Capítulo 5.

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Salió del hogar a paso lento, casi escabulléndose

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Salió del hogar a paso lento, casi escabulléndose. Sus ojos reflejaban cansancio, y tal vez un rastro de llanto, fruto del encuentro con Guillermo, que lo había obligado a revivir recuerdos dolorosos.

Mentiría si dijera que no estaba celoso, porque lo estaba, y mucho. Se sentía molesto, decepcionado, no solo con Guillermo, sino consigo mismo. Sabía que el señor Díaz estaba al tanto del regreso de su hijo, y ni siquiera le habían avisado. Todo había sido una trampa, un complot para que se cruzara con Guillermo y enfrentara la realidad de que ya no era parte de su vida. Pero no estaba preparado para ello, por eso ahora intentaba escapar.

—Aquí estás—dijo Luzu, interrumpiendo su retirada. Rubén dio un brinco al escuchar la voz firme de su compañero, quien lo miraba con una expresión exigente—El señor Díaz te ha estado esperando durante dos minutos. Rápido, antes de que se le acabe la paciencia.

—Pero Luzu, ya terminó mi horario—protestó Rubén, cruzándose de brazos, indignado. Pero a Luzu no le importó.

—Si quieres perder tu trabajo, adelante. Pero si no, te sugiero que vayas ahora. No es nada malo, solo quieren organizar la bienvenida al heredero de los Díaz. Supongo que ya te enteraste.

—¿Y no me pueden enviar la invitación por correo? —preguntó Rubén, sabiendo que no tenía escapatoria. Ante el silencio de Luzu, suspiró resignado—Está bien.

Se dirigió a la oficina del señor Díaz, repasando mentalmente la actitud que debía mostrar: decidido, inexpresivo y amable. No podía permitirse mostrarse débil, su trabajo dependía de ello. Tocó la puerta del despacho y escuchó la pronunciada voz del señor Díaz diciendo un simple "Adelante".

Contó hasta tres antes de abrir la puerta y entrar.

Las miradas de los presentes se dirigieron hacia él, pero Rubén solo pudo concentrarse en una en particular: unos ojos que lo miraban con sorpresa, quizás incluso con un atisbo de miedo.

Qué ironía.

—Qué bueno que no te has ido—dijo el jefe de la familia, indicándole que se acercara.

—¿En qué puedo servirle? —preguntó Rubén, manteniendo la compostura.

—Como supongo ya te has enterado, mi hijo ha vuelto para retomar su legado en la empresa—dijo el señor Díaz, mirando a Rubén, quien asintió en silencio, evitando a toda costa cruzar miradas con Guillermo—Guillermo, hijo, él ha estado trabajando arduamente con nuestro equipo desde que te fuiste. Es un muchacho muy trabajador y sé que puede enseñarte todo lo que no has tenido la oportunidad de aprender. Así que—volvió su mirada a Rubén—espero que puedas convivir con mi hijo y ayudarlo con ello.

Rubén hizo una mueca, incapaz de evitar sentir que el señor Díaz había estado esperando este momento durante todos estos años, reuniéndolos bajo condiciones que solo podían resultar en dolor para él.

—Ah, otra cosa—dijo el padre de Guillermo, levantándose de su asiento—Como podrás ver, hay alguien más acompañándonos esta tarde.

Rubén levantó la mirada solo lo suficiente para ver al omega sentado a su libre albeldrio sobre la costosa silla del despacho. Sus ojos morados, afilados como estrellas, lo observaban con una intensidad que desconcertó a Rubén.

—Él es Samuel de Luque, como bien lo indica su nombre, un Duque de un palacio lejano—presentó el señor Díaz con orgullo.

Rubén se inclinó levemente, reconociendo el rango del omega, a pesar de su propia incomodidad.

—Samuel, él es Rubén Doblas, un gran trabajador mío y a quien puedes preguntar cualquier duda que tengas. Tengo entendido que te interesan mucho las finanzas.

Samuel, aún sentado, se atragantó un poco con su té ante la mención lo de su nombre. Lo observó fijamente antes de esbozar una ligera sonrisa. Con una voz suave, dijo simplemente:

—Mucho gusto, señor Doblas.

Rubén, sorprendido por la franqueza del omega, se acerco a el y extendió la mano por respeto y estrechó la que Samuel le ofreció, aunque sentía que la distancia entre ellos se había vuelto más significativa con ese simple gesto.

—Puedes retirarte, Rubén. Mañana necesito que estés en la oficina, pues hay una nueva tarea para ti—dijo el señor Díaz, rompiendo el incómodo silencio.

Rubén hizo una reverencia y salió rápidamente de la oficina, sintiendo que todo a su alrededor se desmoronaba. No sabía cómo sentirse ante todo lo que había pasado, pero algo era seguro: la familia Díaz estaba dispuesta a seguir acabando con él.

¡Cásate con mi prometido!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora