Era Oscura (parte I)

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... En octubre de ese año, un artefacto que muchos tomaron por un panteón rodante se detuvo una tarde frente a la sombrerería Tsushima. De él emergió la figura altiva, majestuosa y arrogante del señor Sakunosuke, ya por entonces uno de los hombres más ricos no ya de Yokohama, sino de Japón. Su mano diestra sujetaba las riendas de la banca y de las propiedades territoriales de media provincia. La siniestra, siempre en activo, tiraba de los hilos de la diputación, el ayuntamiento, varios ministerios, el obispado y el servicio portuario.

Aquella tarde, el rostro de bigotes exuberantes y escasa cabellera castaño rojiza necesitaba un sombrero. Entró en la tienda de Gen'emon Tsushima y tras echar un vistazo somero a las instalaciones miró de reojo al sombrerero ya su ayudante, el joven Osamu, y dijo lo siguiente: Me han dicho que de aquí, pese a las apariencias, salen los mejores sombreros de Yokohama. El otoño pinta malcriado y voy a necesitar seis chisteras, una docena de fedoras, bombines y algo que llevar para La Dieta Nacional. ¿Está usted apuntando o espera que se lo repita?

Aquél fue el inicio de un laborioso, y lucrativo, proceso en el que padre e hijo aunaron sus esfuerzos para completar el encargo del señor Sakunosuke. A Osamu, que leía los diarios, no se le escapaba la posición de los Sakunosuke, y se dijo que no podía fallarle ahora a su padre, en el momento más crucial y decisivo de su negocio. Desde que el potentado había entrado en su tienda, el sombrerero levitaba de gozo. Sakunosuke le había prometido que, si quedaba complacido, iba a recomendar su establecimiento a todas sus amistades. Ello significaba que la sombrerería Tsushima, de ser un comercio digno pero modesto, saltaría a las más altas esferas, vistiendo cabezones de diputados, alcaldes, obispos y ministros.

Los días de aquella semana pasaron volando. Osamu no acudió a clase y pasó jornadas de dieciocho y veinte horas trabajando en el taller de la trastienda. Su padre, rendido de entusiasmo, le abrazaba de tanto en cuanto e incluso le besaba sin darse cuenta. Llegó al extremo de regalar a su esposa Tane un vestido y un par de zapatos nuevos por primera vez en catorce años.

El sombrerero estaba desconocido.

Un domingo se le olvidó ir a misa y aquella misma tarde, rebosante de orgullo, rodeó a Osamu con sus brazos y le dijo, con lágrimas en los ojos: El abuelo estaría orgulloso de nosotros.

Uno de los procesos más complejos en la ya desaparecida ciencia de la sombrerería, técnica y políticamente, era el de tomar medidas. El señor Sakunosuke tenía un cráneo que, según Osamu, bordeaba el terreno de lo amelonado. El sombrerero fue consciente de las dificultades tan pronto avistó al hombre, y aquella misma noche, cuando Osamu dijo que le recordaba a cierta fruta llamada: rambután, Tsushima no pudo sino que estar de acuerdo. «Padre, con todo el respeto, usted sabe que a la hora de tomar medidas yo tengo mejor mano que usted. Déjeme hacer a mí. » El sombrerero accedió de buen grado y, al día siguiente, cuando Sakunosuke acudió en su Mercedes Benz, Osamu le recibió y le condujo al taller. Sakunosuke, al comprobar que las medidas se las iba a tomar un muchacho de catorce años, se enfureció: «Pero ¿Qué es esto? ¿Un mocoso? ¿Me están tomando el pelo?»

Osamu, que era consciente de la significancia pública del personaje pero que no se sentía intimidado por él en absoluto, replicó: «Señor Sakunosuke, pelo para tomarle a usted no hay mucho, que esa coronilla parece la cáscara del rambután, y si no le hacemos rápido un juego de sombreros le van a confundir a usted la closca con el Fushini Inari. » Al escuchar estas palabras, Tsushima se creyó morir. Sakunosuke, impávido, clavó los ojos en Osamu. Entonces, para sorpresa de todos, se echó a reír como no lo había hecho en años.

—Este hijo suyo llegará lejos, Tsushimato—, sentenció Sakunosuke, que no acababa de aprenderse el apellido del sombrerero.

Fue de este modo como averiguaron que el señor Sakunosuke estaba hasta la mismísima y creciente coronilla de que todos le temieran, le adulasen y se tendiesen en el suelo a su paso. Despreciaba a los lamebotas, los miedicas y a cualquiera que mostrase cualquier tipo de debilidad, física, mental o moral. Al encontrarse con un humilde muchacho, apenas un aprendiz, que tenía el rostro y el gracejo de burlarse de él, Sakunosuke decidió que realmente había dado con la sombrerería ideal y duplicó su encargo.

Indigno de ser HumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora