Un rato antes, justo en el momento en que el tiroteo comenzó y se detuvo abruptamente por orden de Gabriel, Ismael y Soto se encontraban entre la multitud de alumnos que huían despavoridos. Soto llevaba a Ismael apoyado sobre su hombro, ya que este había recibido un impacto de bala en el costado de su abdomen. A pesar del apoyo de su amiga, a Ismael le costaba avanzar. El dolor era tan intenso que solo atinaba a llorar, suplicando entre quejidos:
"Soto, duele mucho... Ayúdame, por favor".
Presionaba con fuerza la herida, intentando en vano curarse a sí mismo. La sangre empapaba su camisa a cuadros, tiñéndola de un alarmante tono carmesí. Soto, presa de los nervios, se abría paso con dificultad entre la marea de estudiantes aterrorizados. Su objetivo era llegar cuanto antes a la enfermería, buscando resguardo para ella y su amigo, además de la asistencia vital de la enfermera.
Tras un arduo trayecto, finalmente alcanzaron su destino. La enfermería estaba abarrotada de alumnos, algunos heridos de gravedad, otros con lesiones menores, y unos cuantos simplemente refugiados por el pánico que los consumía. En total, contando a Ismael, Soto y la enfermera, había ocho personas en el lugar. Un sentimiento de miedo los unía a todos, creando una atmósfera opresiva.
La enfermera Anita, al ver entrar a los chicos, reconoció de inmediato a Ismael. Terminó apresuradamente de atender la herida de otro estudiante y se apresuró a su encuentro. Sin perder tiempo, colocó su palma sobre la lesión del joven.
"Señorita Anita, intenté usar la técnica de curación que me enseñó", explicó Ismael entre quejidos de dolor, "pero no sirvió de nada".
Las lágrimas brotaban a raudales de sus ojos, evidenciando su sufrimiento. Soto, angustiada por el estado de su amigo y consumida por los nervios, apremió a la enfermera:
"Por favor, haga algo rápido. No podemos perderlo".
Anita, quien desde el primer instante había estado analizando la situación con ojo clínico, buscó unas pinzas en su botiquín. Sin mediar palabra, las insertó en la herida de Ismael, provocándole gritos desgarradores mientras hurgaba en busca de la bala. Tras unos segundos que parecieron eternos, logró extraerla.
Los demás alumnos, atemorizados por los alaridos de Ismael, temían que aquellos sonidos atrajesen a los despiadados prodigios hasta ellos.
Anita, consciente del creciente terror, se dirigió a ellos con voz firme pero tranquilizadora:
"No se preocupen, yo los protegeré. Nadie les hará daño mientras estén bajo mi cuidado".
Dicho esto, se concentró nuevamente en Ismael. Colocó su mano sobre la herida abierta, que ahora manaba sangre con mayor profusión tras la extracción de la bala. Un resplandor cálido emanó de su palma mientras aplicaba su magia curativa.
"Afortunadamente, la bala no dañó ningún órgano vital. De lo contrario, no podría salvarte", explicó Anita. "Aun así, la herida es profunda. Puedo cerrarla y detener la hemorragia, pero no lograrás una curación completa de inmediato. Lo siento mucho, Ismael".
La luz sanadora brillaba con intensidad, iluminando los rostros aliviados de Ismael y Soto. El joven, con voz temblorosa por la gratitud y la emoción, murmuró:
"Enfermera, muchas gracias. De verdad, no sé cómo agradecerle".
Soto se unió a las palabras de agradecimiento, pero Anita los interrumpió con suavidad:
"No es momento para eso. No puedo perder tiempo".
Se alejó de ellos para atender a otros dos estudiantes que acababan de ingresar, evaluando rápidamente sus heridas. Ismael, armándose de valor, se ofreció:
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Oricalco
AksiBruno llega a Paso Hogar para iniciar una nueva vida, pero la vida no se lo dejaría tendría tan fácil. Poco a poco su vida daría un giro de 180 grados llevándolo a situaciones donde junto a sus amigos los harían atravesar situaciones de gran peligro