1. Un imbécil muy guapo

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  Su cabello azabache ondulado, se mecía en el viento de la brillante mañana. — ¡Mieeerrdaa!, voy mega tarde —corriendo como diablo que lleva al viento, Elena iba casi volando tratando de llegar a Mitzzi. Sus tacones negros iban un poco raspados por la velocidad en la que iba caminando. Su cabello aún mojado, su camiseta blanca totalmente mojada de la espalda, y su falda a la cintura con la tela pata de gallo ajustada a su cuerpo.

  ¡Kendra, Kendra! —vio a su mejor amiga parada en la puerta <<¡Maldita inútil, creí que no llegarías!>> Hablo la más alta que ella, pelo rubio y tono de piel morena como la canela. Sus ojos color verde como las hojas de un precioso roble.. en si, la chica era divina. Ambas pasaron a los elevadores, desesperadas y con el tiempo muy corto— ¿Pues que paso? —cuestionó Kendra más tranquila dentro del elevador. Elena, arreglándose un lindo moño negro que poseía en el cabello argumento excusándose— es que, el fuckin transporte se atasco en el tráfico por un grandísimo idiota que provocó un accidente —aun seguía mirándose en el espejo del elevador. Kendra solo rodea los ojos y responde— La bestia está ahí desde temprano, Pero está peleando con Genevieve. —menciono dándole vuelta a su amiga, para poder acomodar mejor su moño color negro en aquella media coleta. Al terminar de arreglarlo con sencillez, toma los hombros de la azabache y la voltea— Recuerda que es un hombre muy pedante, altanero, y de paso egocéntrico. No dejes que te intimide, ¿Si? —Elena solo se dedicó a asentir suavemente y con determinación, y aunque su ropa aún se veía un poco mojada, aquella tela de pata de gallo se veía preciosa. Un blazer a la cintura y una falda no tan corta, era perfecta para ese trabajo.

  Esperando a su turno, se sentó frente a la puerta de la gran oficina presidencial. Los nervios estaban a flor de piel, sus manos sudaban, y a la misma vez temblaban.. y su mente estaba divagando <<C'mon baby, tu puedes con esta entrevista. Solo es un hombre equis más, puedes soportarlo. Es la casa de tus sueños. ¡Debes comprarla, cueste.. Lo que cueste!>> Se dio ánimo a si misma.

  Elena Brinham, Elena. ¡Elena! —una chica con el rímel y el delineador corrido hablo. Ella era linda, Pero nada comparado con la pelinegra con ojos marrones. Algo común, pero no cotidiano— ¿¡Eh!?, ah si. Lo siento. —apresurada se levantó para dirigirse a la puerta <<que bestia debería ser para que una chica tan linda salga así de su oficina>> aquel comentario atravesó su cabeza cuando vio a la rubia salir con sus cosas por esa gran puerta— suerte con el, es más frío que el hielo del polo norte —dijo saliendo con el llanto por delante. Elena solo se encogió de hombros y prosiguió a entrar

  ¡Buenos días, soy Elena Brinham! —con determinación, la veinteañera se presentó ante el hombre con una sonrisa. Sin embargo, apenas el se daría la vuelta en su silla. Con una ceja arqueada, y las manos en un boceto de diseño.. Volteo, observándola de arriba a abajo rapidamente. Un hombre alto, de un metro noventa y cinco. Cabello castaño claro, como aquella olorosa madera de pino, su tez aperlada como si se hubiese bronceado al punto exacto. Sus ojos grandes y expresivos, color Ámbar. Ese hazel tan precioso que no ves en cualquier lado. Sus labios abultados, como si fuesen dos dulces melocotones.. Atónita, Elena se quedó mirándole. ¡Que manjar!

  —Llegas tarde... y mal vestida —fueron sus primeras palabras, sin levantar la vista del boceto. Cuando finalmente la miró, sus ojos destellaron con una mezcla de desaprobación y burla—. Dime, ¿te perdiste y terminaste aquí por error? Porque ese atuendo no es digno ni del personal de limpieza de Mitzzi. —comento apoyando un brazo en aquel escritorio lujoso, mientras su puño lo llevaba a su boca con una leve sonrisa. 

 Elena sintió que la sangre le hervía. Sus brazos cayeron a sus costados algo rendida, su cara obviamente demostraba decepción y frustración; Había oído de la fama de Anzhel, pero no esperaba que fuera tan directo y cruel. Intentó explicar que pensó que su conjunto era adecuado, pero Anzhel no la dejó terminar—No quiero excusas, quiero resultados. Si no puedes entender lo que significa esta empresa, entonces no estás preparada para ser mi asistente. —comento mirando el boceto y enderezándose en su silla, para luego ver mas bocetos existentes en su escritorio, el tono de Anzhel era gélido, y su sonrisa sarcástica la hizo sentirse pequeña e incompetente—. En Mitzzi, incluso los errores deben ser hechos con estilo, pero lo tuyo es simplemente... aburrido. —comento, haciendo un gesto con su mano libre, aun sin mirarla de nuevo. 

Sutilmente Encadenada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora