Esos azules ojos, eran increíblemente hipnotizantes.
Ahora esos ojos tenían un rostro, una mandibula definida, de labios gruesos y rosados, parecían húmedos, apuesto que eran suaves, y me miraban sin expresión. Aún seguía con su mirada fría, taciturna.
Su mirada me había perseguido toda la semana, todas las noches en mi oscura habitación
—Yo te conozco. —le dije casi en un susurro. —Eres el ladrón que entro a mi casa.
Él parecía no haberme reconocido hasta ese instante. Miró a mi alrededor dado que habían espectadores por mi reciente pelea. —No sé de qué estas hablando.
—¿Ah no? —exclame. Debía exponerlo—¿Acaso no te acuerdas la otra noche cuando entraste a mi casa y me apuntaste con un arma?
Sentí el calor en mis mejillas, pero de rabia. —Eres tú. —confirme dándole un empujón. —el que se ha estado metiendo en todas las casas a robar.
Pude notar como su mandibula se ponía dura aprentando sus dientes en su boca. —Nadie te va a creer. Niña tonta. —dijo en un tono muy serio cerca de mi cara. —pasó por un costado mío dejándome ahí.
—¡Devuélveme mis cosas!. —le grité. Su caminata hacia un auto se detuvo. Se volteo. Él era grande, de espalda ancha.
Hizo dos pasos y estaba nuevamente muy cerca de mi cara.
Y dijo. —Yo no tengo tu teléfono, olvídalo.
Se subió de copiloto en el auto, el auto se encendió y salió de ahí dejándome ver la pelirroja en los asientos de atrás.
¡malditos!
—¿Beth, estas bien?. —mi amiga apareció al encuentro.
—No. —dije en un tono cansado. —Me robaron mi teléfono.
Suspiré.
—Amiga, perdón.
—No, tranquila. No es tu culpa. —dije todavía mirando a la calle por la cual el auto se había ido.
No pude ocultar mi malhumor en lo que quedo de la noche, estaba muy enfadada. Solo quería que la noche se terminará e ir a mi cama.
Llegue a casa cansada, y aun que había ido de zapatillas, llegué con ellas en mis manos, abrí la puerta con mucho cuidado y me dirigí hacia la cocina en busca de agua.
Mientras estaba en la cocina pensé que tal vez debería trabajar, no podía hacer que papá me comprará un nuevo teléfono, sería un gran gasto para él, sus medicinas son más importantes. Deje el vaso vacío en la alacena y me fui a mi habitación.
Debería dividirme en diez partes, para lo que queda de clases, mi padre, la casa y mi trabajo. Me senté en mi escritorio y abrí mi computadora, anote las direcciones de los lugares de empeño en un papel y lo guarde en mi mochila, eso haría el lunes.
Entre a una página de empleos, y anote las direcciones de los lugares donde necesitaban mozos, y niñeras. No era como si pudiera postularme en una empresa y ser secretaria, no tenía la experiencia, en mi vida solo había cuidado a un niño y realmente era uno muy tranquilo, pero además de eso, nada.
Mi tiempo era exclusivo para estar en casa, hacer limpieza y cuidar de mi padre.
Apague mi computadora y me acosté sin desmaquillarme, solo me puse mi pijama rosa de seda, realmente era mi favorito. Era mi regalo de cumpleaños cuando cumplí quince años.
A mi favor, empece a dormirme a penas toque la cama, y sin pensar en nada me dormí.
—Beth. —una voz se escucha lejos. —Beth. —otra vez. —Hija.
Era papá. Abrí un ojo viendo como el radiante sol se metia por mi ventana, estaba muy de día. —¿Que hora es?. —le pregunte con la voz rasposa y limpiando un hilo de baba.
—Ya es medio día. —me toco el hombro. —¿Estas bien?
—Si, si. Gracias por despertarme, bajo en diez minutos.
Se levantó de mi cama ayudandose en su bastón, se dirijio a la puerta y se fue. Saliendo de la cama me acerque a mi ventana y miré hacia afuera.
Y un sentimiento extraño entre mi pecho y mi estómago hizo que se me erizara la piel.
No sé por qué pero tenía este raro sentimiento que algo estaba cambiando en mi vida, mi madre diría que sería un sexto sentido, pero realmente se sentía así.
Sentía como si algo se avecinara... estaba cerca, tan cerca, algo me decía que las cosas no se quedarían tranquilas como estaban.
Los domingos con papá eran tranquilos, veíamos películas antiguas, o veíamos la familia Ingalls, básicamente su programación favorita. Bebiamos café y casi no hablábamos.
Ya era de noche cuando papá estaba quedándose dormido en el sofá, me incorpore hacia adelante para llevar las tazas vacías hacia la cocina.
—¡Oh, Mari!. —era papá. Lo mire sobre mi hombro, me miraba con lagrimas en los ojos. —Pensé que jamás te volvería a ver.
María se llamaba mi madre, mi padre llevó sus arrugadas manos sobre mis mejillas. Me estaba confundiendo con mamá.
La angustia se adueñó de mi pecho. No dije nada, sabía lo que papá tenía, no era la primera vez que me confundía, sabía que el alzheimer se agravaria con el tiempo, pero esperaba que no fuera tan pronto. Antes olvidaba donde dejaba las llaves, o que habíamos comido el día anterior, pero nunca me había confundido.
—Jorge,—le dije. —deberíamos ir a dormir.
—Sólo si mañana despierto a tu lado.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. —Claro que sí, Jorge.
—Entonces, si iremos a dormir. —Se levantó del sillón y comenzó a dar pequeños pasos hacia las escaleras.
Una vez que se fue, me largue a llorar sin consuelo.
Él la extrañaba....
Yo la extrañaba, la casa no brillaba sin ella.
Seque mis lágrimas, lave los platos sucios y subí a ver nuevamente a mi padre, estaba sentado en su cama. —Hija. —dijo esta vez.
Había vuelto. —¿Listo para dormir?
—Claro que sí, hoy me he sentido muy bien, creo que deberíamos decirle a los médicos que ya no necesito tanta medicación. —le sonreí sabiendo que eso no es verdad, sabiendo que la medicación aumentaría.
—Descansa, mañana correremos un par de kilómetros si te sientes así.—le dije haciendo un chiste.
Se río. —Hasta mañana, cariño.
Cerré su puerta y me adentre a mi habitación.
Esperaba esta noche no tener pesadillas.
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Ladrón
RomanceLadrón; es una historia de romance juvenil que empieza como ninguna otra. No es cómo si todos los días alguien pudiera enamorarse del ladrón que entra a robar a tu casa. Bruno y Beth, aunque parezcan distintos no lo son, simplemente son dos almas...