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La mansión estaba sumida en un silencio inquietante. BangChan, a pesar de su agotamiento, no podía conciliar el sueño. Los pensamientos sobre Changbin, su padre y la injusticia de toda la situación giraban en su mente como un torbellino incontrolable. Decidió que lo mejor sería ir a la cocina a por un vaso de agua, con la esperanza de que eso le ayudara a calmarse.

Al llegar, notó que las luces ya estaban encendidas. Frunció el ceño, preguntándose quién más estaría despierto a esas horas. Al entrar, su pregunta fue respondida. Changbin estaba allí, apoyado en la encimera, mirando fijamente una taza de té que había dejado a un lado.

Por un breve instante, BangChan sintió la chispa de su habitual rabia encenderse, pero algo en la expresión de Changbin lo hizo detenerse. Parecía... cansado, vulnerable incluso. Era una faceta que nunca había visto en él, y eso le impidió lanzar el comentario mordaz que estaba a punto de salir de sus labios.

—No puedes dormir tampoco, ¿eh? —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba.

Changbin levantó la vista, visiblemente sorprendido de ver a BangChan allí. Asintió levemente antes de contestar.

—No. He estado dándole vueltas a muchas cosas —respondió con una honestidad que tomó a BangChan por sorpresa.

BangChan abrió el refrigerador y sacó una botella de agua. Bebió en silencio mientras observaba a Changbin desde el rabillo del ojo. Este parecía perdido en sus pensamientos, con la mirada fija en la taza de té.

—¿Qué es lo que te tiene tan inquieto? —preguntó BangChan, esta vez sin intención de atacar, sino por una genuina curiosidad que ni siquiera él entendía.

Changbin suspiró, tomando un sorbo de su té antes de responder.

—Es complicado —comenzó, sus ojos evitando los de BangChan—. Pero supongo que... estoy agradecido. Agradecido por lo que el señor Joo-heon ha hecho por mí.

BangChan se tensó al escuchar el nombre de su padre, pero permaneció en silencio, permitiendo que Changbin continuara.

—Hace 15 años, cuando mis padres murieron, yo tenía solo ocho. No tenía a nadie más, y me sentía completamente perdido. Fue entonces cuando el señor Joo-heon apareció. —Changbin hizo una pausa, como si revivir esos recuerdos fuera más difícil de lo que había anticipado—. Me cuidó, me dio un hogar, una educación... Me trató como a un hijo, cumpliendo la promesa que le hizo a mis padres en su lecho de muerte.

BangChan sintió un nudo formarse en su garganta. Las palabras de Changbin eran como un veneno lento que se extendía por su sistema, reavivando la ira que había intentado contener.

—Así que él te trató como a un hijo, ¿eh? —La voz de BangChan se volvió amarga, con un filo cortante—. Qué irónico. Mientras te daba todo el amor y la atención que necesitabas, me dejó a mí con nada más que sus críticas y expectativas imposibles.

Changbin lo miró, sorprendido por la intensidad en la voz de BangChan. Pero no interrumpió, permitiendo que BangChan desahogara lo que parecía haber estado acumulando durante años.

—¿Sabes lo que es crecer bajo la sombra de alguien a quien nunca podrás complacer? —continuó BangChan, sus palabras llenas de resentimiento—. Mientras él te cuidaba, me trataba con mano dura, como si todo lo que hiciera nunca fuera suficiente. Y ahora, tengo que ver cómo el hijo que siempre quiso no soy yo, sino tú.

Un silencio pesado cayó sobre la cocina. Changbin no supo qué decir. Sabía que la relación entre BangChan y su padre era tensa, pero nunca había imaginado la profundidad del dolor que BangChan guardaba. Por primera vez, vio al hombre detrás de la fachada fría, y se sintió responsable, aunque no hubiera hecho nada directamente para provocar esos sentimientos.

—Chan... —empezó a decir, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.

BangChan lo cortó con un gesto de la mano.

—No quiero tu compasión —dijo con un tono gélido—. Solo... no hables de cómo te trató como a un hijo. No en mi presencia.

Dicho esto, BangChan dejó la cocina, dejando a Changbin solo con sus pensamientos y el peso de lo que acababa de revelarse entre ellos.

El aire en la mansión se sentía más espeso que nunca, y ambos sabían que lo que había ocurrido esa noche no se desvanecería fácilmente. La tensión no solo persistía; estaba alcanzando un punto de ruptura.

LA HERENCIA DEL CORAZÓN.  Chanchang [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora