7. La noche que rompió el hielo.

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Anzhel se dispuso a recoger todo el desastre hecho mientras comían, coloco una aspiradora inteligente a que hiciera el trabajo común de barrer, recogió los envoltorios de los hotdogs y se dispuso a ir hacia la cocina. Caminando en pantuflas, aun con su traje azul. 

  — Mm, oye tienes una reunión a las 11 am, mañana. Es importante que te alistes temprano, debes viajar a Berlín. —comentó Elena observando la tablet que yacía en la mesita donde anteriormente habían comido. Anzhel simplemente suspiro pesado, regresando a la sala

  — Gracias, ya lo sabia. Ahorita solo encargate de tu pie. Se ve que mañana dolerá —observó el tobillo hinchado de la chica con un poco de dolor y disgusto, Elena simplemente suspiro; toco su tobillo observándolo— Necesitas algo para el dolor —dijo Anzhel, su tono sarcástico habitual suavizándose ligeramente. Ella sonrió a pesar de sí misma.

  —No tengo idea de qué puede hacer magia en esto, pero gracias. Un poco de hielo ayudaría. —comento al mayor mirándole directo a los ojos, aunque esa tensión de antes ya no estaba, había un poco mas de confianza, pero anzhel seguía mostrando su lado sarcástico.

  — Déjame ver qué puedo hacer —respondió Anzhel, levantándose del sofá y dirigiéndose a la cocina. Abrió la nevera y empezó a buscar, murmurando para sí mismo. Después de unos momentos, regresó con una bolsa en la mano.

  — Aquí tienes —dijo, extendiendo la bolsa hacia ella.

Elena miró la bolsa con curiosidad, frunciendo el ceño—¿Es...? —comenzó a preguntar, pero él la interrumpió.

  — Es lo mejor que tengo en este momento —se defendió Anzhel, cruzando los brazos con un aire de desafío. — No tengo hielo, pero estas verduras congeladas harán el trabajo.
 Elena soltó una pequeña risa, aliviando un poco la tensión. —¿Verduras congeladas? Vaya, eso es... original. ¿Qué tipo de chef eres?

  — Uno que no está acostumbrado a lidiar con lesiones de sus empleados —respondió Anzhel, enarcando una ceja. —Pero como esto es culpa mía por no asegurarme de revisar esos tacones, deberías agradecérmelo. Aparte, el dolor es dolor, sin importar de dónde venga el frio, lo desinflamara.

Elena tomó la bolsa con una mano, mientras con la otra se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja. —Te agradezco la bolsa de verduras congeladas. No es el tipo de alivio que esperaba, pero funcionará.

  — Asegúrate de mantenerlo ahí —dijo, mientras se sentaba a su lado en el sofá, su expresión seria por un momento— Deberías descansar el día de mañana. Te daré el día libre. No puedes caminar por ahí con un esguince.

Ella lo miró, sorprendida por la oferta. —¿De verdad? No tengo problema en seguir trabajando...

  — No, Elena —interrumpió Anzhel, su voz firme pero suave. —No quiero que te esfuerces. Es tu culpa, pero también mi responsabilidad. Así que, por favor, tómate el tiempo necesario para recuperarte.

  — Está bien, lo haré. —Ella respiró hondo, sintiendo una mezcla de gratitud y confusión hacia su jefe. —¿Puedes llevarme al cuarto donde me quedaré?

  —Claro —respondió, levantándose de nuevo. —Te quedarás en la habitación de huéspedes. Tiene un baño completo, así que no tendrás que andar demasiado.

Ella asintió, sintiéndose un poco más cómoda con la idea de estar allí. Una vez mas la levanto entre sus brazos, para poder llevarla a el cuarto

  — Gracias, Anzhel. Es... extraño que estés siendo tan amable —comentó, un poco sorprendida.

  — ¿Amable? No te emociones demasiado — respondió él, sonriendo de manera sarcástica. Subiendo apenas las escaleras de su casa, doblo a la derecha en el primer pasillo y se paro frente a una puerta blanca—. Solo estoy tratando de evitar que me demanden por negligencia.
Elena se rió a pesar de sí misma— Bueno, eso sería un gran escándalo para Mitzzi. Pero en serio, gracias de nuevo

Sutilmente Encadenada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora