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Después de la confrontación, BangChan intentó seguir con su día, pero la imagen de Changbin se clavó en su mente como una espina que no podía arrancar. Cada vez que se cruzaba con él por los pasillos de la empresa, sentía una descarga de ira que lo sacudía hasta la médula. Era como si la simple presencia de Changbin activara en él un botón que liberaba toda la frustración acumulada durante años.

Esa noche, BangChan llegó a la mansión más tarde de lo habitual, esperando encontrar algo de paz en el silencio de su hogar. Sin embargo, al abrir la puerta principal, se encontró con una escena que lo dejó sin aliento. Changbin estaba allí, de pie en el vestíbulo, con una maleta a sus pies y hablando tranquilamente con el señor Bang.

—¿Qué es esto? —demandó BangChan, sintiendo que su corazón latía con fuerza por la sorpresa y la furia.

Su padre levantó la mirada con una expresión de leve molestia por la interrupción.

—Chan, llegas tarde —fue lo único que dijo, como si el hecho de que Changbin estuviera en su casa no fuera algo extraordinario.

BangChan ignoró el comentario de su padre y se dirigió directamente a Changbin, su tono gélido.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Changbin se mantuvo sereno, como siempre, aunque había un destello de algo en sus ojos que BangChan no supo interpretar.

—El señor Bang me ha pedido que me quede en la mansión por un tiempo para asistirlo más de cerca en algunos asuntos —respondió Changbin con la misma calma que tanto exasperaba a BangChan.

—¿Qué? —La incredulidad de BangChan se mezclaba con la ira en su voz—. ¿Se va a quedar aquí? ¿En nuestra casa?

—Sí, y será mejor que te acostumbres a la idea —intervino el señor Bang con firmeza—. Changbin es necesario para los próximos proyectos, y no quiero perder tiempo con desplazamientos innecesarios.

BangChan sintió cómo la sangre subía a su rostro. La idea de compartir el mismo techo con Changbin era inaceptable, una tortura que no estaba dispuesto a soportar.

—Esto es ridículo —espetó BangChan—. No hay ninguna razón para que se quede aquí.

El señor Bang, visiblemente molesto, se volvió hacia su hijo con una mirada que podría haber congelado el infierno.

—¡He tomado una decisión, Chan! —su voz era un látigo—. Si no puedes manejar esto, entonces aléjate y deja que los adultos trabajen.

El comentario fue un golpe bajo, y BangChan sintió cómo su rabia crecía aún más. No podía, no quería aceptar la situación, pero sabía que enfrentarse a su padre en ese momento solo lo pondría en una posición más vulnerable.

Sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y subió las escaleras, cada paso pesado con la carga de su frustración. Cerró la puerta de su habitación de un portazo y se dejó caer en la cama, respirando pesadamente.

La mansión, que solía ser su refugio, ahora se había convertido en una prisión, con Changbin como su carcelero. La idea de tenerlo tan cerca, de cruzarse con él en los pasillos, de sentir su presencia incluso en los momentos de descanso, lo enloquecía.

Mientras tanto, abajo, Changbin recogió su maleta y siguió al señor Bang a la habitación de invitados que le habían asignado. A pesar de la tensa confrontación, mantenía su expresión serena, aunque en su interior, también sentía la presión de la situación. Sabía que vivir bajo el mismo techo que BangChan no sería fácil, pero estaba dispuesto a soportarlo.

BangChan, desde su habitación, escuchó los suaves pasos de Changbin mientras se dirigía a su nueva habitación. Cerró los ojos, intentando apagar la furia que bullía dentro de él, pero las imágenes de Changbin seguían apareciendo en su mente.

La tensión en el ambiente de la mansión era palpable, como una tormenta a punto de estallar. BangChan sabía que este era solo el comienzo, y que la guerra silenciosa entre él y Changbin apenas empezaba a intensificarse.

LA HERENCIA DEL CORAZÓN.  Chanchang [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora