Coleccionista

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He sido un coleccionista ávido desde que era pequeño.

Aún recuerdo a la primera, mi vieja muñeca, la más bella, porcelana fría, de mirada triste. Me veo sentándola en la mecedora, acomodando su cuerpo inerte, peinando su pelo, pintando su rostro, dándole vida.

A ella la perdí, me la quitaron.

Jamás había vuelto a encontrar una muñeca de igual encanto. Ninguna en aquel recinto en el que me dejaron se comparaba a madre, no querían jugar conmigo, sólo reían canturreando “Raro Axel Crowley,  coleccionista de fantasmas”, entonces me fuí.

Encontré una casa, una vieja mansión alejada de la urbanización, había una anciana ciega en ella, sin familia, sin recuerdos, entonces no podía contar su historia. Le entregué una vida, le di un nuevo papel, y  aunque madre era más hermosa, ella estaba bien. Una testigo ausente. Poco hablaba. La vida le había quitado la vista, y el tiempo le había quitado la facultad de oír y percibir aromas.

Con el tiempo fui coleccionando silencios, tristezas y melancolías. Fui tomando historia tras historia. Porque no colecciono fantasmas, colecciono recuerdos, historias; me gusta que mis muñecas cuenten una historia, eso es mucho más importante que un nombre o una etiqueta. Creo que la vida es horrible, pero hay momentos hermosos que valen algo la pena, y yo los colecciono.

Colecciono muñecas, ¿por qué? Porque son hermosas, son arte. Algunas personas coleccionan mariposas, y yo colecciono doncellas, igual de bellas, igual de frágiles.

¿Y había dicho que nadie igual a madre? Era fiel creyente de ello, hasta que la vi a través de un cristal. Mis retinas absorbieron su silueta moviéndose en la interpretación de una melancólica melodía, girando sutilmente como la bailarina de porcelana que madre tenía en una caja musical.

Lissie…

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora