Mientras Elena observaba a Anzhel moverse por la cocina, organizando los ingredientes para los waffles, no pudo evitar sentir una oleada de relajación tras compartir una parte tan dolorosa de su vida con él. La comprensión que había mostrado Anzhel era una faceta de su personalidad que rara vez, si es que alguna vez, había visto. La tensión que había estado presente desde la noche anterior parecía desvanecerse, dejando espacio para algo nuevo y confuso.
El sonido de su teléfono vibrando en la encimera rompió el silencio cómodo entre ellos. Anzhel lo miró de reojo, frunciendo el ceño al ver el nombre que aparecía en la pantalla.
—Parece que tengo que irme —dijo, su voz regresando al tono serio y controlado que Elena había llegado a conocer tan bien—. Tengo una reunión importante en la oficina y ya llego tarde.
Elena lo miró, intentando ocultar la pequeña decepción que sentía ante la idea de que se marchara.
—¿Ahora? —preguntó, sin poder evitar que un atisbo de sorpresa se colara en su tono—. Pero... ¿y los waffles?
Anzhel dejó escapar una leve sonrisa, su expresión burlona asomando.
—Te dejo el placer de disfrutarlos sola. Si te quemas, no es mi problema —dijo, inclinando un poco la cabeza, como si desafiara su respuesta.
Elena soltó una pequeña risa, sacudiendo la cabeza en un gesto de incredulidad.
—Qué considerado —replicó, alzando una ceja con sarcasmo—. Pero si me quemo, te recordaré que los tacones que me diste fueron los principales responsables de que no pueda caminar bien.
Anzhel la miró fijamente, esbozando una sonrisa ladeada, disfrutando claramente del intercambio verbal. Luego, se inclinó un poco hacia ella, apoyando las manos en la barra frente a Elena. Sus ojos, que en otras ocasiones eran fríos y calculadores, parecían ahora un poco más cálidos, aunque todavía conservaban esa chispa arrogante.
—Mira, Elena... —comenzó, en ese tono sarcástico que lo caracterizaba—. Hoy te vas a quedar aquí. Descansa, relájate. Es una orden. No quiero que mi asistente cojee por la oficina; eso me haría quedar mal. Y, por supuesto, no tengo tiempo para estar cuidando de ti cada cinco minutos.
Elena cruzó los brazos, sintiendo cómo el sarcasmo empezaba a llenar el aire entre ellos. La tensión de la noche anterior se había transformado en algo más ligero, pero igualmente peligroso. Alzó una ceja y lo miró fijamente.
—Bueno, Anzhel, como aún no es mi turno de trabajo, me reservo el derecho a no acatar tus órdenes —respondió, con una sonrisa juguetona—. Después de todo, si me estás hablando como tu asistente, tendría que recordarte que aún no he fichado.
—Y no olvides que también mencionaste que tenías que ir a Berlín esta tarde —le recordó ella, sintiendo una punzada de melancolía por su partida.
El rostro de Anzhel se suavizó por un instante, recordando la noche anterior y la conversación sobre su viaje.
—Tienes razón —dijo, su voz bajando ligeramente—. Por eso tengo que ir a cambiarme.
Se apartó un momento de la barra y se dirigió a su habitación. Elena lo siguió con la mirada, sintiéndose un poco más nerviosa ante su partida.
Unos minutos después, Anzhel emergió de su habitación, luciendo un atuendo que combinaba lo exótico con lo elegante. Llevaba una camisa de seda negra que abrazaba su torso de manera sofisticada, con un diseño sutil de hojas en tonos verdes que parecían cobrar vida con cada movimiento. Las mangas largas estaban ligeramente enrolladas, dejando al descubierto sus antebrazos, realzando sus músculos.
ESTÁS LEYENDO
Sutilmente Encadenada.
FanfictionElena Brinham, una joven veinteañera, sin empleo y sin rumbo en su vida. Recién egresada y sin experiencia en contabilidad.. Después de una serie de fracasos y rechazos, comienza a perder la fe en sí misma y en su capacidad para triunfar. "Que tan m...