El atardecer se cernía sobre el Instituto Tenebris, llenando los pasillos con un resplandor naranja y rojo que contrastaba con el ambiente frío y sombrío del lugar. Había sido otro día agotador, lleno de clases y miradas furtivas de los otros estudiantes. Aunque Elara y Miya se habían convertido en mis aliadas en este extraño mundo, aún me sentía aislada, como si caminara entre sombras que susurraban secretos a los que yo no tenía acceso.

Después de las clases, decidí ir a la biblioteca. Tenía la esperanza de encontrar algún refugio en medio de tanto caos. Además, necesitaba investigar sobre las criaturas que habitaban este instituto, sobre todo los vampiros. Desde mi primer encuentro con Héctor, sentía una necesidad creciente de comprender a esas enigmáticas criaturas que parecían dominar Tenebris.

La biblioteca era enorme, con techos altos y estanterías que se elevaban hacia el infinito, llenas de libros antiguos y polvorientos. Cada rincón parecía esconder un misterio, y el olor a pergamino envejecido llenaba el aire. A medida que me adentraba en las filas de estanterías, me sentí envuelta en una especie de calma que no había experimentado desde que llegué a este lugar.

Comencé a hojear un viejo tomo sobre las leyendas de los vampiros, tratando de entender lo que hacía que Héctor y los demás fueran tan diferentes a los humanos. Estaba absorta en mi lectura cuando escuché un ruido detrás de mí. Al principio, lo ignoré, pensando que era solo el crujido de la madera o el susurro del viento colándose por alguna ventana entreabierta. Pero el ruido se hizo más fuerte, más claro, hasta que no pude seguir ignorándolo.

Me giré y me encontré con una figura alta y delgada, que se acercaba por el pasillo entre las estanterías. Tenía una sonrisa maliciosa en el rostro, y sus ojos brillaban con una intensidad inquietante. No lo había visto antes, pero no cabía duda de que era un vampiro. Había algo en su porte, en la forma en que se movía, que lo delataba.

—Tú debes ser la nueva chica —dijo, con un tono de voz que pretendía ser amistoso, pero que solo logró ponerme en guardia.

—Sí, soy Judith —respondí con cautela, sin apartar la vista de él.

—Judith... un nombre interesante —dijo mientras se acercaba más. Había algo en su sonrisa que me hizo sentir una incomodidad creciente—. Soy Lucien, recién llegado, como tú. Pero a diferencia de ti, yo sí pertenezco aquí.

La última frase la dijo con un tono burlón, y mi incomodidad se convirtió en una sensación de peligro inminente. Empecé a retroceder, tratando de mantener la distancia entre nosotros, pero Lucien siguió avanzando, acorralándome contra la estantería.

—¿Sabes? Hay una tradición aquí en Tenebris —continuó, su voz ahora en un susurro que me heló la sangre—. Cuando alguien nuevo llega, especialmente si es humano, los demás suelen... darles una bienvenida especial.

El corazón me latía con fuerza mientras trataba de pensar en una manera de salir de aquella situación. Podía sentir la intensidad de su mirada fija en mí, como si ya hubiera decidido lo que iba a hacer. Y en ese momento, entendí el verdadero significado de la palabra "depredador".

—No estoy interesada en ninguna novatada, Lucien —dije, tratando de mantener la calma en mi voz, aunque el pánico empezaba a invadirme.

Lucien soltó una carcajada suave, pero no dejó de avanzar. Su presencia era abrumadora, como si el aire a su alrededor se volviera más denso, más oscuro.

—No se trata de si estás interesada o no, Judith. Aquí las cosas no funcionan así. Aquí, tomamos lo que queremos —susurró mientras su rostro se acercaba peligrosamente al mío, sus ojos brillando con una promesa siniestra.

Mis manos comenzaron a temblar mientras me presionaba contra la estantería, sin dejarme espacio para escapar. Su aliento frío rozó mi piel, y la desesperación comenzó a instalarse en mi pecho. Intenté apartarlo con mis manos, pero él era demasiado fuerte, demasiado rápido.

MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora