II: En la residencia del señor Kim

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JungWon llevaba llorando desde la mañana.

TaeHyung estaba agotado, con unas enormes bolsas en los ojos y teniendo al bebé en brazos mientras intentaba arrullarlo sin mucho éxito, calentando y recalentando el biberón con la leche de fórmula que el bebé rechazaba a través de sus fuertes gritos. A su alrededor, los sirvientes omegas y las nodrizas que TaeHyung iba a entrevistar se encontraban completamente inquietas, viendo que el niño no se calmaba de ninguna forma y que posiblemente llevaba varios días sin alimentarse bien.

Ninguna de ellas había logrado que el pequeño se calmara y TaeHyung tenía el cigarrillo en la boca y las lágrimas de impotencia cristalizando su mirada furibunda ante la ausencia de su mujer, la cual se había ido desde la mañana y no había regresado todavía.

—Señor Kim... —habló una de ellas.

TaeHyung no quería ni verlas, sabía que acabaría gritando y ellas no tenían la culpa de nada.

—No son aptas. Retírense, por favor. Gracias por venir.

Las mujeres asintieron con cierta desilusión y se retiraron de una en una hasta dejar al alfa completamente derrotado y solo en la habitación de su recién nacido. JungWon había logrado calmarse un poco tras unos largos cuarenta minutos, donde cedió a causa del hambre tomando con resignación el chupón del biberón, no viéndose en lo absoluto satisfecho. TaeHyung le agradeció múltiples veces, dejando un beso en su cabeza.

— ¿Qué hago contigo? Eres el único que vale la pena aquí. —susurró a su bebé—. Dame tiempo, te conseguiré a alguien que quiera alimentarte. Y después... Una mamá... O un papá que sí te quiera. Pero debemos hacer esto juntos, JungWon. No me dejes solo en esto.

El recién nacido tenía unos ojos grandes y brillantes, con los cuales lo miró fijamente mientras TaeHyung intentaba retener un llanto cargado de frustración. Para un alfa el rechazo de su omega hacia un cachorro era un golpe muy pero que muy bajo que provocaba un dolor inmenso, tanto así que había comenzado a padecer de migrañas desde que el bebé nació.

Eso era lo estresante de esos veintisiete años que llevaba atrapado en esa farsa. Su esposa carecía de la iniciativa con la que TaeHyung fantaseaba. No era una esposa tradicional, más bien, su esposa parecía más un accesorio, un título que le daba poder a ella y beneficios con la familia amiga del clan. Ninguno de sus hijos había demostrado tener un esfuerzo que valiera la pena, ni siquiera cuando eran niños.

Su madre siempre se había negado a darles pecho, lo que provocó que el lazo que un cachorro formaba con sus padres a partir de la lactancia no se diera, haciendo que la crianza de sus hijos dependiera de comprar su cariño con lo material y tirar por la borda lo que era una conexión real. SiYeon no había desarrollado ningún instinto maternal y TaeHyung tenía un instinto paternal tan fuerte que era frustrante que sus hijos fuesen de esa manera, amándolo por lo que tenía en su cartera y no por lo que podía brindarles.

Divorciarse tal vez era la única decisión sabia que podía tomar en ese momento por el bien del único hijo que aún podía salvar.

Necesitaba a un omega. Uno de verdad.

Minutos después, cuando JungWon finalmente se durmió, TaeHyung salió del cuarto del bebé dando un profundo bostezo mientras ignoraba las reverencias de los sirvientes que iban de aquí para allá con los preparativos de su fiesta, caminando directamente hacia el único lugar seguro que tenía: Su despacho.

Estaba ubicado estratégicamente en la zona más alejada de la mansión para evitar el ruido y tenía unas vistas preciosas que daban con el viñedo de la casa y un poco más allá se podía ver las montañas, el establo y el campo de golf. Sus lugares favoritos. Se desprendió de cuatro botones de su camisa apenas cerró la puerta y se soltó los botones de las muñecas, arremangando la camisa beige mientras salía al balcón con un cigarrillo en la boca dando un breve vistazo a su Rolex. Eran más de las dos de la tarde y SiYeon no aparecía.

First Class ||TK||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora