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Sentía mi rostro arder, me queje del dolor. —Vas a estar bien, te golpeaste fuerte. —dijo la voz suave de una mujer

Abrí un poco mis ojos, me encontraba en enfermería, estaba en la camilla acostada, jamás había estado aquí. La sale era pequeña, ella sentada en su escritorio dándome la espalda mientras llenaba formularios en su computadora, me senté dejando mis piernas al aire, todavía traía mi ropa de gimnasia. —¿Hace cuanto estoy aquí?

—Como una hora. —dijo levantándose, y sacando una pequeña linternita de su guardapolvo blanco, mira al punto blanco dijo refiriéndose a la linterna, hice caso, —ahora mira mi dedo y síguelo con tu vista. —Lo movía de derecha a izquierda, pero me quedé a mitad de camino cuando vi sus ojos azules. Los mire fijamente. —¿Puedes seguir mi dedo o te duele la cabeza al moverlos?

—No, estoy bien. —seguí su dedo tratando de no distraerme con sus ojos. Los cuales me eran muy familiar.

Salí de la enfermería sintiéndome mejor, ya estaba preparada para irme a casa, a este punto ya eran como las cinco de la tarde.

Papá seguro esta preocupado. Lo llame y le avise que llegaría un poco tarde.

La semana paso sin novedades, por alguna razón los robos en mi vecindario cesaron y eso me alegraba, aún que mis noches eran cortas, siempre me despertaba asustada, con alguna pesadilla.

Como esta noche.

Estaba yo dormida en mi cama, y entonces aparecía ese ladrón de ojos azules, justo a mí lado mientras apuntaba directamente a mi cabeza, solo que esta vez gatillaba.

Se repetía una y otra vez.

Ya desvelada, toque mi cuello y sentí la ausencia de mi collar, lo tocaba siempre que me sentía insegura o nerviosa, pero esta vez no estaba. Agarre mi teléfono y entré a Google buscando los lugares de empeño que habían en la zona, si se lo llevo seguramente fue para venderlo, de otra forma no creo que lo quisiera para ponérselo él.

Habían 5 lugares de empeño. Los recorrería sin dudarlo.

Siendo las 7a.m recibí un texto de Bea.

Ella: ¿Desayunamos juntas?

Yo: ¿Voy o vienes?

Ella: En cinco estoy. Llevo donas

Bea vivía a 5 calles de mi casa, así que baje a la cocina y le quite el seguro a la puerta dado que ella siempre entraba sin permiso, me metí a la cocina y abrí la alacena buscando café, lo saqué y detrás estaba la bolsa de papas abierta.

—Así que tenia hambre. —dije en voz alta aún que sabía que no hablaba con nadie.

Metí la mano, saque una y me la metí a la boca, sus manos también habían estado aquí adentro, tocando mis papas. La sal quedó pegada a mis dedos así que me los chupe. Como si Bea fuera un reloj llego justo cuando el café estaba listo.

Me saludo con un beso en la mejilla, su perfume dulce inundó rápido mi cocina. —¿Ya estas lista.? —preguntó.

—Solo es una fiesta. —le dije quitandole importancia a la promesa que le había hecho días atrás.

—Esta noche quiero ponerme borracha. No, mejor. Quiero que esta noche nos pongamos borrachas. —soltó

Me reí. —No, estas loca.

—Por favor, —suplicó. —Solo nos quedan dos fines de semana para crear recuerdos increíbles que recordaremos cuando seamos viejas.

—Bueno, pero no mucho, solo un poco. —

Ladrón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora