CAPÍTULO XVII| El último baile.

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El crepúsculo comenzó a envolver la casa, tiñendo las paredes de un tono apagado, casi lúgubre. Me sentía atrapada en esa calma inquietante, mientras me preparaba para lo que el Coleccionista había planeado. Su obsesión había alcanzado un punto insoportable, y la desaparición de aquella chica pendía en el aire como una advertencia. Sabía que el peligro era real, más presente que nunca.

Me vestí lentamente, consciente de cada prenda que colocaba sobre mi piel. El tutú que él había elegido, de un blanco inmaculado, contrastaba con la oscuridad que se había asentado en mi mente. Las zapatillas de ballet, tan ligeras y delicadas, parecían demasiado frágiles para el peso que llevaba en el pecho. Pero debía concentrarme. Esta noche, no podía permitirme fallar. Esta noche tenía que bailar como si mi vida dependiera de ello... porque así era.

El salón estaba ya preparado cuando llegué. Las luces tenues proyectaban sombras alargadas, creando un ambiente casi onírico. Había algo fantasmal en la manera en que todo se veía, como si el mundo se hubiera distorsionado y la realidad estuviera comenzando a desmoronarse. Las vitrinas donde las "muñecas" descansaban estremecian mi alma, parecían observarme desde su cristal, recordándome el destino que me esperaba si fallaba.

El Coleccionista estaba allí, sentado en una butaca al fondo de la sala, observando cada uno de mis movimientos con una mirada tan intensa como el aire sofocante que llenaba el salón.

-Ya sabes que hacer -dijo con una voz suave, pero que contenía una orden implícita-. Esta noche debe ser especial, Lissie.

Tomé aire profundamente, sintiendo la tensión apretarse en mi pecho. Especial. ¿Cómo es especial? Cerré los ojos por un momento y me obligué a recordar los tiempos antes de todo esto. Antes de la casa. Antes de ser una muñeca. Recordé cómo solía perderme en la música, cómo el mundo desaparecía cuando bailaba. Eso es lo que debía hacer ahora: usar ese mismo escape para sobrevivir una vez más.

La música comenzó a sonar, una melodía lenta y melancólica que resonaba en cada rincón del salón. Mis pies comenzaron a moverse automáticamente, llevándome a través de los pasos que conocía tan bien. Pero no era solo un baile. Cada movimiento debía ser perfecto, cada giro debía atraerlo más hacia mí, como una telaraña invisible que lo atrapara en su propia manía.

A medida que la música avanzaba, sentí que su mirada me seguía, devorando cada gesto, cada alzamiento de brazos. Lo sentía perdiéndose en mí, como si yo fuera más que una simple bailarina, más que su muñeca favorita. Estaba absorbiendo cada parte de mí, pero también, sin que él lo supiera, yo estaba tomando algo de él.

En un giro calculado, nuestras miradas se encontraron. Mantuve su atención, clavando mis ojos en los suyos, dejando que viera una suavidad que no era real, una sumisión que yo controlaba. Su expresión cambió por un momento, como si estuviera viendo algo que no esperaba. El deseo que siempre había visto en su mirada ahora se mezclaba con una confusión pasajera. Esa era mi oportunidad.

El baile terminó con un arabesque final, mis brazos estirados hacia el cielo, mi respiración agitada no por el esfuerzo físico, sino por la tensión de lo que estaba en juego. El silencio que siguió se sintió eterno.

El Coleccionista se levantó de su asiento, caminando lentamente hacia mí, sus ojos aún fijos en mi figura. Cada paso resonaba en el salón vacío, amplificando el miedo que intentaba mantener bajo control.

-Maravillosa -dijo, su voz casi reverente.

Lo observé acercarse, mi cuerpo inmóvil, aunque por dentro cada fibra de mí gritaba por huir. Pero sabía que debía mantenerme firme, que el control que había ganado era delicado, como caminar sobre el filo de una navaja.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora