II

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Aisha se abrazó a sí misma para entrar en calor. El frío atravesaba sus huesos, y sabía que, si seguía así, podría morir en esa celda.

Escuchó pasos que se acercaban. Pensó que había llegado la hora del "circo", ese espectáculo cruel que estaban a punto de presenciar. Se enderezó, con una expresión seria y firme, evitando abrazarse nuevamente. No quería mostrar debilidad, sino proyectar seguridad, lista para enfrentarse a lo que viniera.

Las puertas de la celda se abrieron y una manada de soldados entró. Entre ellos, reconoció al coronel que la había traído, acompañado de un hombre que, por su apariencia y las insignias en su uniforme, parecía ser el general. Ambos tenían un aire implacable.

Los observó sin expresión alguna, esperando su destino. De pronto, escuchó pasos detrás de los oficiales. Alguien más entró en la celda, con la cabeza en alto y una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro. Era evidente que su entrada estaba cargada de seguridad. Sin embargo, al verla, la sonrisa se desvaneció rápidamente y su cuerpo se tensó. Sus miradas se cruzaron.

Los ojos marrones de él chocaron con los de Aisha, y ambos se quedaron observándose. Ella se quedó sin palabras ¿Era posible? ¿Álvaro, el teniente al que había cuidado tiempo atrás? Su nombre resonó en su mente. No sabía si sentirse orgullosa por recordarlo y tener muy buena memoria o enfurecerse consigo misma por ello. Desvió la mirada, el enojo creciendo en su interior con cada segundo que lo veía.

—Joven,— dijo el coronel, ajustándose los guantes —como te mencioné, he venido con el general para interrogarte. Esperamos que hables con la verdad y evites problemas—

—No pienso decir nada ¡Sois unos hipócritas!— respondió Aisha, temblando de rabia.

—¡Silencio!— gritó el coronel —Aquí no toleramos gritos ni rebeldía—

Aisha los observaba con el ceño fruncido mientras el general se acercaba con altivez.

—Si nos dices quién te envió y te dio las órdenes, podrías estar libre esta misma tarde— dijo el general, frío y directo.

Ella dio un risa sarcástica —A quien robó vuestros cañones, le doy las gracias. Es un héroe. Venís en nombre de la paz, pero en realidad ya estáis preparados para derramar nuestra sangre ¿No fue suficiente con la muerte de nuestros soldados?—

—¡Basta!— interrumpió el general —Si sigues así, no llegarás lejos ¿Sabes lo que les sucede a los que, como tú, se niegan a cooperar? Se ejecutan—

La palabra "ejecutar" resonó en la mente de Aisha como un golpe helado. Sintió una sacudida recorrer su cuerpo y su mirada se congeló en un punto de la habitación. Al final, su cabeza cayó, sintiendo las lágrimas al borde de sus ojos y sus piernas temblorosas.

—Señor, no tiene derecho a ejecutar a un prisionero sin pruebas— intervino de pronto Álvaro, con la voz firme, mirando directamente a su padre.

—¿Y quién te ha dado permiso para hablar, teniente?— respondió el general, girándose hacia él con furia contenida.

—El teniente tiene razón, señor— intervino el coronel, apoyando a Álvaro —Deberíamos interrogar a todos los prisioneros antes de tomar una decisión. Aún nos faltan más reos por interrogar—

El general los miró con una mezcla de enfado y desdén —¡Aquí se hace lo que yo digo!— gritó, furioso —Si quiero ejecutarla, lo haré— chasqueó los dedos mirando a uno de los soldado que los acompañaba —¡Soldado, saca al teniente de la celda! No quiero que esté aquí—

Un soldado se acercó a Álvaro, tomándole del brazo. Él se lo apartó con rabia y salió de la celda, pero no sin antes dedicar una última mirada a Aisha antes de desaparecer.

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