VII

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El clima cambió drásticamente por la tarde. El sol radiante de la mañana, que había traído calor, fue reemplazado por una lluvia torrencial y un frío inesperado. Fátima, que estaba en el cuartel, caminaba de un lado a otro para entrar en calor, envuelta solo en su ligera abaya de tela fina. Desde lejos, divisó a Beatriz acercándose hacia la puerta. Al verla, no pudo evitar sorprenderse.

—¿Fátima?— llamó Beatriz al entrar, cerrando su paraguas y entregándoselo a uno de sus guardias.

Fátima, estaba en el cuartel, caminando lado de lado para entrar en calor, no llevaba nada solo su habaya de tela fina. De lejos se veía a Beatriz acercándose hacia la puerta, al verla se sorprendió.

—¡Beatriz!— exclamó Fátima con entusiasmo.

—¿Por qué estás aquí afuera?— preguntó Beatriz, notando el frío.

—No me dejan pasar a ver a mi hija— respondió Fátima, haciendo una pausa antes de preguntar rápidamente: —¿Ha respondido el primer ministro? ¿Alguna noticia? ¿Sabes algo?—

—Ya debería haber llegado alguna respuesta, pero todavía no tenemos noticias. Muy pronto sabremos algo, lo prometo— dijo Beatriz, intentando tranquilizarla. Fátima agachó la cabeza, derrotada.

—Fátima, escucha. No puedes perder la esperanza— dijo Beatriz con firmeza.

—Pero ya no sé qué más hacer— respondió Fátima con desesperación.

—Lo sé, sé que esto es una pesadilla. Es como si intentaras gritar y nadie te escuchara, pero tu hija aún está viva— dijo Beatriz, colocando una mano en el hombro de Fátima para consolarla —Tienes que creerme, el castigo se reducirá. Una pequeña luz, aunque sea la de una vela diminuta, puede iluminar toda la oscuridad. No dejes que esa luz se apague—

Fátima asintió con tristeza —Señora Beatriz, si sabe algo, por favor, cuéntemelo—

—Claro, te lo diré tan pronto como sepa algo— respondió Beatriz con una sonrisa alentadora.

Ambas mujeres se sonrieron y se abrazaron. Beatriz acarició la espalda de Fátima antes de separarse y entrar al edificio, dejando a Fátima nuevamente sola.

Pasaron dos días sin ninguna noticia. Beatriz, inquieta, decidió ir personalmente al cuartel. Subió las escaleras hasta la segunda planta, donde se encontraban los mensajeros militares.

Mientras tanto, Aisha sentía que su cuerpo estaba al borde del colapso. No tenía fuerzas para comer, beber, ni siquiera para leer. Pasaba horas mirando al vacío en silencio, ya acostumbrada a la oscuridad y al frío de su celda.

Unos pasos la sacaron de su letargo. Levantó la mirada y vio a Álvaro en la puerta. Él giró la cabeza hacia un lado y dijo: —Sean breves—

Aisha, confundida, se quitó la manta y se levantó. Para su sorpresa, vio aparecer a sus amigos y compañeros de la imprenta. Nunca pensó que volvería a sonreír, pero allí estaban, trayéndole un rayo de esperanza.

—¡Están aquí!— dijo con una sonrisa radiante.

—Aisha, hemos estado escribiendo y publicando artículos sobre tu caso. Incluso hemos organizado manifestaciones en las calles— dijo uno de ellos.

—Reunimos a toda la ciudad en la plaza— añadió otro.

—Muchas gracias, hermanos. Me habéis hecho muy feliz— comentó Aisha con gratitud.

—¿Estás bien?— preguntó uno de ellos, notando las grandes ojeras en su rostro.

—Ya no importa cómo estoy. Lo importante es el periódico. Después de que yo...— comenzó, pero uno de ellos la hizo callar suavemente.

Amor en la NaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora