Capitulo 20 El legado del amor propio

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Mientras los rayos de sol se filtraban por las ventanas, Valeria sonrió con nostalgia. Pensó en aquella joven insegura que una vez había sido. La chica que, sin buscarlo, se vio envuelta en un triángulo amoroso con dos de los chicos más populares de la universidad. Lo que en su momento parecía un cuento de hadas, había resultado ser una experiencia amarga, pero una de la que había aprendido mucho más de lo que imaginaba.

Ahora, mientras veía a sus hijos correr por el jardín, se dio cuenta de que esas cicatrices emocionales, que en su momento dolieron tanto, se habían transformado en señales de crecimiento, fuerza y amor propio. Aquellos días en los que dudaba de su valor ya quedaban lejos. El dolor de sentirse parte de una apuesta, el enfrentarse a las disculpas de Alejandro y Sebastián, y la decisión de anteponer su bienestar habían sido momentos decisivos para llegar a donde estaba.

Valeria se levantó de su escritorio y salió al jardín. Su hija menor, Sofia, corrió hacia ella con una flor en la mano, mientras su hijo mayor, Tomás, construía una pequeña torre de bloques de madera.

—Mira, mamá, para ti —dijo Sofia, entregándole la flor con una sonrisa brillante.

Valeria se agachó y tomó la flor, acariciando el rostro de su hija. —Gracias, mi amor. Es hermosa, igual que tú.

Mientras abrazaba a sus hijos, pensó en cómo el amor verdadero, ese que no dependía de expectativas ni manipulaciones, se manifestaba de manera pura a través de gestos pequeños y sinceros. Ese amor lo había encontrado no solo en su familia, sino también en sí misma.

El juego del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora