LILLY

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No estaba lloviendo, pero el cielo estaba nublado y el ambiente húmedo y frío, era la típica escena de una Caracas invernal. Raymond vestía un sweater de cuello de tortuga negro y unas gafas oscuras, de buena marca. Tenía las ventanas del coche abiertas mientras conducía, a velocidad de paseo, en dirección a la Avenida Orinoco de Las Mercedes, específicamente a la calle trasversal al Centro Comercial El Tolón, donde estaba el edificio Torre Uno en cuyo tercer piso se ubicaban las oficinas administrativas de Eli Lilly and Company Venezuela. Llegó a la recepción, blanca casi totalmente y con el logo de las corporación en el fondo. De inmediato la chica de falso rubio que estaba detrás del moderno escritorio lo remitió a la oficina de Raimundo Menéndez, el Country Manager o Jefe Administrativo de Lilly en el país. Lo estaba esperando. Eran las cinco de la tarde y la actividad humana en los pasillos era baja. Aires clandestinos por doquier. Raymond sospechó que lo habían citado para algo referente a su trabajo en el equipo que inventó la cura contra del VIH. Recordó, al mismo tiempo y con detalles, lo que Angélica le había contado sobre la riña que hubo entre Damián y Lilly tiempo atrás.

Raimundo no era un hombre común, o no era un venezolano habitual. Tenía la imagen de cualquier otro hombre que fuera cabecilla de una adinerada multinacional, imagen marcada por benevolentes aires ejecutivos que escondían un talante impredecible. No sólo su vestimenta producía dichos aires, también su semblante, en un permanente y fantasmal sosiego, carente del calor —levemente rosa— de la piel humana. Sonrisas armadas, lenguaje numérico en sus ojos, orden matemático en el conjunto blanco que se encerraba bajo esas cuatro paredes.

Invitó a Raymond a tomar asiento e hizo un comentario con el que busco romper el hielo: «Raymond, Raimundo, ¿pero qué diferencia hay? Toma asiento, casi tocayo.» «Gracias.» «¿Te gustaría tomar un café?» «No, gracias. Estoy bien así.» Raimundo hizo un gesto que su invitado no sorteó: miró a su escritorio, transparente, y quizás dirigió su atisbo a sus propios zapatos, posición tomada para ayudarse a armar un discurso coherente y sin pausas. Tomó un bolígrafo azul y sus dedos juguetearon con él mientras decía: «Tú eres un hombre inteligente, Raymond. Tienes cara de hombre inteligente. ¿Cuántos años tienes?» «Tengo veintisiete.» «Ah, eres joven, un científico joven. Es la clase de personas que necesitamos en Lilly. Talento fresco, ideas frescas.» «¿Acaso quiere que trabaje aquí?» «Si no lo quisiera, Raymond, no te hubiese llamado, ¿o sí? Quiero que formes parte de nuestro equipo, ¿esta­rías interesado?» «¡Por supuesto que me gustaría! Es, digamos, un sueño hecho realidad. Hace años mandé un resumen curricular aquí, pero nunca me llamaron.» «Sí, lo sabemos, y ese fue el resumen curricular que usamos para contactarte esta vez. Tuvimos la suerte de que tu número de habitación fuera el mismo desde esa época.» «Y creo que seguirá así por unos cuantos años más, hasta que pueda mudarme a un lugar más... decente.» «Qué bueno.» «¿A qué se debe que me llamaran? No comprendo, porque yo no tengo mucha experiencia en la industria química.» «En Lilly, Raymond, fabricamos medicamentos a partir de ADN recombinante, como la insulina para el control de la diabetes. Es muy difícil que un químico conozca el proceso para recombinar ADN; son los biólogos los que lo saben hacer. Pero no te buscamos para eso. Sabemos lo que has hecho para desarrollar la cura contra el VIH. Entiendo que ya está lista, ¿verdad?» Raymond se sintió atacado. Después de un gesto con sus cejas, que expresó el sentimiento, respondió: «Sí, está lista. Pero es un asunto del Ministerio del Poder Popular para Ciencia, Tecnología e Innovación. No creo que tenga que ver con Lilly.» «Hijo, ¿no me entiendes? Queremos la cura del VIH y vamos a hacer lo que sea para obtenerla.» Raymond se sintió más atacado, como si lo estuvieran acusando de cometer un crimen, lo siguió reflejando en su ceño, ahora mucho más fruncido. Las palabras de Raimundo, su casi tocayo, aunque llenas de ese fantasmal sosiego y enmarcadas por esas sonrisas impostadas, lo desarmaron. Sólo pudo expeler: «¿A qué se refiere con lo que sea?» «Hijo...» «No me llame así, por favor.» «Está bien, Raymond. A Lilly no le conviene que el gobierno venezolano distribuya esta cura y mucho menos de forma gratuita.» «Ustedes quieren obtenerla para patentarla y venderla, ¿no es así?» «Hijo... Perdón, Raymond. No somos los malvados del cuento, sólo velamos por nuestros intereses. Tu amigo nos hizo perder los miles de euros que le dimos para que inventara esa cura. Ese maldito es un genio.» «¿Qué puedo hacer yo, señor?» «Sólo tienes que decirnos cómo hacer el ARES-B y C, es todo. Por supuesto que serás bien recompensado.» «No sé cómo hacerlo. Tengo algunas nociones generales del proceso, pero quien realmente lo sabe hacer a la perfección es Damián. Mi trabajo en ese grupo era hacer secuenciaciones de ARN. Si le soy sincero, sólo colaboré con esa investigación por una compañera que tenía VIH, no por Damián ni por la fama. Nuestra amistad murió hace años, cuando me... humilló.» «En tal caso, sólo necesi­taríamos tus influencias en el Ministerio.» «¿Influencias? Yo no tengo influencias en el Ministerio, señor. Sólo conozco a algunas personas.» «Conoces al general Soriano, Ángel Soriano, ¿verdad?» Raymond reconoció el nombre inmediatamente: el general Ángel Soriano era el viceministro del Poder Popular para Ciencia, Tecnología e Innovación, y fue el principal responsable del otorgamiento de la beca que llevó al descubrimiento de la cura del VIH, era ingeniero químico de carrera y gran amigo del profesor Lázaro Gallardo. Era un hombre muy cercano al Presidente de la República y con muchas influencias. «Sí, lo conozco —respondió Raymond—, ¿por qué?» «¿Te tiene confianza?» «Más o menos, creo. He hablado con él un par de veces. ¿De qué sirve?» «¿Sabías que él te puede poner en el cargo de ministro?» «¿Qué cosas dices?» «Así como lo oyes. ¿No te gustaría ser ministro?» «Claro, pero...»

LA CURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora