Capítulo 9.

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Por primera vez, Rubén sintió lo que era anhelar la soledad sin sentirse culpable por ello

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Por primera vez, Rubén sintió lo que era anhelar la soledad sin sentirse culpable por ello.

La semana transcurrió de una manera extraña.

Aunque Guillermo estaba a su lado, apenas le dirigía la palabra, y cualquier gesto de camaradería parecía extinguido. La incomodidad que antes sentía por ser el centro de las miradas ahora había cambiado de dirección, y era como si él no existiera.

No sabía cómo procesarlo.

Por un lado, sentía alivio al no estar bajo el peso de esas miradas inquisitivas. Por otro, le irritaba que la atención de Guillermo estuviera puesta en ese omega, cuya presencia constante le resultaba insoportable, como un chicle pegado a su zapato.

Al principio, el omega lo visitaba de vez en cuando, pero ahora no había día en que la oficina no apestara a su perfume. Rubén no podía soportarlo: verlo allí, sentado cómodamente y conversando casualmente con Guillermo, como si él mismo fuera una sombra en su propio espacio.

No quería admitirlo en voz alta, pero una parte de él estaba celosa, celosa de ese omega que, a su parecer, carecía de personalidad y se escondía tras una fachada arrogante. Ni siquiera tenía que hacer nada para irritarlo; cada gesto, cada palabra, cada respiración de ese omega lo provocaba, especialmente cuando se atrevía a ponerle las manos en los hombros a Guillermo sin siquiera disimular.

Para colmo, el omega había empezado a acercarse a él, haciendo preguntas sobre la empresa que Rubén respondía con lo mínimo de detalles.

—¡La cena! —El grito de su tía lo sacó bruscamente de sus pensamientos. Rubén suspiró frustrado, mirando la pantalla de su consola, donde el mensaje “Game Over” parpadeaba en letras rojas. Había perdido por culpa de ese omega que no salía de su cabeza.

—¡Voy! —respondió, dejando la consola a un lado y bajando de la cama. Se rascó la espalda mientras bajaba las escaleras y, al llegar a la cocina, su tía lo miró con una mezcla de humor y preocupación, adivinando de inmediato que algo no estaba bien.

—Vas a arrugarte si sigues con esa cara, querido. Tan joven y flacucho, vas a parecer un zombie —bromeó, mientras Rubén se dejaba caer en una silla, apoyando la cara en la mesa con un suspiro profundo.

Finalmente, después de unos minutos en silencio, su tía le sirvió el plato, colocándolo frente a él antes de sentarse al otro lado de la mesa.

—¿Qué te sucede, querido? —preguntó con ternura.

—Estoy cansado, tía. Ha sido una semana estresante, mucho movimiento en la empresa... y con los Díaz… es un caos.

Ella asintió en silencio, continuando su cena, pero después de unos momentos añadió, con un tono casual que no ocultaba su verdadera intención:

—Hmm... ¿ya conociste al prometido de Guillermo, verdad?

Rubén dejó de masticar, mirándola directamente, su expresión dejando claro que no quería hablar del tema.

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora