Capítulo 4.

17 0 0
                                    

—Mi muchacho, mírate nada más—dijo el padre de Guillermo con una sonrisa de alegría

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Mi muchacho, mírate nada más—dijo el padre de Guillermo con una sonrisa de alegría. Su madre, a su lado, lloraba emocionada al ver a su hijo, tal y como lo recordaba.

El corazón de Rubén latía con fuerza. No sabía exactamente por qué, tal vez por miedo, nervios o incluso ira, pero lo que sí sabía era que no podía moverse de donde estaba. Desde su escondite, vio la figura de su amor prohibido a tan solo metros de él, pero también percibió otro olor, uno ligeramente dulce, similar a la vainilla o a las flores moradas que tanto amaba su tía.

—Pensé que vendrías directo a casa—comentó su padre.

—Así fue, padre, pero al no encontrarlos decidi ir a la empresa—respondió Guillermo con calma.

—Entiendo—dijo su padre, sin reprochar más. Luego dirigió su mirada al nuevo y más reciente miembro de la familia—. Y tú debes ser De Luque. Mi hijo me ha hablado mucho de ti, jovencito.

—Un gusto, señor Díaz—respondió el joven, con una voz suave, masculina pero refinada.

Rubén se asomó un poco más para observarlo mejor. Era alto, aunque no más que Guillermo, y vestía con una elegancia propia de la nobleza. Llevaba un pantalón negro ajustado en la cintura, pero suelto en las piernas, un corte perfecto para alguien de gran estatus. La camisa de mangas largas, de un elegante color café, estaba acompañada por unos guantes negros que le daban un aire distinguido. En su cabeza, un sombrero de estilo palaciego completaba su atuendo, reforzando su porte refinado.

Su piel, ligeramente blanca pero con un toque bronceado, brillaba bajo la luz que entraba por las ventanas. Su cabello negro caía con gracia, contrastando con los elegantes aretes morados que llevaba en las orejas, detalles que acentuaban su aspecto sofisticado y distinguido.

Rubén no podía dejar de observar, impresionado por la figura imponente y a la vez serena del chico, quien se mantenía junto a Guillermo, tomado suavemente de su antebrazo y con la cabeza ligeramente inclinada, aunque no pudo ver su rostro conntan hostentoso atuendo, sumando que estaba de espaldas a el—. Es un placer por fin conocerlos.

—El gusto es nuestro, alteza —dijo el padre con orgullo, dirigiendo a su hijo una sonrisa satisfecha. El omega era hermoso, sumiso y gentil, como toda familia espera que sea—. Es un enorme placer tener a un Duque en nuestro hogar, y que pronto ese Duque forme parte de nuestra familia.

Rubén casi se desploma al escuchar esas palabras. El ruido que hizo al sorprenderse llamó la atención de la familia, que volteó a mirar en su dirección, pero antes de que pudieran descubrirlo, salió huyendo hacia su oficina.

Cerró rápidamente la puerta y se recargó contra ella, con la respiración agitada. No entendía nada, y tampoco quería hacerlo. Lo único que sentía ahora era cómo su corazón se rompía, otra vez, como años atrás, ante promesas de amor que resultaron ser falsas.

Guillermo le había asegurado que lo amaría siempre, que no le gustaban los omegas, pero ahora tenía a un hermoso chico del brazo y lo estaba presentando a su familia.

¿Se casarían acaso? No encontraba otra explicación para que Guillermo hubiese decidido volver ahora, y además, acompañado.

Pero algo estaba claro.

Guillermo ya lo había olvidado.

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora