Días de Ceniza

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A la mañana siguiente, Ranpo acudió a trabajar en alas de cupido, sonriente y silbando boleros. En otras circunstancias le habría preguntado acerca de su merienda con su desconocido, pero aquel día no tenía los ánimos para la lírica.

Hacía un día espléndido, con un cielo azul de bandera y una brisa limpia y fresca que olía a otoño y a mar. La sombrerería Tsushima, o lo que quedaba de ella, languidecía al pie de un angosto edificio ennegrecido de hollín y de aspecto miserable junto a la plaza. Todavía podían leerse las letras grabadas sobre los cristales empañados de mugre, y un cartel en forma de bombín seguía ondeando en la fachada, prometiendo diseños a medida y las últimas novedades de París. La puerta estaba asegurada con un candado que parecía llevar allí por lo menos diez años. Pegué la frente al cristal, intentando penetrar con la mirada el interior en tinieblas.

—Si viene por lo del alquiler, llega tarde —dijo una voz a mi espalda—. El administrador de la propiedad ya se ha ido.

—¿Es que la tienda está en alquiler? —pregunté.

—¿No venía usted por eso?

—En principio no, pero nunca se sabe, a lo mejor me interesa.

La portera frunció el ceño, decidiendo si me catalogaba de loco o me concedía el beneficio de la duda. Adopté la más angelical de mis sonrisas.

—¿Hace mucho que cerró la tienda?

—Hace siete años, cuando se murió el viejo.

—¿El señor Tsushima? ¿Lo conocía usted?-pregunté, tal vez un poco más emocionado de lo que debía—Entonces a lo mejor conoció usted también al hijo del señor Tsushima.

—¿Osamu?

Saqué del bolsillo la fotografía quemada y se la mostré.

—¿Cree que podría decirme si el joven que aparece en la fotografía es Osamu Dazai?

La portera me miró con cierta desconfianza. Tomó la fotografía en sus manos y clavó la mirada en ella.

—Dazai era el apellido de soltera de la madre —matizó la portera, con cierta reprobación—. Éste es Osamu, sí.

—¿Podría decirme quiénes son los muchachos que están con él?

—¿Y quién lo pregunta?

—Discúlpeme, mi nombre es Chūya Nakahara. Estoy tratando de averiguar algo sobre el señor Dazai, sobre Osamu.

—Él se fue a París. Su padre quería meterlo en el ejército, ¿sabe? Yo creo que la madre se lo llevó para librarlo al pobrecillo. Aquí se quedó solo el señor Tsushima, en el ático.

—¿Sabe si Osamu regresó a Yokohama alguna vez?

La portera me miró en silencio.

—¿No lo sabe usted? Osamu murió aquel mismo año, en París.

—¿Perdón?

—Digo que Osamu falleció. En París. Al poco de llegar. Más le hubiera valido meterse en el ejército.

—¿Puedo preguntarle cómo sabe usted eso?

—¿Cómo va a ser? Porque me lo dijo su padre.

Asentí lentamente.

—El señor Tsushima le mintió. Dazai no murió.

—¿Qué me dice?

Osamu vivió en París, y luego regresó a Yokohama.

El rostro de la portera se iluminó.

—Entonces, ¿Osamu está aquí, en Yokohama? ¿Dónde?

Asentí, confiando en que de este modo la portera se animaría a contarme más. Le tendí la foto de nuevo. La portera la contemplaba como si fuese un talismán, un billete de vuelta a su juventud.

Indigno de ser HumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora