CAPÍTULO XVI| Una Más en la Colección.

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 Había una quietud extraña en el aire, una tensión que vibraba en cada rincón. Lo noté al despertar esa mañana. Los murmullos en la casa eran más apagados, los suspiros de las otras chicas más breves. Como si algo hubiera cambiado. 

El Coleccionista no estaba. 

Era eso, tal vez. 

Su presencia, normalmente omnipresente, se sentía como una sombra en la distancia, dejándonos solas por primera vez en días. Me levanté de la cama, todavía vestida con el delicado traje de la noche anterior, y crucé el pasillo hacia el salón.

Al llegar, las chicas estaban reunidas en un círculo, sus ojos llenos de miedo. Pero había algo más: una vacante. Alguien faltaba. Mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho mientras contaba, repasando mentalmente cada uno de los rostros aterrados. El espacio vacío no mentía. Era Itali. Ya no estaba con nosotras.

—¿Dónde está Itali? —pregunté, siendo consciente de la respuesta, pero la pregunta escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla.

—Se la ha llevado —murmuró una de las chicas, su voz quebrándose en el proceso—. Ayer por la noche… escuché ruidos, y esta mañana ya no estaba.

El suelo bajo mis pies pareció desvanecerse. Claro que sabía lo que eso significaba. La chica ahora formaba parte de su colección de manera definitiva. El Coleccionista había decidido que ella había llegado a su límite, que ya no servía para su macabra fantasía.

Recordé los murmullos que había escuchado semanas atrás, cuando me capturó. La manera en la que las chicas hablaban entre sí, susurrando sobre la suerte de las que desaparecían de un día para otro, y cómo sus cuerpos nunca volvían a verse. Sabía lo que le esperaba. Sabía que su destino había sido sellado. Muchas no han visto la colección privada, somos pocas las que hemos apreciado las figuras tras el cristal. 

Me acerqué a la pared más cercana, respirando profundamente, intentando calmar el ataque de pánico que amenazaba con arrollarme. No podía perder el control. No ahora.

—¿Qué hacemos? —preguntó otra de las chicas, su voz apenas un susurro lleno de desesperación. Todas me miraban como si tuviera la respuesta, como si mi fortaleza fuera la única cosa que mantenía sus frágiles mentes unidas. Pero en ese momento, me sentía igual de indefensa. Aún no he cumplido los dieciocho años, maldición,  lo único que quiero hacer en este momento es meterme bajo las sábanas y fingir que todo esto no es más que un mal sueño. 

—Nos quedamos juntas —dije finalmente, levantando la cabeza para enfrentar sus miradas—. No podemos permitir que nos quiebre. No podemos dejar que el miedo nos consuma.

Las palabras eran más para mí que para ellas. Intentaba convencerme de que podía mantenerme entera, que aún había una forma de escapar de este infierno. Pero con cada muñeca que él agregaba a su colección, esa posibilidad se volvía más lejana.

El crujido de la puerta del salón se escuchó detrás de nosotras, y el Coleccionista apareció en la entrada. Su presencia lo llenó todo. Los pasos resonaron en el suelo de piedra mientras avanzaba, como si el aire se volviera más denso con cada movimiento.

Se detuvo frente a nosotras, su mirada fría y calculadora recorriendo cada uno de nuestros rostros. Por un segundo, sus ojos se clavaron en los míos. Me forzé a mantenerle la mirada, a no apartar los ojos, aunque todo mi cuerpo gritara por hacerlo.

—Itali ya no está con nosotros —dijo, su voz calmada, casi suave, como si hablara de algo trivial—. Su tiempo aquí terminó, y  llegó el momento de que ocupara su lugar en mi colección de Ébano y Marfil. Es una muñeca hermosa.

El silencio que siguió a sus palabras era frío y sofocante. En otras palabras: Itali había dejado de ser una persona y ahora era un objeto más, congelada en el tiempo, encerrada en una vitrina o, peor aún, convertida en cenizas tras el cristal de su macabro museo. 

El Coleccionista se acercó más, sus ojos fijos en mí. Podía sentir su deseo creciendo, su necesidad de control sobre mí intensificándose con cada paso. 

—Lissie, te necesito esta noche —dijo, su voz bajando un tono mientras sonreía de una manera que me heló la sangre.

Intenté mantener la calma, pero mi mente se llenaba de imágenes de lo que había hecho con Itali, Carmen, de lo que podría hacerme a mí si jugaba mal mis cartas. Me encontraba más cerca de él que ninguna de las otras chicas, y eso, de alguna manera, me mantenía a salvo… pero también me colocaba en un peligro más grande.

Asentí lentamente, sin permitir que el miedo que sentía por dentro se mostrara en mi rostro. 

—¿Qué puedo hacer por tí? —pregunté, manteniendo mi voz lo más firme posible.

—Lo sabrás luego —dijo mientras daba un paso más cerca.

Mis manos temblaron ligeramente, pero no dejé que lo notara. Sabía que con cada pequeño acercamiento, era una pequeña victoria que lograba con él. Y ahora, con Itali desaparecida, también sabía que podría ser la siguiente si no actuaba con cuidado.

—Por supuesto —respondí, manteniendo la misma expresión neutral.

Él me miró con una intensidad que casi me hizo estremecer, pero luego sonrió, satisfecho. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y abandonó el salón, dejándonos en la penumbra.

Tan pronto como se fue, dejé escapar el aire que había estado conteniendo. Sabía que esa noche sería crucial. Sabía que la línea que estaba caminando se hacía cada vez más delgada, y que el tiempo para actuar se acababa.

Las chicas a mi alrededor se mantuvieron en silencio, cada una perdida en su propio terror, pero sus ojos seguían fijos en mí, como si fuera la única esperanza que les quedaba. No podía defraudarlas, pero tampoco podía fallarme a mí misma. Esa noche, debía encontrar una manera de seguir ganándome la confianza del Coleccionista… o de lo contrario, acabaría como Ita: una pieza más en su colección eterna.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora