𝕋𝟙. ℂ𝟜 𝔸𝕞𝕠𝕣 𝕖𝕟 𝕥𝕚𝕖𝕞𝕡𝕠𝕤 𝕕𝕖 𝕔𝕠𝕝𝕖𝕣𝕒

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Juan Carlos guardó silencio aproximadamente un minuto, mientras yo generaba ondas de odio tan intensas que parecía increíble que ni él, ni Luciano notaran que les quemaban

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Juan Carlos guardó silencio aproximadamente un minuto, mientras yo generaba ondas de odio tan intensas que parecía increíble que ni él, ni Luciano notaran que les quemaban. Si bien a mi papá lo odiaba desde tiempos de mi infancia, actitud de Juan Carlos hacia mí y mi mamá y, en ocasiones a mi hermano, lo había colocado más allá de la posibilidad del perdón. Dijera lo que dijese mi mamá, ese encuentro me dio la posibilidad de reflexionar y concluir que, con seguridad, los indecorosos comentarios de Juan Carlos y la amenaza que me proporcionó con el cinturón, respecto de que era una "puta" y una "atorranta" por pasar tiempo con cinco muchachos, había sido un factor determinante para que mi papá haya decidido que a partir de ahora mis únicas amistades estarían en el curso de mi hermano o por fuera del colegio. y yo me aferraba a la idea de que la culpa de semejante castigo recaía completamente en mi hermano mayor, lo cual me resultaba satisfactorio, y también porque si había alguien que no lamentaba tenerme en rango de vista, ese era el muchacho que observaba la estrepitosa pelea desde el sillón.

—¿A vos te parece bonito? —preguntó golpeando la mesa con la palma de la mano —¡una mujer siendo amiga de cinco varones! —gritó —¿No te das cuenta de que te quieren coger? —la rabia y el odio que bullían dentro de mi pecho parecían a punto de desbordarse, pero había preferido quedarme en el 68, besando a Álvaro o tomando cerveza con Eva —. ¿Cómo puede una señorita como vos juntarse con cinco malandros?

—Había una chica con ellos —reveló Luciano, pero lejos de tranquilizar a Juan Carlos, pareció alterarlo más.

Yo seguía callada, Pese a que pensaba que el pecho me iba a explotar; porque la última vez que quise objetar me había ganado un cachetazo a pulso del derecho de la pesada mano de mi papá. Estaba segura de que Luciano le había dicho una historia omitiendo partes como "yo fui porque íbamos a cagar a trompadas a uno y una pibita nos pasó el trapo a todos"; y vería a mi papá torturándome con ser amigo de Octavio Quiñones que de Rodrigo Arbeláez o de Gustavo Pabón.

Por fin se había callado y en cuanto mi mamá le entregó un vaso de agua para hidratar las cuerdas vocales, al defenestrarme como persona y sobre todo como mujer, oyeron un bufido prominente de mi boca. Me planteé seriamente correr al baño y encerrarme ahí hasta que todos se duerman o, en el peor de los casos, llamen a un cerrajero y abran la puerta por la fuerza (la cual estaba muy mal ubicada, pues era la más alejada del living por si me quería ir).

Sin embargo Juan, como si me leyera el pensamiento negó.

—Ni se te ocurra dejarme con la palabra en la boca, pendeja* de mierda.

—No es culpa mía hacerme amiga de hombres, papá.

—A ¿no? ¿por qué? —espetó tajante.

—Vos me anotaste en el colegio de la tía Alicia... sabías que era un colegio de puros hombres...

No pude terminar de replicar. Sentí un golpe que me sacudió la mejilla, luego la mandíbula fue golpeada y corrida de un tirón, y me sostuve la parte golpeada con la palma de la mano.

LA PRIMERA VEZ DE CASTRO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora