III

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Con los primeros rayos del sol cegándolo, se dio la vuelta en un intento fallido de volver a conciliar el sueño. Abrió los ojos y observó su entorno: el escritorio desordenado, el suelo cubierto de papeles. Se incorporó lentamente, frotándose los ojos, y tomó el reloj de la mesita de noche. Aún eran las ocho de la mañana. Resignado a empezar el día, se dispuso a vestirse. Se colocó su traje limpio y planchado, se peinó cuidadosamente sin dejar un cabello fuera de lugar, ajustó su espada, agarró su gorra, y salió de su habitación.

Descendió las escaleras y encontró a su madre en el salón. Ella se acercó y se colocó frente a la salida, deteniéndolo.

—Álvaro, ¿a dónde vas?— preguntó, acercándose a su lado.

—Al cuartel— respondió, señalando la puerta con su gorra en la mano.

—Pero si recién llegas, hijo. Apenas has dormido unas pocas horas— dijo con preocupación.

—Es que, tengo muchas cosas que hacer, madre— respondió con un tono nervioso.

—Algo te traes entre manos, estás así desde anoche— observó su madre, ladeando la cabeza con una expresión inquisitiva, notando cómo su hijo se mostraba cada vez más inquieto, incapaz de sostener su mirada —Hijo, si estás molesto por-—

—No— la interrumpió, mirándola directamente a los ojos por primera vez —No estoy molesto en absoluto— respondió con firmeza.

—Entonces, ¿Qué ocurre?—

—Aisha... la hija de la enfermera Fátima y el Coronel Mohammed...— hizo una pausa, notando cómo su madre abría los ojos, extrañada.

—Aisha que, ¿Qué paso?— volvió su mirada hacia la de su hijo esperando la respuesta.

—Fue arrestada ayer— agachó la vista por un instante, tratando de ocultar cualquier emoción que pudiera levantar sospechas —El coronel Alonso.. la arrestó— completó, observando la expresión de asombro en el rostro de su madre.

—¿Arrestada?— susurró ella, incrédula.

Él desvió la mirada hacia el salón, rodeó a su madre por la espalda y la condujo hacia el interior para continuar la conversación. Una vez allí, la invitó a sentarse mientras él caminaba de un lado a otro. Le explicó con detalle todo lo sucedido y las razones por las cuales la joven estaba detenida. Su madre, incrédula, escuchaba sin comprender del todo la situación.

—Pero, Álvaro, si la recibimos bien a nuestra casa cuando venia a atenderme junto su madre, y además, su madre es una persona admirable, ¿Cómo pudo hacer algo así esa niña?— expresó con incredulidad.

—No fue atrapada por pruebas concretas, sino por la multitud; no es la única implicada— respondió Álvaro, quedó muy sorprendido al enterarse de que Aisha había entrado en su casa en varias ocasiones, sin que él lo supiera. Esto refleja claramente que pasaba mucho tiempo afuera, cumpliendo sus responsabilidades junto a su "padre", sin apenas disponer de momentos para estar en su propia casa.

—Que catástrofe, sinceramente, ya presentía que algo andaba mal con esa chica— él hizo una mueca con la boca y no dijo nada —Debería haberlo previsto; nunca debí haber confiado en ellas—

Álvaro se aproximó nuevamente, mirándola a los ojos —Pero, ya está echo, madre— dijo suavemente, poniendo una mano en su brazo y esbozando una leve sonrisa —No maltrates a su familia; no sabemos si realmente es culpable— Continuaron caminando hacia la salida, dando pasos breves y medidos —Ellos ya han... sufrido bastante— añadió, girando la cabeza para mirarla —Su hija está en prisión, no les causes más dolor—

—Está bien, hijo— suspiró profundamente y le acarició el rostro con ternura.

Álvaro se despidió con una leve inclinación de cabeza mientras se colocaba el sombrero, y salió de la mansión. Hablar con su madre sobre ella, le resultaba extraño; su misión de ahora es que movería cielo y tierra, daría su vida, solo para asegurar que nada le sucediera, él se la debía después de todo.

Amor en la NaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora