Llevaba más de media hora deslizando su dedo sobre la pantalla, contemplando con inexplicable obsesión foto tras foto del dichoso Omega. No entendía qué tenía de especial para que Quackity lo venerara como si fuera algo sublime. Todo lo que veía eran imágenes de una gatita gris y fotografías de platos bien presentados, como si tratara de mostrar una vida perfectamente organizada y sin fisuras. Había algo en la simetría de cada publicación que resultaba casi perturbador. Pero lo más curioso era la ausencia de selfies o fotos donde se dejara ver claramente. ¿Por qué alguien que se esforzaba tanto en mostrar una vida de ensueño no compartía su rostro? ¿No se enorgullecía de sí mismo?
Su curiosidad lo llevó a seguir deslizando hasta llegar a una fecha que lo hizo detenerse. Un año después de que Guillermo hubiera desaparecido de su vida para irse a quién sabe dónde, atrapado en la rutina asfixiante del internado. Allí estaba, en la pantalla, una foto del Omega de espaldas junto a un chico. Un Alfa. Esa ancha espalda no podía pertenecerle a nadie más. El corazón le dio un vuelco cuando la reconoció. La descripción era sencilla, casi dolorosa en su sinceridad: "La vida me dio el regalo de conocerte."
Subió lentamente entre las publicaciones, sus dedos temblaban con cada imagen que lo empujaba un poco más hacia el abismo. Todo encajaba. Cada fotografía era una pista que lo guiaba a un punto de no retorno: el comienzo de la relación entre ellos. Sentía como si estuviera espiando algo prohibido, un romance que había florecido mientras él se marchitaba en la distancia.
Intentó despejar su mente, enfocarse en cualquier otra cosa. Continuó deslizando hacia abajo, queriendo saber cómo había sido la vida del Omega antes de conocer a Guillermo. Pero no había mucho más allá de las mismas fotos de la gata y alguna que otra comida perfectamente presentada. Era casi irritante. Al parecer, el tipo no era muy dado a mostrar más de lo estrictamente necesario.
Movido por una necesidad creciente de entenderlo todo, se sumergió aún más en la red. Después de un rato, encontró una publicación que parecía arrojar luz sobre lo que realmente se escondía tras esa imagen de perfección. El título decía: "El Duque destronado".
"Samuel De Luque, hijo único de Alicia De Luque y Dereck De Luque fue arrestado hoy, a las 2:30 de la madrugada, en un bar del centro. La familia fue puesta en alerta por el dueño del lugar, quien reportó que el Omega comenzó a gritar que dejaran de tocarlo. Testigos aseguran que llevaba un atuendo revelador y que no dejaba de insinuarse a Alfas mayores. ¿Será acaso que el hijo legítimo de la familia De Luque necesita más atención en casa?"
No le gustaba creer en ese tipo de publicaciones sensacionalistas, pero después de indagar un poco más, descubrió que la noticia era real, aunque distorsionada en varias versiones. Un solo hecho se mantenía inmutable: Samuel había sido arrestado esa noche.
Había fotos, pero estaban borrosas, de mala calidad. Era obvio que la familia había intentado enterrar ese episodio junto con muchos otros.
Si hilaba bien toda esta historia, Guillermo y él se habían conocido en una de esas escapadas del Omega. Sintió cómo su pecho se encogía de dolor. Apenas un año… ni siquiera había esperado un año para reemplazarlo.
El sonido de la puerta lo sacó de golpe de sus pensamientos. Bajó rápidamente la pantalla y fingió estar tecleando algo en la computadora. Pocos segundos después, entró el señor Díaz. Pero no venía solo.
Rubén se levantó respetuosamente, evitando cualquier muestra de emoción, cualquier señal que delatara lo que estaba sintiendo. Solo mantenía la mirada fija en el piso.
—Y esta es la oficina, la que estaba destinada a ti, hijo —reprochó el señor Díaz con una nota de resentimiento. Guillermo, como si no escuchara, mantuvo la vista perdida. El padre se giró hacia el Omega—. Tú también eres bienvenido aquí, es tu casa ahora.
—Gracias —respondió con suavidad, mirando al Alfa tímido que apenas parecía atreverse a respirar. Su voz, tan calmada, logró estremecer a Rubén, haciéndolo sentir diminuto bajo la mirada de los presentes—. Señor Doblas, es un placer volver a verlo.
