Capítulo 6.

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Su tía no le hizo preguntas ese día

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Su tía no le hizo preguntas ese día. Llegó, caminó hasta su habitación y se encerró ahí hasta la mañana siguiente. El molesto despertador sonaba a la misma hora de siempre, solo que esta vez Rubén ya estaba despierto desde antes.

Miró su teléfono nuevamente; llevaba más de dos horas sin poder dormir, atrapado en un torbellino de pensamientos. La mirada de Guillermo, que creyó haber superado hace mucho tiempo, lo atormentaba de nuevo. Su corazón lo traicionaba, no solo abriendo viejas heridas, sino también creando otras nuevas al darse cuenta de que su amor por Guillermo no había sido más que un juego cruel.

Su tía tocó un par de veces antes de entrar, trayendo una bandeja de comida para él. Sonrió al verla. Ella se acercó, la depositó sobre sus piernas y le dio un suave beso en la frente.

—¿Quieres decirme qué pasó, mi niño?

—Creo que ya lo sabes—respondió Rubén con voz apagada. La mujer desvió la mirada, recordando la inocente mención de un rumor que ahora sabía que no era tal. El estado de Rubén, a quien consideraba como un hijo, solo empeoraba la situación—. Podrías habérmelo dicho y evitar tanta vergüenza.

—Lo sé... Solo que yo también hubiese deseado pensar que solo era un rumor y ya. No quería hacerte daño—Rubén cubrió su rostro con ambas manos, queriendo tranquilizarse, pero el consuelo de su tía, tan familiar y cálido, hizo inevitable que llorara otra vez—. Rubén...

—Es el omega perfecto; sumiso, amable, tan atractivo, para colmo es de la realeza—su voz se quebró al mencionar aquello. Pensar en el delicado aroma y la cara angelical del omega lo destrozaba por dentro. Se moría de celos al ver cómo había sido reemplazado—. Es lo que el señor Díaz deseaba tanto para su hijo, y ahora, yo quedé en ridículo frente a todos ellos.

La mujer lo atrajo hacia ella, ignorando la comida, solo deseando abrazarlo y consolar ese corazón tan roto.

—Lo peor de todo es que siento tanto odio hacia él, y ni siquiera debe estar enterado de todo lo que sucedió.

—Rubén, hijo, escucha bien—tomó el rostro del alfa entre sus manos, levantándolo para limpiarle algunas lágrimas con su pulgar—. Tus sentimientos son completamente válidos, yo, en tu lugar, estaría peor. Pero tú, mi niño, eres valiente y muy fuerte, no dejes que esa familia te pisotee así.

—Es fácil decirlo cuando no convives nueve horas con ellos—renegó el alfa—. Hubieras visto el rostro del señor Díaz; estaba tan feliz de presentarme al omega, y Guillermo ni siquiera se atrevió a sostenerme la mirada.

—¿Deseas renunciar, Rubén? —La alfa fue directa. Eso lo calmó por un momento.

¿Quería renunciar? Por supuesto, desde el momento en que entró siempre lo quiso así, pero no quería darle gusto a los Díaz. Eso sería una victoria para ellos.

Además, por la misma ira que sentía, no quería darle el gusto al padre de Guillermo de verlo tendido y llorando.

—No, no quiero—el alfa posó una mano sobre la de su tía, en muestra de agradecimiento—. No les daré el gusto.

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora