Capítulo 3.

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La casa de los Díaz parecía estar más activa que la última vez

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La casa de los Díaz parecía estar más activa que la última vez. No era algo que le importara mucho; solo quería realizar sus tareas como de costumbre, volver a casa para cenar, darse un buen baño y ponerse al día con su última serie.

Pero, al parecer, nada de eso estaría en sus planes hoy.

-Buen dia, Rubén-dijo un beta de menor estatura, entrado al despacho ya listo para entregarle un montón de papeleo que debía revisar y verificar. Así, al llegar al líder de la mansión, este solo lo aprobaría con un par de palmadas en la espalda, un signo de satisfacción por su buen trabajo, y de ahí dependía que más le pidiera el jefe.

-¿Eh? Hoy hay más que ayer-reclamó el alfa, dejando caer su maletín en el pequeño escritorio que se le asignó.

-Despidieron al otro-respondió el beta, sin mostrar ni molestia ni sorpresa, más bien acostumbrado a que esas cosas pasaran, pues el señor Díaz era exigente y solo quería gente de confianza en su entorno. Claro que, en su momento, Rubén fue una excepción.

-¿Y eso a mí qué? Me tomará horas acabar todo esto-Rubén suspiró, mirando con resignación la pila de papeles. El beta solo se encogió de hombros, tampoco tenía ganas de pelear, especialmente en un día tan cargado de trabajo-. Luziarga Borja~ ¿una ayudita?

-Que buen chiste-respondió el beta con un gesto indiferente. Rubén arrugó la nariz ante la respuesta negativa y se dedicó a ver la montaña de papeles caer sobre su escritorio-. Hoy todo tiene que estar perfecto, eso depende de mi.

-¿Sí? ¿A qué se debe tanto entusiasmo? -preguntó Rubén, intrigado por el repentino enfoque en la perfección.

Antes de que el beta pudiera responder, un efusivo alfa, igual de bajo y mucho más joven, irrumpió en la habitación y corrió hacia la ventana.

-¡Alex! ¡A tu lugar de trabajo! ¿No tenías que ir a la empresa de los Díaz hoy? -El beta lo regañó, pero el alfa se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio-. ¡A mí no me estés callando, Quacki..!

-¡Shh, Luzu que ahí está! ¡Es muchísimo más guapo en persona! -exclamó Quackity, señalando a través de la ventana. Tanto Rubén como el beta se asomaron, pero no vieron nada-. ¡Muy lentos!

-¿Quién está? ¿De qué hablas? -preguntó el beta, volviendo a sus labores-. ¿Sabes qué? No me digas, mejor ve a la empresa de los Díaz ya mismo, que el señor Guillermo nos matará si no está todo en orden hoy.

-Qué si, ya voy-gruñó el joven alfa, antes de salir corriendo otra vez.

Rubén no entendía nada de lo que estaban diciendo. ¿Acaso no le habían informado? O quizás no prestó atención; no era muy dado a estar atento a las pláticas del jefe y solía quedarse divagando cuando lo hacía, por lo que no le sorprendía su poca capacidad para retener información.

Ahora solo podía pensar en la cantidad de papeles que debía revisar y firmar por su cuenta, y luego arrastrarse hasta el señor Díaz para verificar su buen trabajo y recibir la recompensa por ello.

Ahora solo podía pensar en la cantidad de papeles que debía revisar y firmar por su cuenta, y luego arrastrarse hasta el señor Díaz para verificar su buen trabajo y recibir la recompensa por ello

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Pasaban poco más de las tres de la tarde. Desde la ventana del pequeño despacho asignado a él y a su compañero recién despedido, el sol caía implacable. Pero eso no lo detenía; estaba decidido a terminar con la pila de papeles que tenía frente a él, aunque el agotamiento comenzaba a pesarle.


Incluso se había pasado de su hora de comida, así que decidió aprovechar la tranquilidad del momento para comer. Nadie había ido a molestarlo, y todos estaban ocupados, así que se quitó el chaleco y se acomodó en su silla. El almuerzo que su tía le había preparado le supo al manjar más caro de la mansión, y es que, curiosamente, él estaba ahí, como un habitante más.

No era común; los Díaz tenían empresas en varios países, y la sede principal estaba ahí, pero muy pocos eran los afortunados que podían estar en la mansión, en los pequeños despachos asignados a personas más cercanas, ya fueran familiares o socios. Rubén era uno de ellos, y a veces se preguntaba cómo lo logró, ya que ni él se consideraba muy capaz en su trabajo ni en lo que estudió.

Por otro lado, estaban Borja y Alex, conocidos por los mas cercanos como Luzu y Quackity, uno como secretario, pues era de gran confianza y muy organizado y el otro como vivaz gestor de proveedores por su entusiasmo y buen carácter. Ambos jóvenes, sociales y apuestos, pero él no tenía nada de eso, ya no.

El señor Díaz, por alguna razón, le había tomado cariño o, al menos, lo veía como alguien que hacía su trabajo por un sueldo bastante bajo para lo que tenía que hacer. ¿Por qué no se quejaba? Bueno, dado su historial con la familia Díaz, buscaba complacerlos en lo que más pudiera, pues, además de eso, su tía también trabajaba en la empresa.

En la mansión, además de Luzu, Quackity y él, estaban David y Raúl, pero estos sí eran más cercanos a la familia, ya que David estaba casado con la hija mayor de los Díaz y Raúl con la menor, por lo que, en cierta forma, eran los mantenidos del hogar.

Terminó de comer y siguió con su trabajo, así hasta que dieron las 4:30. Una vez recopilados todos los datos, se los envió a su jefe por correo. Este solía responder a los quince minutos con un "Bien hecho" o "Qué gran trabajo", pero esta vez no fue así. Eso le preocupó, pues la última vez que pasó algo así, en sus primeros días, se equivocó, y el jefe no lo buscó. Él tuvo que ir personalmente a recibir el regaño y luego volver a corregir todo, por lo que, con temor, salió del pequeño despacho familiar y se dirigió al despacho del señor Díaz.

Tragó hondo, pero un olor muy familiar llegó a sus fosas nasales, uno que, a su vez, le traía malos recuerdos.

¿Acaso...?

-Es un gusto que volvieras, hijo mío.

Mierda.

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora