CAPÍTULO IV| El eco del miedo.

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La tenue luz de la lámpara parpadea, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes mientras me siento en el borde de mi cama. El silencio en esta casa es aplastante. Incluso los susurros de las otras chicas se han desvanecido, reemplazados por una quietud sofocante. Pero no estoy sola; su voz sigue resonando en mi mente.

"Eres mi obra maestra, Lissie."

Cada vez que lo recuerdo, el estómago se me revuelve. Esa frase, dicha con una devoción tan retorcida, es un recordatorio constante de lo que soy para él: un trofeo. Un objeto precioso que debe moldear a su voluntad. Mi corazón late rápidamente, pero me obligo a calmarme. Tengo que mantener el control. Si pierdo la cabeza, ya habré perdido esta batalla.

Me levanto de la cama, dando pasos lentos hacia el espejo que ocupa la esquina de la habitación. Mi reflejo me mira con ojos vacíos, y por un momento me cuesta reconocer a la persona que fui antes. La bailarina elegante, llena de vida, parece un recuerdo lejano. Ahora soy solo una muñeca más en una retorcida colección. Pero debajo de esta fachada de calma, el miedo sigue acechando, a punto de desbordarse.

Mis dedos tocan el borde del espejo, y cierro los ojos por un momento, dejando que los recuerdos de la conversación con él vuelvan a inundar mi mente. Era la primera vez que lo ví tan enfocado en mí. El modo en que me observaba, casi como si estuviera decidiendo qué hacer conmigo, me provocaba náuseas.

"Nunca serás como las otras."

Esa fue la frase que me sacó de mi ensueño. La insistencia en que soy diferente, especial para él. Me observaba con sus ojos calculadores, como si yo fuera un lienzo en blanco que él podía pintar a su antojo.

"Las demás solo eran pruebas, Lissie. Pero tú... tú eres perfecta."

Esa perfección, me di cuenta, era una trampa. No era un cumplido, sino una condena. Para él, yo no soy una persona, sino una posesión. Un reflejo de su control absoluto. Y cuanto más lo pienso, más claro se vuelve: no hay lugar para errores en su mundo. Si desobedezco, si muestro alguna grieta en su imagen de mí, todo podría desmoronarse.

Siento un nudo formarse en mi garganta. Mi reflejo sigue mirándome, inmóvil y frío. Tengo que hacer algo. No puedo permitir que me consuma.

La llave... el peso del pequeño trozo de metal escondido entre los pliegues de mi falda me trae una esperanza frágil. Cada vez que la toco, una chispa de resistencia se enciende dentro de mí. Sé que no tengo mucho tiempo, pero cada segundo es una oportunidad para planear.

Camino por la habitación, las tablas del suelo rechinan con suavidad bajo mis pies descalzos. En mi cabeza, los fragmentos de la conversación con el coleccionista continúan mezclándose con recuerdos de mi vida pasada, antes de que todo esto comenzara. Antes de que mi nombre se convirtiera en otro entre susurros de terror entre las chicas de esta casa.

"Tú bailas para mí. Siempre lo has hecho."

Ese fue el momento en el que comprendí lo profundo de su obsesión. Me había observado por semanas, quizás meses, antes de llevarme. En mi antigua vida, mi danza era mi escape, mi manera de perderme en la música y olvidar el mundo. Pero ahora, era su manera de poseerme. Cada vez que me obligaba a bailar para él, me quitaba un pedazo más de mí misma.

El eco de mis zapatillas de ballet en la sala, el sonido que antes me llenaba de fuerza, ahora se ha vuelto un recordatorio de mi prisión. Me esfuerzo por recordar la última vez que bailé por mí misma, por el simple placer de sentir la música en mi piel. Todo eso parece un sueño lejano ahora. Cada giro, cada paso, es una cadena invisible que él ha colocado sobre mí.

Me acerco a la ventana, el cristal frío contra mi frente mientras contemplo la oscuridad exterior. Desde aquí, el bosque que rodea la casa parece interminable, una extensión de sombras que me observa. No hay luces, ni caminos visibles. Solo árboles que se agitan bajo el viento, tan atrapados como yo.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora