El día comenzó con una inquietante sensación de tensión en el aire. Había pasado la noche dándole vueltas a todo lo que el director Blackwood me había contado, y aunque las respuestas que me dio llenaron algunos vacíos, también abrieron nuevas preguntas y preocupaciones. El conocimiento del artefacto perdido y el papel de mi padre en la búsqueda de la paz me pesaba en la mente como una carga que apenas podía soportar.

Pero la vida en el Instituto Tenebris continuaba, imperturbable ante mis dilemas personales. Así que me armé de valor y me dirigí a mi siguiente clase: Historia del Instituto, una asignatura obligatoria para todos los estudiantes. A diferencia de las otras clases, que se centraban en disciplinas mágicas o académicas, esta se dedicaba exclusivamente a la historia del lugar y a las especies que lo habitaban. Me había imaginado que sería una clase tranquila, quizás un poco aburrida, donde podría reflexionar sobre mis propios asuntos mientras el profesor recitaba fechas y eventos. Pero como descubriría pronto, nada en este lugar era sencillo.

Cuando entré en el aula, noté de inmediato que era diferente a las otras que había visto. Las paredes estaban cubiertas de mapas antiguos, tapices representando batallas épicas y retratos de figuras históricas, algunos de ellos tan antiguos que sus rostros apenas eran visibles bajo capas de polvo. En el centro de la sala, un gran escritorio de madera estaba decorado con libros gruesos y pergaminos enrollados, y detrás de él, un anciano con una barba larga y gris, que supuse era el profesor, estaba revisando un tomo muy viejo.

El aula estaba llena de estudiantes, pero mis ojos se dirigieron inmediatamente a un grupo que estaba reunido en la esquina opuesta. Era difícil no notarlos. Tres chicas se destacaban entre el resto, no solo por su belleza, sino por la forma en que parecían irradiar poder y confianza. Una de ellas, la que estaba en el centro, tenía el pelo largo y negro como la noche, con unos ojos verdes que parecían traspasar a cualquiera que se atreviera a sostenerles la mirada. Su nombre, como me habían advertido Elara y Miya, era Morgana Blackthorn.

—Judith, ven aquí —escuché la voz de Miya desde la fila de adelante.

Me acerqué a ella y a Elara, que estaban sentadas juntas, y tomé asiento entre ambas. Sus expresiones eran serias, lo que me hizo sentir un poco más nerviosa de lo que ya estaba.

—Esa es Morgana —murmuró Elara, inclinándose hacia mí—. Es la bruja más poderosa de nuestra generación... y la más peligrosa. Se rumorea que sus poderes son tan fuertes que ni siquiera los profesores se atreven a desafiarla.

—¿Y qué hace aquí? —pregunté en voz baja, tratando de no parecer demasiado curiosa, aunque la verdad era que no podía evitarlo.

—Ella toma esta clase todos los años —respondió Miya, con un tono que sugería que encontraba la situación tan extraña como yo—. Dice que lo hace porque quiere conocer todos los secretos del Instituto, pero creo que solo está buscando algo más... algo que nadie más ha encontrado.

Mientras hablábamos, noté que Morgana se giraba lentamente hacia nosotros. Sus ojos verdes me atraparon en su mirada, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Por un segundo, tuve la sensación de que podía leer mis pensamientos, de que sabía exactamente lo que estaba pasando por mi mente. Pero después de lo que pareció una eternidad, sus labios se curvaron en una sonrisa desdeñosa, y volvió a dirigir su atención a sus compañeras.

—Ignórala, Judith —dijo Elara, dándome un suave codazo—. Solo quiere intimidarte. Si no le das el gusto, se aburrirá de ti.

Asentí, aunque las palabras de Elara no hicieron mucho por calmar mi creciente nerviosismo. Afortunadamente, en ese momento, el profesor decidió que era hora de comenzar la clase, llamando a todos a tomar asiento y prestarle atención.

MI DEBILIDAD† HÉCTOR FORTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora