CAPÍTULO XIII| Esperanza.

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Los días se habían convertido en una sucesión de rutinas monótonas.  La idea de escapar se había vuelto una obsesión que me mantenía despierta en las noches, susurrando planes en mi mente mientras el coleccionista dormía en la habitación contigua. Decidí que debía acercarme más a él, porque la única manera de encontrar una salida era ganándome su confianza. Cada día que pasaba, intentaba jugar su juego, convirtiéndome en la muñeca que deseaba que fuera.

La noche siguiente, el coleccionista me pidió nuevamente que bailara para él. Su mirada, intensa y llena de deseo, me recorrió de arriba a abajo, como si estuviera evaluando cada parte de mí. El brillo en sus ojos era escalofriante, pero también había un destello de algo que se asemejaba a la pasión.

Mientras preparaba mi atuendo, mi mente giraba en torno a la idea de cómo podría utilizar este momento para acercarme a él. Sabía que si podía tocar su corazón, podría crear una apertura para planear mi escape.

La hora  llegó, y me vestí con un delicado vestido de ballet, uno que él había seleccionado especialmente para mí. La tela se sentía suave contra mi piel, y la sensación de ser observada por sus ojos ansiosos me daba un escalofrío.

Mi cuerpo se movía al ritmo de la música, y a medida que giraba y saltaba, podía ver su fascinación crecer. Cada movimiento era un acto de seducción, un intento de acercarlo a mí, de abrir una brecha en la barrera que lo mantenía distante.

Cuando terminé, el silencio que siguió fue casi ensordecedor. La intensidad de su mirada se convirtió en un fuego ardiente, y antes de que pudiera darme cuenta, se acercó y me tomó de la cintura, atrayéndome hacia él.

—Eres perfecta —susurró, su voz temblando con emoción —. Tienes un talento que va más allá de lo que he encontrado antes.

—Gracias —respondí, tratando de que mi voz sonara dulce y complaciente.

A medida que se acercaba más, podía sentir su calidez, pero también el peligro que emanaba de su locura. Estaba jugando con fuego, pero en el fondo, sabía que era un riesgo que debía correr.

Sin mediar palabra, desató el nudo en mi espalda, aflojando el vestido, el corazón me bombeaba con fuerza mientras deslizaba la tela por mi cuerpo, lentamente, con delicadeza, dejándome con las simples y desgastadas zapatillas de ballet. Contuve las ganas de cubrirme, manteniendo mi postura firme, oyendo su  gemido ahogado al pasar las manos por mi cuerpo, acuclillandose para quitar la tela por mis pies. Me observó con devoción, adorándome.

—Baila, baila para mí, Lissie —demandó con voz oscura, sentándose en su lugar, desabrochando su pantalón, viéndome, siempre viéndome.

La misma melodía seguía sonando, la misma casa vez, ya la había memorizado desde la tercera noche. Mi cuerpo tomó impulso, levantándome, girando, danzando para él. Sus jadeos mezclándose con cada nota. Era una imagen grotesca, las tenues luces sobre mí figura, enseñando mis costillas ligeramente sobresalientes, mi piel lechosa, y mis uñas medio despintadas. El coleccionista observando, complaciendose con mi imagen deplorable, con mi tristeza, con mi dolor.

Como lo odiaba, el alma sangrando.

Esa noche, mientras me sumergía aquella actuación, comencé a idear planes para el futuro. Cada baile, cada mirada que le lanzaba, eran pequeños pasos hacia la libertad que anhelaba.

Al final de la noche, cuando me retiré a mi habitación, sentí que había ganado una pequeña batalla, pero perdido un poco  más mi dignidad.

¿Lo valía?

Tal vez.

Tal vez aún había esperanza.

Tal vez aún podía encontrar la manera de liberarnos.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora