CAPÍTULO II| Muñecas Rotas.

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Las horas pasan lentamente después de la función. El eco de los aplausos de él sigue retumbando en mi cabeza, una cadena invisible que aprieta con cada segundo que transcurre. Trato de sacudir la sensación, pero es inútil.

Él siempre está presente.

Incluso cuando no está.

Me acerco a Maya, que aún yace en su cama. No ha movido un músculo desde que se fue. Me arrodillo a su lado, tomando su mano entre las mías. Está fría, su piel tiene una palidez que parece más propia de una de esas muñecas de porcelana que él tanto adora.

-May -susurro-. Tienes que moverte. Si no te ve fuerte... -Me detengo. Las palabras no necesitan completarse. Ella lo sabe. Todas lo sabemos.

Sus ojos se abren lentamente, vacíos, apagados. Ya no es la misma chica que conocí cuando llegué aquí. El coleccionista la ha moldeado, la ha quebrado poco a poco. Pero yo no puedo permitirme ser como ella. No lo haré.

-No quiero volver a la fiesta -murmura-. No puedo, Lissie. Esta vez... esta vez no voy a sobrevivir.

Mi corazón se acelera. La impotencia se apodera de mí, como un manto de oscuridad que no puedo sacudirme. La fiesta. La fiesta es siempre la peor parte.

Las luces brillantes, la música suave, la gente. Gente que paga por vernos, por tocarnos, como si fuéramos juguetes, accesorios en una puesta en escena grotesca. Y él, en el centro de todo, organizando el espectáculo, decidiendo cuándo hemos llegado al límite de nuestro uso.

-Tienes que ser fuerte, amor. Vamos a salir de aquí, lo prometo -le digo, aunque las palabras suenan vacías incluso para mí.

Ella me mira con una mezcla de tristeza y resignación. No me cree. Y en el fondo, ni yo me creo.

Me alejo de ella, dejándola descansar en su propia pesadilla. Sé que hay poco que puedo hacer por ella ahora. Pero aún puedo hacer algo por mí.

La casa huele a flores frescas cuando abandonamos la habitación. Pero todo aquí es falso. El olor no proviene de flores reales, sino de esencias perfumadas esparcidas por los pasillos, como si se tratara de un teatro de ilusiones. Las cortinas de terciopelo se han desplegado, y la música, suave y delicada, flota en el aire como una burla cruel.

Es noche de fiesta.

Las noches de fiesta siempre son...

Los invitados empiezan a llegar, sus pasos firmes sobre el mármol pulido. Escucho las risas bajas y las conversaciones susurradas desde el vestidor, mientras termino de vestirme. El coleccionista me ha ordenado ponerme un tutú blanco, un conjunto perfecto para la "estrella de la noche". Siento el peso de las zapatillas de ballet en mis pies, como si las cintas que se atan a mis tobillos fueran cuerdas de una marioneta.

El coleccionista no las ha ajustado para que baile, sino para que me someta.

Me miro al espejo una vez más antes de salir al salón. El reflejo que me devuelve no es el mío. Es el de otra chica, otra muñeca rota. Mis labios están pintados de un rosa pálido, y mis mejillas, ligeramente sonrojadas, parecen las de una figura de porcelana. Pero mis ojos... mis ojos siguen siendo míos, llenos de furia, de miedo, de impotencia.

Él me espera al final del pasillo, mi captor, observándome con esa sonrisa suave, siempre encantadora, siempre calculada. Cuando lo miro, veo el mismo ángel que vi la primera vez que me trajo aquí, con su rostro sereno, su cabello dorado y su elegancia maldita. Pero ahora sé lo que hay detrás de esa fachada. Sé lo que hace cuando las luces se apagan y las sonrisas de los invitados se desvanecen.

-Lissie, cariño -me dice, tomando mi mano con una delicadeza que solo es una falacia-, esta noche serás la joya de mi colección.

Su voz es un susurro que me eriza la piel.

No respondo.

No necesito hacerlo.

Él sabe que obedeceré.

Debo hacerlo.

El salón está lleno cuando entro, y me siento como una pieza central en un escaparate. Todos los ojos están sobre mí, aunque ninguno de esos ojos me ve como una persona. Solo soy una muñeca viviente, el último capricho del coleccionista. A mi alrededor, las otras chicas se encuentran en sus posiciones, vestidas con trajes ridículos, sus rostros ocultando el dolor bajo una capa de maquillaje y sonrisas vacías. Maya está sentada en una silla al fondo, inmóvil, como si ya hubiera sido olvidada, su energía completamente drenada por las interminables fiestas.

Los invitados se mezclan, charlan y ríen entre copas de vino y aperitivos exquisitos. Son hombres y mujeres de aspecto impecable, con trajes caros y joyas deslumbrantes. Pero sus miradas me recorren como si fuera un objeto, un trofeo más en la colección del coleccionista.

Me detengo en el centro del salón, justo donde él me ha indicado.

-Baila para nosotros, Lissie -su voz resuena como una orden disfrazada de halago.

La música empieza, una melodía lenta y etérea que llena la sala. Doy el primer paso, y luego el siguiente, girando sobre las puntas de mis pies, mi cuerpo moviéndose con una elegancia que ya no es natural para mí. Es un reflejo, una coreografía grabada en mi mente a fuerza de repetición y miedo. No siento el placer de bailar como lo hacía antes. Ahora, cada giro, cada salto, es una cadena más que se ata a mi cuerpo.

A mi alrededor, los invitados observan, algunos murmurando entre ellos, otros simplemente mirando en silencio, como si estuvieran evaluando un producto. Y él está allí entre ellos, sus ojos fijos en mí con una intensidad que me hace sentir como si estuviera desnuda bajo su mirada.

Giro una vez más, pero esta vez, un hombre de traje oscuro da un paso adelante. Mi corazón se acelera. Lo conozco. Es uno de los que alquilan muñecas.

-Es hermosa -dice, su voz profunda y firme-. ¿Está disponible para esta noche?

El coleccionista sonríe, inclinando ligeramente la cabeza.

-Lo siento, señor. Lissie es especial. Es para uso exclusivo mío.

Siento una mezcla extraña de alivio y terror. Alivio porque no tendré que soportar las manos de ese hombre, pero terror porque ser la favorita del coleccionista no es un privilegio, es una condena. Su obsesión por mí es palpable, y cada día siento que estoy más cerca de convertirme en una de las muñecas tras el cristal.

La música termina, pero la noche apenas ha comenzado. Me retiro a un rincón, intentando hacerme invisible, mientras el coleccionista charla con sus invitados. Sin embargo, ninguna de nosotras puede escapar de la fiesta. Somos el entretenimiento, las "muñecas vivientes" que hacen que estas reuniones sean especiales.

Itali, una de las chicas más nuevas, está sentada en una esquina, sus ojos llenos de lágrimas. Ha estado aquí menos tiempo que yo, pero ya está rota.

La fiesta la está destrozando. No sé cuánto más podrá soportar.

Me acerco a ella, tomando su mano suavemente.

-Aguanta, niña-le susurro-. Solo tenemos que sobrevivir esta noche.

-No puedo... no puedo más. Él... me dijo que era la última vez -su voz se quiebra.

Mi corazón se hunde. Sé lo que eso significa. Ella está cerca de su límite. Pronto, ella también será "liberada" del dolor, pero no de la forma en que nos gustaría. No hay escapatoria. Solo bálsamo y una figura eterna tras el cristal, como muñecas de cera en un exhibidor.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora