Era casi media mañana cuando llegamos al parque de Yamashita, cada uno retirado a sus propios pensamientos. No me cabía duda de que los de Ranpo se concentraban en la siniestra aparición del inspector Verlaine en el asunto. Le miré de reojo y advertí su semblante apesadumbrado, carcomido de inquietud.
Un velo de nubes oscuras se extendía como sangre derramada y destilaba astillas de luz del color de las hojarascas.
—Si no nos damos prisa, nos va a agarrar una grande—dije.
—Todavía no. Esas nubes tienen cara de noche. Son de las que esperan.
—No me diga que también entiende usted de nubes.
—Vivir en la calle le enseña a uno más de lo que desearía saber. Sólo de pensar en lo de Verlaine me ha dado un hambre horrorosa. ¿Qué me dice si...?
No hizo falta más y nos pusimos rumbo hacia el barrio chino, donde una horda de abuelitos coqueteaba el palomar local, reduciendo la vida a un juego de migas y de espera.
Caminábamos en medio del tumulto de gente, donde Ranpo procedía a dar buena cuenta de los dos bocadillos, el suyo y el mío. Desde una de las tiendas más cercanas, un hombre observaba a Ranpo de refilón por encima del periódico, probablemente pensando lo mismo que yo.
—No sé dónde mete usted todo eso, Ranpo.
—En mi familia siempre hemos sido de metabolismo acelerado. Además no subirías de peso si quemas las calorías usando el cerebro.
¿Me había dicho estúpido?
—¿Les echa de menos?
—¿A la familia?
Ranpo se encogió de hombros, varado en una sonrisa nostálgica.
—¿Qué sé yo? Pocas cosas engañan más que los recuerdos. Vea usted a Sakunosuke... ¿Y usted? ¿Echa de menos a su madre?
Bajé la mirada.
—Mucho.
—¿Sabe de lo que más me acuerdo de la mía? —preguntó Ranpo—. De su olor. Siempre olía a limpio, a pan dulce. Daba igual si había pasado el día trabajando en los campos, ella siempre olía a todo lo bueno que hay en este mundo. O al menos eso me parecía a mí. ¿Y usted? ¿Qué es lo que más recuerda de su madre, Chūya?
Dudé un instante, arañando las palabras que me rehuían la voz.
—Nada. No puedo recordar a mi madre hace ya años. Ni cómo era su cara, o su voz, o su olor. Se me perdieron el día que descubrí a Osamu Dazai y no han vuelto.
Ranpo mantenía los ojos cerrados, pero podía percibir cierta y extraña cautela.
—¿No tiene usted un retrato de ella?
—Nunca he querido mirarlos —dije.
—¿Por qué no?
Nunca le había contado esto a nadie, ni siquiera a mi padre o a Albatross.
—Porque me da miedo. Me da miedo buscar un retrato de mi madre y descubrir en ella a una extraña. Le parecerá a usted una tontería.
Ranpo negó.
—¿Y por eso piensa usted que si consigue desentrañar el misterio de Dazai y rescatarle del olvido, el rostro de su madre volverá a usted?
Lo miré en silencio. No había ironía ni juicio en su mirada. Por un instante, Ranpo Edogawa me pareció el hombre más lúcido y sabio del universo.
Al filo del mediodía abordamos un autobús de vuelta al centro. Nos sentamos al frente, justo detrás del conductor, circunstancia que Ranpo aprovechó para entablar un debate con él acerca de los muchos avances técnicos, políticos y religiosos del país. Lo que bastó para granjearse las miradas sulfúricas de un trío de beatorras que viajaban en comando en la parte de atrás.
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Indigno de ser Humano
FanfictionEn una ocasión Chūya oyó comentar a un cliente habitual en la librería de su padre que pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino hasta su corazón. Aquellas primeras imágenes, el eco de esas palabras que c...