LLAMADOS DE LA SANGRE

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Pocos tiempo después del trágico evento, Damián se mudó a casa de su tía en Sevilla, quien lo recibió de forma cálida a pesar de que habían pasado años sin verse. Él le dijo que viviría en Sevilla y que había congelado su carrera universitaria en Venezuela aun cuando le faltaba solamente un año; el motivo: no querer seguir viviendo en un país donde era odiado por todos, donde estaba literalmente solo.

Gloria, su tía, le sugirió que presentara una prueba de nivelación en la Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla, una de las mejores del reino, que lo aceptarían inmediatamente. En España las universidades estaban prácticamente abandonadas debido a las facilidades de empleo en el sector construcción y la posibilidad que tenían los joven de ganar dinero fácil aun no estando graduados.

Damián fue aceptado en la Universidad de Sevilla, casi en el mismo nivel que llevaba en Venezuela, sólo debió cursar algunas materias que no estaban en el pensum de la Universidad Simón Bolívar, y se unió además a un grupo de investigación en el área de genética que tanto le gustaba: Metabolismo del DNA. Propuso ampliar el área de estudio de los virus, intentando modificar el ARN de varios tipos de influenza, como el virus del Resfriado Común, para usarlos como invasores de ciertas bacterias dañinas, y se le permitió escribir ensayos sobre sus teorías para iniciar, a través de una propuesta de tesis doctoral, las discusiones sobre la nueva área de estudio. Mientras tanto, no pudo sino ir cumpliendo funciones que se necesitaban en las áreas ya existentes.

Como había entrado en calidad de turista, debió formalizar su situación ante el Estado, primero cambiar la naturaleza de su visa: de turista a estudiante y luego pedir un permiso de residencia por estudios, en el cual vino incluido un Número de Identificación de Extranjero, el documento de identidad principal en España, cuya tramitación, para su sorpresa, fue muy rápida, unos pocos días, distintísimo a la acostumbrada burocracia institucional en la ONIDEX venezolana, que alargaba innecesariamente los tiempos de duración de algo similar. Tener como familiares directos a nativos de España le facilitó aún más la obtención de los papeles.

Debía conseguir un trabajo de medio tiempo que no interfiriera tanto mental como físicamente con sus estudios y que al mismo tiempo le diera un ingreso suficiente para financiar su educación (porque no estaba becado) y para ayudar a su tía con los gastos de la casa. El único problema era el de los trabajos disponibles; las opciones que el mercado laboral le brindaba no contribuirían con su crecimiento intelectual y profesional. Lo único disponible eran los trabajos sucios que los endeudados españoles no querían realizar, entre ellos una vacante en un club nocturno cercano a la zona donde vivía, el Municipio Triana, seis calles más allá del edificio. El sueldo era de quinientos euros al mes más las propinas. Podía resultar una cuantiosa ganancia para un trabajo no profesional de cinco días a la semana: de martes a sábado, entre las ocho de la noche y la una de la mañana (martes a jueves) y entre diez de la noche y tres de la mañana (viernes y sábados), idóneo para sobrellevar la vida como un estudiante-trabajador extranjero.

El club era muy vistoso y es que debía estar acondicionado para la llegada de los turistas que iban a la ciudad a rodearse de placeres distintos al de la historia y las artes. Se llamaba Verde Lima, famoso por sus fiestas temáticas, llenas de colorido y bailes gogó. Fue el martes, 22 de marzo de 2004, con el anuncio del periódico y el hombre de seguridad, sentado sobre una silla alta en la entrada del club le dijo que le preguntara al chico de la barra por el encargado, el hombre de las contrataciones. El lugar estaba poco lleno, sólo porque era martes, aunque sí había una cantidad de gente nada desdeñable, y también la música era moderada, daba la sensación de que no existía según su oído acostumbrado al bullicio reggaetonero y merenguero en The Place. El bartender le dijo que pasara por el arco que estaba junto a la barra, donde vería un pasillo, en cuyo final se encontraría con una pequeña oficina decorada al estilo playero, muy fácil de reconocer entre todos los depósitos de cosas alrededor de ésta. Cuando llegó, vio a un hombre sentado frente a un escritorio de madera, leyendo El País, la sección cultural, específicamente. «¿Quién eres?», preguntó con un tono amanerado que le recordaba al del señor Fernando, su antiguo jefe en The Place, y por su lado, parecía de mucha menos edad, y tenía porte. «Mi nombre es Damián Guerra —respondió temeroso y deseando haber llevado un flux para no desentonar—. Vengo por el anuncio que sale en el periódico. Dice que solicitan una persona para trabajar como bartender.» «¿Y ese acento? Eres sudaca, ¿verdad? ¿De qué país?» «Venezuela.» «Ah, sí. He visto a muchos como tú últimamente... Y dime, Damián, ¿estás legal o de arrimado?» «Bueno, tengo una visa de estudiante. La semana que viene, si Dios quiere, me entregarán el permiso de residencia y el Número de Identificación de Extranjero.» «Los venezolanos..., mmm, sois interesantísimos. Encerráis una clase de barbarie, una ira, dentro de vuestros cuerpos diseñados para encantar al mundo. Sois un país de bellos embrutecidos, ¿o me equivoco?» «Eh... no sé qué decir sobre eso. Venezuela es un país que nunca ha salido de las crisis, y se le acumulan, y todo ha sido siempre un completo desastre. Pero tenemos varias Miss Universo. Sí, quizás tenga razón en lo que dice, aunque también es su opinión. Yo podría decir en respuesta que España está acumulando deudas que más temprano que tarde no podrá pagar. Creo que su vida de reyes les está costando cara, ¿no le parece?» «Mmm, me gusta tu planteamiento... ¿Sabes qué?, alguien te ha ganado. Le he dado el empleo a otro chico que se fue hace como media hora.» «Pero si recién están abriendo...» «Él me cachó más temprano, qué puedo decir. Llegó primero y tenía tantas condiciones para ser bartender como las tienes tú, o como yo, o como cualquiera que pueda mezclar licores en un vaso siguiendo una receta escrita.» «Oh, Dios... Bueno, muchas gracias por su tiempo.» Damián hizo un visaje con los labios, como lamentándose, y suspiró dando la vuelta para irse por el mismo camino que lo había conducido hasta allí, pero en ese proceso inacabado, el hombre lo llamó: «¡Hey, espera! No te vayas aún.» Detalló de arriba abajo a Damián, quien vestía una chemise azul claro, unos jeans manchados y unos zapatos casuales. Trató de detallar cada rincón de su cuerpo y su rostro, como si se maravillara, como si deseara probarlo, y a Damián le pareció ver a Fernando en una persona más joven que, a pesar de ser un homosexual con clase —a simple vista—, tenía cierta fuerza en la mirada que le produjo una actitud renuente. Después de morderse el labio de manera muy explícita, el hombre dijo: «Tengo una vacante de stripper. No hay sueldo, sólo ganarás la mitad de las propinas que te den los clientes durante los dos días que trabajarás fijo, el viernes y el sábado. Además deberás tener disposición para ir a shows privados, en los que sí te pagaría un porcentaje del cobro de la visita. Luego te explicaría lo que tendrías que hacer exactamente en esos casos. ¿Te interesa?» Damián había oído que esa clase de trabajos, sobre todo en sitios de mucha afluencia turística como Sevilla, pagaban muy bien, aunque no hubiese salarios preestablecidos. Nunca había hecho esa clase de cosas, ni siquiera sabía bailar muy bien, sólo lo básico que debía conocer un venezolano promedio con una vida social normal o inventada: salsa, merengue y perreo.

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