CAPÍTULO III| Muñecas Rotas. Parte 2.

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Mientras la noche avanza, los invitados siguen bebiendo, riendo y observándonos. Nosotras, las muñecas, seguimos allí, quietas, perfectas. Mi mente no deja de girar. Tengo que salir de aquí. Tengo que salvar a las chicas. Pero cada vez que pienso en escapar, una nueva capa de miedo se apodera de mí.

Todo está controlado por él.

Y entonces, justo cuando creo que la fiesta ha terminado, el coleccionista hace un gesto, llamándome de nuevo. Esta vez, sus ojos no tienen la calma de antes. Hay algo más oscuro en ellos, una promesa de lo que vendrá después de la fiesta.

-Ven conmigo -me ordena, extendiendo la mano.

Siento una punzada de miedo. Tal vez esta noche no terminará como las otras.

Me acerco, sintiendo cómo mi estómago se revuelve y mi mente se nubla. Me toma del brazo con firmeza, guiándome hacia las escaleras. Los invitados siguen charlando, ajenos a lo que está a punto de suceder.

Subimos por el pasillo hasta llegar a la puerta de su estudio privado. Mi corazón late con fuerza, cada paso que doy me acerca más al abismo.

Las escaleras crujen bajo mis pies, cada sonido amplificando el silencio del pasillo vacío. Él sigue sujetando mi brazo con una fuerza que no concuerda con su aparente delicadeza. Me lleva hacia su estudio privado, un lugar al que solo algunas hemos sido arrastradas. Ninguna de las que han cruzado esa puerta ha vuelto a ser la misma.

Al llegar al umbral, mi respiración se detiene. La puerta de roble se abre con un suave chirrido, revelando una habitación más sombría de lo que recordaba. Todo aquí está perfectamente organizado, como si fuera otro altar a su obsesión por el control. Las paredes están adornadas con cuadros de bailarinas, antiguas muñecas de porcelana cuidadosamente dispuestas en vitrinas. En el centro de la habitación, una mesa de cristal reluce bajo la tenue luz de una lámpara.

-Siéntate -ordena, su voz firme pero controlada.

Obedezco, aunque cada fibra de mi cuerpo grita por escapar. Me siento en una silla frente a él, tratando de mantener la compostura mientras él se mueve alrededor de la habitación, como un depredador estudiando a su presa. Lo observo de reojo mientras revisa una de las vitrinas. No puedo dejar de pensar en lo que pasará después de esta noche.

-Sabes, siempre has sido diferente -dice mientras acaricia el cabello de una de sus muñecas de porcelana-. Las otras... no tenían tu gracia, tu fuerza.

Sus palabras me revuelven el estómago. Sé lo que viene. Lo he escuchado decir esas mismas frases antes a otras chicas, poco antes de que desaparecieran. Pero antes de que pueda procesarlo, él se gira hacia mí con una expresión que mezcla admiración y algo más oscuro, algo que apenas puedo comprender.

-Eres mi pieza favorita -continúa, acercándose a mí-. La única que nunca romperé.

Siento un escalofrío recorriéndome la espalda. Nunca romperé. Esas palabras resuenan en mi cabeza como una sentencia de muerte.

De repente, el crujido de la puerta interrumpe la tensión. Me giro instintivamente, pero él no parece sorprendido. Es Talía. Su figura, frágil y casi irreconocible, aparece en la entrada, los ojos vacíos, pero sus manos temblorosas revelan el miedo que intenta ocultar.

-Señor... me pidieron que le informara que uno de los invitados quiere verlo -dice con un hilo de voz.

El coleccionista no le responde de inmediato. Se limita a observarla, como si estuviera decidiendo si castigarla por interrumpir o no. Luego, su mirada vuelve a mí.

-No te muevas, Lissie. Esto no ha terminado.

Con esas palabras, sale de la habitación, dejándonos a Talía y a mí solas. El aire se siente más pesado, pero mi mente empieza a moverse rápidamente.

Esta es mi oportunidad.

-Talí... -susurro-. ¿Qué está pasando?

Sus ojos, oh santo cristo, esos ojos de abismo, se llenan por un momento de pánico. Se acerca lentamente, cerrando la puerta detrás de ella.

-Él... él planea hacer algo diferente contigo -murmura, su voz apenas audible-. Eres su favorita. Te quiere para él, no para las fiestas. Nosotras no... no te volveremos a ver después de esta noche.

Su confesión me golpea como un mazo. Mi corazón late más rápido, mi mente buscando desesperadamente una forma de escapar. No puedo ser la próxima. No puedo desaparecer como las otras.

-¿Hay alguna salida? -pregunto, mi voz baja pero urgente-. Necesito salir de aquí, Talí.

Talía es más vieja que yo en este lugar, debe saber, debe haber visto algo alguna vez. Ella duda, su cuerpo temblando visiblemente, pero sus ojos me revelan algo que no he visto en mucho tiempo: esperanza.

-Hay... hay un sótano -dice finalmente, las palabras saliendo como si le dolieran-. Bajo el estudio. Lo usa para almacenar... cosas. Hay una puerta, pero solo él tiene la llave.

La llave. Mis ojos se dirigen instintivamente al escritorio donde el coleccionista deja siempre sus cosas. Si puedo encontrar esa llave antes de que regrese...

-¿Puedes ayudarme? -le pregunto, tomando su mano entre las mías.

Talí traga saliva, su mirada nerviosa y llena de miedo.

-Te matará si intentas escapar -susurra, pero hay una chispa de algo más profundo en su mirada, como si recordara algo que había perdido hace mucho-. Pero...ya estás muerta si te quedas.

Ambas sabemos que tiene razón. Los pasos del coleccionista se oyen acercándose, pero Talía, con manos temblorosas, se mueve hacia el escritorio. Busca entre los cajones con desesperación, el sonido del metal chocando contra la madera haciéndome temblar. Finalmente la encuentra: una pequeña llave plateada.

Me la pasa justo cuando los pasos se detienen en la puerta. Mi corazón late con fuerza, y guardo la llave en el pliegue de mi falda mientras me giro hacia el coleccionista, que entra con una sonrisa fría.

-Lissie, ¿creíste que podías escaparte tan fácil? -dice, sus ojos observándome con una mezcla de diversión y algo más siniestro-. Volvamos a nuestra pequeña charla.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora