la cena de navidad

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Juan se despertó aquella mañana del veinticuatro de diciembre emocionado, levantándose tan rápido de la cama que estuvo a punto de caerse. Esto asustó a Spreen, que medio dormido lo único que vio fue la casi caída de su novio.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan contento? - Juan rió al ver el pelo alborotado del contrario. En aquel estado se le notaban más los rizos.

- ¡Es Navidad! Bueno, Nochebuena en verdad... ¡pero cuenta como Navidad! -

El ojigris sólo asintió con la cabeza y fue a girarse hacia el otro lado para seguir durmiendo, pero el mayor lo detuvo.

- ¡Vamos, levántate! Quiero enseñarte las galletas de mantequilla con forma de estrella que hice. -

- ¿Qué? ¿Cuándo las hiciste? - Spreen se quedó sentado en la cama, mirándolo con un ojo cerrado.

- ...a la madrugada. -

El guitarrista negó con la cabeza y siguió adormilado al castaño hasta la cocina, dejándose una zapatilla atrás en el proceso.
Cuando el escritor sacó de la nevera muy emocionado las galletas, el pelinegro fue a tomar una hasta que el contrario apartó la bandeja.

- Son para esta noche. - Le recriminó. - Mi madre y yo siempre hacíamos estas galletas para ponerlas en la bandeja de dulces de la cena. -

- ¿Bandeja de dulces? Pero si es una cena. -

- ¿Y qué? Es la bandeja con todo el chocolate, los turrones... ya sabes, dulces de Navidad. -

Spreen no podía entender cómo aquella fiesta dirigida al consumismo y a los niños pequeños podía ilusionar tanto a alguien de casi veintiséis años. Viendo cómo el de gafas comenzaba a limpiar la casa con villancicos de fondo, decidió unirse a él pensando que su felicidad era muy contagiosa.

Cuando llegó la tarde, Cristinini fue a buscarlos con su coche para llevarlos hasta la casa de los padres de Juan, quienes vivían en el pueblo. El trayecto fue incómodo para Spreen que sólo veía cómo su novio y la chica hablaban de cosas triviales. A pesar de eso, Juan no soltaba su mano en ningún momento y no sabía cómo sentirse respecto a eso.

Finalmente y luego de hora y media, estaban en aquel pueblecito acogedor donde la mayoría de personas que vivían eran ancianos. Se despidieron de Cris y caminaron por el lugar. El pelinegro escuchaba cada recuerdo que el de gafas le explicaba y entonces, no entendió por qué se había ido de aquel sitio si tanto lo amaba.

- ¿Por qué te fuiste si te gustaba tanto? -

Juan pareció pensarlo un poco, mirando aquel colegio en el que llegó a estudiar. - A veces te alejas de lo que amas por necesidad. Y te duele irte, pero sabes que es lo mejor. Yo me fui del pueblo para crecer y perseguir mis sueños. - Hubo un pequeño silencio que fue interrumpido por un suspiro del que hablaba. - Ya sabes cómo me fue con eso. -

El ojigris no siguió aquella conversación, caminando junto al castaño tranquilamente sin decir una sola palabra. Se quedaron quietos frente a una puerta con una estrella pintada de dorado, algo desgastada por el paso de los años. El de gafas sonrió.

- Esta es la casa de mis padres. Esa estrella la pinté con diez años en un día como este. -

Cuando una mujer que también llevaba gafas y tenía los mismos ojos que Juan les abrió la puerta, el escritor la abrazó fuertemente. Al separarse, la mujer se quedó mirando hacia el guitarrista, esperando que hablara. Al ver que no lo hacía, fue ella misma la que se acercó a darle un abrazo.

- Tú debes ser Spreen. Eres mucho más guapo en persona, ¿sabes? -

El ojigris sonrió. - Gracias. -

The Fame ──── SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora