5

7 4 0
                                    

Bruno Wells..

Bruno Wells...

Bruno Wells....

Su nombre divagó en mi mente todo lo que quedó del resto de la noche, Joe me hablaba y yo no era capaz de articular palabras largas.

Casi llegando a la medianoche, la gente empezó a llegar a montones, chicas semidesnudas y hombres pocos caballerosos que de su boca salían solo groserías subían y bajaban las escaleras en busca de alcohol, que por cierto era muy mala sirviendo y haciéndolos, así que solo me limite a estar en la caja y cobrar.

No lo volví a ver en lo que quedó de la noche, en ese lugar ya no se podía hablar sólo gritar por la fuerte música que había en el lugar. —Ya estamos terminando. Esto es propina. —dijo Joe dándome mucho dinero doblado. —Guárdalo bien, es bastante. Al parecer tu incorporación le gustó a más de uno esta noche.

Sonreí un poco nerviosa. —Voy a lavarme la cara y salir de aquí. —le grité en el oído por la fuerte música.

Tome mis cosas y saludé a Joe con un beso en su mejilla. —Te veo mañana. —le dije.

Saliendo afuera, y poniéndome la mochila sobre mis hombros agradecí que el verano estuviera cerca, me gustaba más que el invierno.

Era una persona bastante nocturna así que me gustaba por las noches escuchar desde mi habitación los grillos haciendo cri-cri y sentir la brisa calida entrando por mi ventana con una luna gigante que alumbraba toda mi ciudad e incluso mi habitación estando a oscuras.

Al llegar a casa y tratando de entrar en silencio, mi padre permanecía despierto en la sala. —Papá, pensé que dormías.

Se puso feliz cuando me vio entrar, como si de un niño se tratará, se levantó de su sillón reclinable y mientras se quebaja por sus débiles rodillas, finalmente me abrazó. —Me alegra que estés en casa, no podía dormir sabiendo que estabas afuera, pensé en buscarte también.

Negué con la cabeza. —No, no uses el auto, por favor, y menos de noche. —Mi padre no usaba lentes pero debido a su condición no era lo ideal que manejara un auto. 

—Lamento tanto no haberte podido enseñar a conducir. —se apenó.

—Tranquilo, no podía aprender a conducir a los cinco años. —lo tranquilice mientras le daba una sonrisa.

Mis padres me concibieron de muy grandes, mamá tenía problemas de fertilidad y para cuando me tuvieron a mí, después de unos meses a ella se le despertó cáncer en la matriz y así se siguió extendiendo por todo su cuerpo. A veces me sentía culpable, de no haber nacido mamá seguiría viva, pero sabía que mi padre no pensaba igual y odiaba esa idea desde que se lo dije en mi adolescencia, esa dura etapa que ya había dejado atrás.

Así que teníamos un auto prácticamente nuevo guardado en el garaje, que nunca usábamos, solo le pedíamos a los vecinos que lo encendieran de vez en cuando para no dañar el motor.

—Mejor ve a dormir. —sin decir nada beso mi mejilla y se fue lentamente. Yo me limite a seguir limpiando y meter ropa a lavar.

¿Era esta mi manera de evitar pensar? Probablemente. ¿Dejaría de hacerlo alguna vez? Definitivamente, no.

Ya eran las 2a.m cuando decidí subir a mi habitación, mi cama estaba hecha y había una cajita por encima.

Papá y sus detalles.

Me sente en mi cama y rompí el papel de regalo viendo que era una caja de cartón, la abrí y me encontré con mi viejo teléfono.

Lo que me llevó a pensar ¿Quién lo devolvió y cómo lo dejó en mi habitación? Pero sabía muy bien esa respuesta, sólo una persona sabia quien me habían robado mi teléfono y sabía perfectamente quién había sido la ladrona.

Ladrón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora