CAPÍTULO IX| Hurgando el pasado.

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La música llenaba el aire, un eco vibrante de risas y aplausos que se deslizaba por los pasillos de la Casa de las Muñecas. Las luces brillaban como estrellas, iluminando a las chicas que danzaban a su alrededor, cada una de ellas intentando encajar en la fantasía que el coleccionista había creado.

Mientras observaba la escena, sentí la presión de los ojos del coleccionista sobre mí. Su presencia era como una sombra que se cernía sobre todos, y cuando se acercó, una parte de mí se tensó. Pero estaba decidida a mantener la compostura, a demostrarle que podía ser su muñeca favorita.

—Lissie —llamó, con una voz suave pero cargada de una extraña intensidad— ¿Te gustaría bailar para mí? Me encanta verte moverte.

El corazón me latía con fuerza, pero asentí. ¿Qué más podía hacer? La música resonaba en mis oídos mientras tomaba mi lugar en el centro del salón, el mundo a mi alrededor se desvanecía en una danza hipnótica.

Bailé con gracia, sintiendo los ojos del coleccionista en mí, casi como si estuviera evaluando cada movimiento. Pero en lugar de perderme en la danza, usé el momento para acercarme a él, para sacar algo más de su historia, algo que pudiera usar.

—Dime ¿Me dejarías conocerte alguna vez? —pregunté entre pasos, intentando sonar despreocupada.

—¿Conocerme? —inquirió curioso.

—Cuéntame tu historia.

Una sonrisa en sus labios se ensanchó, y su mirada se tornó nostálgica.

—Ah, Lissie, mi historia es… complicada —reclinó su cuerpo, observandome—. Desde pequeño, siempre me sentí diferente. No encajaba en la vida que se esperaba de mí. La gente siempre me decía que debía ser como ellos, pero nunca pude. Los demás veían el mundo de una manera, y yo lo veía de otra.

Se detuvo, su mirada se oscureció.

—Después de la muerte de madre, me enviaron a una casa hogar. Ahí, entre aquellos extraños, mi esencia se diluía como agua en arena. No podía soportar sus miradas de compasión, sus susurros sobre un niño perdido, un niño maldito. Me llamaban coleccionista, coleccionista de fantasmas, un niño que no merecía amor ni cuidado. Mhm…Recuerdo la burla en sus ojos y el desprecio en sus palabras. El vacío me devoraba, como un abismo que me arrastraba hacia la locura.

Su voz se volvió un susurro, como si estuviera hablando de un secreto sagrado.

—Una noche, decidí que ya no podía estar allí. Escapé bajo el manto de la oscuridad, con el viento soplando a mis espaldas. Y entonces, encontré esta casa. Era un refugio, un lugar donde podía ser libre. Aquí vivía una mujer bastante mayor, perdida en su propio mundo. Le dije que era su hijo, y ella, con su mente desvanecida, me entregó todo lo que tenía, como si yo fuera el último rayo de esperanza en su vida —su expresión se tornó sombría—. Me convirtió en su familia, y yo, a cambio, le di compañía en su soledad. En su locura, encontré una paz que nunca conocí. Y cuando finalmente encontró su eternidad, me dejó su hogar y todas sus posesiones, un legado que estaba destinado a ser mi primer tesoro.

—Cuando era pequeño, las muñecas eran una forma de escape. En ellas encontré lo que nunca tuve en la vida real. Fueron mis amigas en un mundo que no me entendía. Cada una era un reflejo de lo que deseaba ser, un ideal de belleza y perfección —la música continuó sonando, pero el ambiente se tornó más pesado, como si las sombras que rodeaban la habitación se estuvieran acercando—. Decidí que quería crear mi propia colección. Quería dar vida a esas muñecas de una manera diferente. Así fue como comenzaron mis fiestas, mis… exhibiciones

La tristeza en sus ojos era palpable, pero había una chispa oscura que los iluminaba.

—Cada una de mis muñecas representa un fragmento de lo que perdí, un intento desesperado de crear un mundo en el que pudiera encontrar belleza y control. Las muñecas son mis amigas, mis compañeras, y tú, Lissie, eres la última de ellas.

Me sentí atrapada entre su historia y su locura, un hilo tenso que podría romperse en cualquier momento.

—Pero, ¿no entiendes? Las personas son imperfectas, no pueden ser coleccionadas como muñecas —dije, mi voz urgente, pero un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

Su sonrisa se desvaneció al recordar algo que parecía profundamente doloroso.

—Las personas no valoran lo que no comprenden, Lissie. Me atraparon en un mundo que nunca elegí, y al final, me convirtieron en un paria. Pero en esta casa, aquí, tengo el control. Aquí, puedo crear lo que siempre quise. Mis muñecas son lo que me da vida.

Sentí un escalofrío recorrerme al escuchar su confesión. Sus palabras eran la mezcla de un artista atormentado y un monstruo en ciernes.

—¿Y las chicas? ¿Qué son para ti? —pregunté, intentando mantener la calma, a pesar del giro que había tomado la conversación.

—Son lo que siempre quise tener —dijo, su voz ahora casi un susurro— Son la perfección hecha carne. Pero a veces, incluso las muñecas necesitan ser enseñadas a comportarse.

Esa última frase resonó en mis oídos, y un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Cuánto tiempo podría jugar a ser su muñeca favorita antes de que él decidiera que era tiempo de “enseñarme”? La incertidumbre me llenó de una inquietud palpable.

El coleccionista se acercó más, su rostro a pocos centímetros del mío, y por un momento, vi algo en sus ojos: un destello de tristeza, de pérdida.

—A veces, me pregunto si alguna vez me entenderás. La vida no siempre es lo que parece, Lissie. Yo sólo busco un poco de belleza en este mundo grotesco.

El aire se volvió denso, y su confesión me dejó sin palabras. Había algo más en él, algo que quería salir, algo que luchaba por liberarse entre las sombras de su mente. Pero sabía que debía tener cuidado; cada palabra que decía podía ser una trampa, una forma de control que intentaba ejercitar sobre mí.

—Lo entiendo —respondí finalmente, mi voz en un susurro firme —. La belleza puede ser difícil de encontrar. Pero no necesitas hacer daño para crearla. La verdadera belleza está en la libertad, en poder ser uno mismo sin miedo.

Por un instante, la confusión cruzó su rostro, y sentí que quizás había dejado una pequeña huella. Pero rápidamente se recuperó, y la chispa de ira se encendió de nuevo en sus ojos.

—No, Lissie. La belleza necesita ser cuidada, preservada. Tú deberías entenderlo.

Respiré el aire que había contenido cuando besó mis labios castamente y se alejó.

©La Casa de las Muñecas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora