidad. Si alguien tenía más información sobre mi padre, ese debía ser él.

Me dirigí al despacho del director con el corazón latiendo rápidamente, cada paso resonando en los pasillos silenciosos. El edificio principal de Tenebris era una estructura antigua, con techos altos y paredes cubiertas de tapices descoloridos por el tiempo. Había una belleza sombría en su diseño, una mezcla de lo gótico y lo misterioso que encajaba perfectamente con el aura del Instituto. Finalmente, llegué a las grandes puertas de madera oscura que conducían a la oficina del director. Respiré hondo antes de levantar la mano y golpear con decisión.

—Adelante —respondió una voz profunda desde el otro lado.

Abrí la puerta y entré. El despacho era amplio y majestuoso, decorado con estanterías llenas de libros antiguos y reliquias extrañas. Una gran ventana detrás del escritorio permitía que la luz se filtrara, aunque el cielo nublado apenas dejaba entrar más que una tenue iluminación. El director Blackwood, un hombre alto y esbelto con cabello plateado y ojos penetrantes, estaba sentado detrás de un escritorio de caoba, revisando un viejo manuscrito. Al verme, levantó la vista, y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, aunque no alcanzó sus ojos.

—Judith Leighton —dijo con su voz grave, haciendo un gesto para que me acercara—. Qué sorpresa tan inesperada. Por favor, siéntate.

Obedecí, tomando asiento en una silla frente a él. Sentía la tensión en el aire, como si cada palabra que pronunciara pudiera desatar una reacción que no podía prever.

—Gracias, director Blackwood —dije, tratando de sonar segura a pesar de la inquietud que me invadía—. Vengo a hablar con usted sobre mi padre.

El director asintió lentamente, entrelazando sus dedos sobre el escritorio. Sus ojos no se apartaron de mí ni un segundo, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos, cada expresión.

—Tu padre, Marcus Leighton, fue un hombre fascinante —dijo finalmente—. Un estudiante brillante, con una pasión inusual por la historia y los misterios que rodean a este lugar. Pero también fue alguien que, a lo largo de su vida, se encontró atrapado en los mismos secretos que tanto ansiaba descubrir.

Su tono era suave, casi paternal, pero había una dureza subyacente que me hizo sentir aún más incómoda. No obstante, no estaba dispuesta a echarme atrás. Tenía que saber más.

—Héctor Fort me habló de él anoche —dije, observando cuidadosamente la reacción del director al mencionar a Héctor—. Me dijo que mi padre estaba relacionado con un conflicto entre vampiros y hombres lobo, y que había descubierto algo que podría cambiar todo.

El director no pareció sorprendido al escuchar esto. En lugar de eso, dejó escapar un leve suspiro, como si se hubiera esperado esta conversación en algún momento.

MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora