Capítulo 8.

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Escuchaba el tecleo de la otra computadora, el leve movimiento de los dedos de Guillermo sobre el mouse, y luego el sonido sutil de su mano al detenerse para leer lo que sea que estuviera revisando

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Escuchaba el tecleo de la otra computadora, el leve movimiento de los dedos de Guillermo sobre el mouse, y luego el sonido sutil de su mano al detenerse para leer lo que sea que estuviera revisando. Cada uno de sus gestos parecía ejecutado con una elegancia casi cruel, como si no se dignara a prestarle a Rubén ni una pizca de su atención real.

Guillermo Díaz, Junior, había pasado de ser aquel alfa tímido y reservado que recordaba a un hombre hecho y derecho, que encarnaba el mismo ideal de poder y presencia que su padre.

Ahora, el Guillermo que tenía delante había ganado una belleza arrolladora, una hombría que emanaba en cada ángulo de su mandíbula, en la dureza contenida de sus hombros y en la imperturbable calma de su mirada jade. Su rostro, limpio y serio, parecía diseñado para mirar por encima del hombro de cualquiera, proyectando una frialdad distante que solo intensificaba su atractivo.

Rubén captó en apenas unas horas que este Guillermo no era el mismo joven inseguro que años atrás lo había dejado a su suerte. Ahora, el nuevo Guillermo parecía ignorar por completo su existencia, limitándose a hacerle preguntas casuales sobre la empresa Díaz, como si Rubén fuera un simple desconocido. Y cada palabra, cada gesto desdeñoso, se sentía como una daga invisible.

Esperaba más. Al menos una disculpa, algún indicio de arrepentimiento, pero no encontró nada de eso. Y, aunque no quisiera admitirlo, sintió una profunda decepción y desprecio a la vez.

Tal parecía que aquel omega al que ahora llamaba su prometido le había lavado el cerebro por completo.

—¿Cómo ha estado tu tía? —preguntó Guillermo, deteniendo su propio tecleo y, con esa mirada de piedra, fijándose en él.

—Bien —respondió Rubén sin más. La mirada jade de Guillermo lo examinó en silencio durante unos segundos, como si le exigiera continuar la conversación, pero Rubén sintió que cada palabra se le quedaba atorada. Ya no era capaz de sostener la mirada con alguien que se había convertido en un extraño.

—Sí, la vi hace poco en la empresa. Se ve tan joven como la última vez que la vi —añadió finalmente, sin saber si era una frase de cortesía o un intento de reavivar algo que claramente ya no existía. Recordaba que su tía siempre había sido amable con Guillermo, al contrario de los Díaz, quienes lo despreciaban abiertamente.

El silencio volvió a reinar en la habitación. Guillermo desvió la mirada de vuelta a la computadora, y Rubén hizo lo mismo, sintiéndose extraño y atrapado en aquellos minutos de tortura.

La puerta se abrió de repente, y Guillermo levantó la mirada, serio e impecable, con una compostura que parecía salida de un retrato antiguo, impasible y a la vez intimidante. Era casi como ver a otro hombre.

—Rubén, necesito ya los... —Su otro jefe indirecto, Luzu, entró como de costumbre, pero al notar la presencia de Guillermo, se detuvo en seco—. Ah, lo siento, no sabía...

—Descuide —respondió Guillermo con voz grave, una voz que resonaba con una autoridad tan natural que hacía que cualquiera, incluso alguien como Luzu, se sintiera incómodo.

—Un placer, señor Díaz. Soy Luziarga, el mensajero directo de su padre, y ahora también el suyo. Lamento haber entrado de esa forma —Luzu aclaró su garganta, notoriamente avergonzado. Rubén no pudo evitar sonreír; era la primera vez que veía a Luzu avergonzado, actuando justo como siempre criticaba de Quackity: entrar sin tocar.

Luzu lo notó y le lanzó una mirada asesina, pero su vergüenza solo creció cuando escuchó una voz detrás de él.

—Y yo soy Alex, alias Quackity, jefe de ventas. —Luzu dio un pequeño salto al oír la voz y giró rápidamente hacia el joven alfa, visiblemente sorprendido.

—Es un placer, señor Díaz —añadió Quackity acercándose con la mano extendida.

Guillermo se levantó de su asiento y estrechó la mano del joven alfa, quien comenzó a sacudirla con entusiasmo.

—¡Oh, Dios, no puedo creer que estoy tocando su mano! ¡Y que trabajaré para usted! —exclamó Quackity, visiblemente emocionado—. Soy un gran fan suyo... bueno, en realidad del Duque Samuel, pero adoro su forma de vida. Sé que están comprometidos y se ven tan bien juntos. Es un honor compartir el mismo espacio con usted, de verdad.

—¡Quackity! —Luzu alzó la voz para detener su monólogo, mientras Quackity se volteaba hacia él con las mejillas encendidas de vergüenza.

—Lamento esto, señor Díaz. Como verá, es el más joven de la empresa y es... —Luzu se inclinó hacia el, tirando suavemente de la oreja de Quackity— demasiado entusiasta.

—Está bien, es bueno saber que mi prometido tiene tan buen recibimiento en esta empresa. Estoy seguro de que estará encantado de conocerles —respondió Guillermo, logrando que Quackity sonriera aún más. Mientras tanto, Luzu se cohibió ante el comentario.

Rubén recordó, entonces, que, omega o no, aquella cara perfecta y serena que ahora se paseaba por ahí, tenía un estatus superior al de cualquiera en esa sala; después de todo, era parte de una familia real.

—Cualquier cosa que necesiten usted o el señor De Luque, por favor, no duden en acudir a mí. Mi deber es darles la mejor asistencia posible —añadió Luzu, y Guillermo asintió con gusto.

Tras algunas palabras más, Luzu y Quackity se retiraron. Rubén apenas pudo contener la risa al ver cómo el ánimo de Luzu se desplomaba a un malhumor disparado hacia Alex.

—Buen ambiente laboral —comentó Guillermo de repente—. Le hacía falta a esta familia.

Rubén no lo dudaba. Desde que Quackity había llegado, el espacio frío y distante se había vuelto un poco más soportable, más llevadero. Nunca lo había considerado así, pero sí, realmente le debía mucho a Quackity, aunque este no lo supiera.

Ojalá fuera tan fácil olvidar a Guillermo y enamorarse de alguien tan vivaz como ese joven de ojos miel. Su vida seguramente sería mucho mejor si pudiera abrirse a esa posibilidad.

Pero ¿a quién engañaba? Quackity seguramente no era...

"Anormal."

Sintió la mirada pesada de Guillermo sobre él. Al voltear, notó cómo el alfa desviaba la mirada al ser descubierto, devolviendo al ambiente ese incómodo silencio.

¿Por qué tenía que ser tan difícil?

O mejor dicho...

¿Por qué tenía que pasar por esto, otra vez?

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora