- "Seven devils all around me.
Seven devils in my house"
Los siete demonios de Jaella Targaryen están preparados para hacerla sufrir.
Pero, ¿Estarán ellos preparados para ser destruidos?
House of the Dragon AU fanfic
Aegon II Targaryen x oc fe...
Jaella estaba emocionada viéndose en el espejo de sus aposentos.
El vestido blanco con tonalidades doradas estaba puesto sobre su cuerpo, y la capa negra con un dragón rojo que representaba la Casa Targaryen, ya estaba puesta sobre sus hombros cubriendo su espalda. Su cabello trenzado llevaba joyería en redecilla con esmeraldas que su tío Gwayne regalo por ese día, además de contrastar de manera exquisita con la joyería de sus manos, orejas y cuello.
Tal como se lo dijo a su madre, vestiría con atuendos de la Casa Targaryen y la joyería sería de la Casa Hightower.
—Mi niña Jaella, se ve hermosa —dijo Laika sonriendo, sus ojos brillosos en emoción.
La joven de casi 14 veranos sonrió emocionada. Estaba a tan solo momentos de casarse con Aegon. La ceremonia del septo no le importaría tanto como la ceremonia Valyria que harían en Dragonstone, su padre estuvo feliz de confirmar que todo en la Isla estaba preparado.
—Gracias, Laika —agradeció.
Los nervios estaban aumentando en su sistema, haciendo que su pecho doliera ante los golpes que su corazón daba. Esperaba el momento en que Sir Arryk fuera a por ella, junto a su tío Gwayne quienes la llevarían al carruaje donde su padre la acompañaría al septo. No había visto a Aegon en toda la mañana, ambos estuvieron encerrados en sus aposentos desde que despertaron, con un grupo de personas que los arreglarían para la ceremonia. Jaella fue vestida con ayuda de Laika y Elinda, la dama de su hermana Rhaenyra.
Rhaenyra...
Con Aemond prometieron no decir nada a nadie acerca de lo que Sir Cole les conto. Ese era un tema personal de su hermana, solo de ella y del padre de sus hijos fallecidos. No tocarían ese tema a menos que Nyra fuera quien diera el primer paso en querer contarles. Siempre y cuando fuera ella quien lo quisiera. Ellos no le insistirían con indirectas, tampoco preguntarían acerca del tema, nada. Nada, absolutamente nada.
Perder un hijo no era fácil. Era perder una parte del alma, una herida que no se cerraba hasta el último día de sus vidas, cuando los dioses eran misericordiosos y llamaban a partir. Una pequeña personita que por tanto tiempo se esperó, creciendo alegremente en el vientre hasta el día que decidiera salir a conocer el mundo exterior. A caminar por él, a tocar sus relieves junto a la los animales y árboles, a sentir el viento en su rostro, a sentir los deliciosos aromas de los pastelillos de frutilla.