—¿Eh? Ah... sí, su… ¿majestad? Yo… ejem… —El Alfa, nervioso, tragó saliva y comenzó a transpirar visiblemente. ¿Por qué le hablaba de repente? Estaba seguro de que debía pasar desapercibido, como una sombra más en la habitación. Al percibir la tensión, los Díaz se giraron hacia él—. B-buenos días.
El mayor de los Alfas habló de repente, cortando la atmósfera con su tono firme:
—Ruben, como te comenté, necesito que ayudes a mi hijo a adaptarse. —Dio unos pasos y pasó un dedo sobre el escritorio, revisando la limpieza meticulosamente—. Ha pasado años fuera de la empresa, pero ahora es momento de ponerse al día. He decidido que trabajes directamente para él.
—¿Qué? —Guillermo trató de protestar, pero su padre lo ignoró por completo.
—Desde hoy, reportarás únicamente a mi hijo. Puedes considerarlo tu jefe directo. —Sus ojos se posaron en Rubén con una dureza irrefutable, como si desafiara cualquier amago de resistencia—. Estará contigo durante las horas laborales, y espero que le muestres cómo se hacen las cosas aquí.
Rubén sintió un nudo formarse en su garganta. Aquel hombre lo sabía. Sabía que decirle que no no era una opción. Si lo hacía, le estaría dando el gusto de saber que aún le dolía… Y dependía demasiado de ese trabajo como para arriesgarse a perderlo.
Guillermo se movió incómodo, y esta vez, se dirigió a su padre con un tono firme que parecía cargar con años de resentimiento:
—Padre, ya te lo mencioné. Mi visita no es solo por trabajo. Samuel y yo estamos aquí por otros motivos. No puedo dedicarme por completo a la empresa.
Rubén bajó la cabeza, intentando desvanecerse entre las sombras de la habitación mientras aquellos hombres, demasiado poderosos para ser ignorados, discutían su destino como si él no existiera. Era una sensación horrible, una humillación que le calaba hasta los huesos.
Y entonces Samuel, con voz suave y conciliadora, rompió el silencio:
—Perdón que me entrometa, querido. —Las palabras se deslizaban con elegancia, dejando al señor Díaz complacido—. Pero creo que tu padre tiene razón. Necesitas prepararte. Haz pasado mucho tiempo lejos de aquí, y este es su lugar. Te pido que sigas su consejo, yo puedo encargarme de lo demás. Al fin y al cabo, como tu Omega, es lo que me corresponde.
El aire parecía haberse estancado en la oficina, cargado de un silencio incómodo y pesado que ninguno de los presentes se atrevía a romper. Rubén mantenía la mirada fija en el suelo, luchando por no levantarla, por no ceder ante la tentación de ver a Guillermo a los ojos. Sabía que allí no encontraría consuelo, sino un abismo de distanciamiento, como si el tiempo que habían pasado juntos no significara más que un espejismo. Apretó los labios, tratando de no recordar lo que había sido, lo que había soñado, y lo que jamás sería.
El señor Díaz, satisfecho con la sumisión del Omega, se giró hacia su hijo con un gesto de aprobación casi imperceptible.
—Entonces, queda decidido. —La voz del señor Díaz era firme, inquebrantable—. Empezarás de inmediato, hijo, así que, si me permite, su majestad, amaría que aceptara acompañarme.
Samuel captó la indirecta de inmediato. Se acercó a Guillermo y, sin dudarlo, plantó un beso en sus labios. El gesto fue breve pero cargado de intensidad, dejando un rastro de tensión palpable en el ambiente. Rubén contuvo la respiración; era el momento de enfrentar lo inevitable, de quedarse a solas con el pasado que aún lo atormentaba y con un miedo arrollador que lo invadía por completo.
Cuando aquella muestra de afecto terminó, Samuel se aparto. Luego, intercambió una mirada rápida con el padre de Guillermo, y ambos salieron de la oficina sin más palabras, dejando a Rubén y Guillermo a solas, en un silencio que parecía gritar todas las cosas que nunca se dijeron.
Vaya día de mierda.
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¡Cásate con mi prometido!
Fanfic-Si lo busco, todo lo que hemos construido hasta hoy se derrumbará. No estoy dispuesto a perderlo. -Pues yo sí. Así que prepárate, porque volveremos a buscar a ese amado tuyo -El Omega levantó un dedo en señal de negación antes de que él pudiera rep...